Solemnidad. Natividad del Señor

Misa de Media Noche. Misa del Gallo

San Lucas 2, 1-14: La señal: un Niño en pañales

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 9, 1-3. 5-6; Carta de san Pablo a Tito 2, 11-14; Evangelio según san Lucas 2, 1-14

La señal: un Niño en pañales

Esta noche, una de las más entrañablemente queridas del cristianismo junto a su hermana mayor la noche de Pascua, celebramos el Nacimiento del Salvador.

En ambas noches, la Nochebuena y la Vigilia Pascual, la fe nos invita a celebrar el Misterio de Jesús, el Salvador, que es Luz que brilla en las tinieblas. Queda atrás la noche y la oscuridad y nos ilumina Jesús, Sol y nuevo Día de la Salvación.

El contraste entre la luz y la oscuridad aparece así delineado en el Evangelio según san Lucas que proclamamos hoy (2, 1-14): la oscuridad de la noche interrumpida por el resplandor de la gloria de Dios manifestado por la visión y la voz de los ángeles. La gloria del Señor que envolvió con su luz a los pastores es la lengua en que Dios se hace presente y nos habla; la gloria del Señor, en efecto, es el mismo Dios (Éxodo 40, 34-35; Isaías 6, 3; Ezequiel 1, 28).

Con la luz se quiebra y supera la oscuridad. Pero no es éste el único contraste que el Evangelio nos expresa. Hay también otra continuidad interrumpida y superada.

En los versículos 1 al 5, san Lucas enmarca el nacimiento del Salvador en un contexto temporal y geográfico determinado: el censo decretado por el emperador romano Augusto, cuando Quirino gobernaba Siria, en Belén de Judea, la ciudad de David. Este marco, además de afirmar la realidad del Jesús histórico, subraya el cumplimiento de las profecías y la descendencia davídica de Jesús, el Mesías, que se trasmite por su padre legal, san José. Sin embargo, queda claro que este nacimiento de Jesús corta y supera como perpendicularmente la continuidad lineal de la historia humana.

Contraposición entre tinieblas y luz, historia y meta historia, y todavía advertimos en este evangelio otro contraste, y es el de dos modos de entender el linaje davídico del Mesías: uno, el del mesianismo político, el del poder del hombre y los poderes del mundo (Roma, Augusto, Quirino…), y otro, la revelación del auténtico Mesías, el del Mesías Salvador, el de la potencia de Dios que se encarna en la impotencia, la pobreza y la debilidad. Por eso el signo, la señal que da el ángel a los pastores: “encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

¡La señal será un niño en pañales!

¿Quién es este niño? Tres títulos le asigna el ángel según el evangelio de hoy a este niño: Salvador, Mesías y Señor. Vamos a subrayar, sobre todo, el título de Señor. Jesús es el Mesías (Cristo) esperado. Pero además es Señor, y en el Antiguo Testamento este nombre se reservaba sólo a Dios. Es el Hijo del Hombre pero simultáneamente el Hijo de Dios.

¡Jesús es Dios! Y por eso puede salvar a los hombres de sus pecados, es Salvador. Ésta es la “buena noticia” que el ángel anuncia a los pastores: ¡hoy les ha nacido un Salvador! Ésta es la alegría que, cual primeros discípulos (después de María y José), aquellos pastores que vigilaban despiertos esa noche, acogieron y guardaron en su corazón, no para quedársela ellos en exclusividad sino para comunicarla, anunciarla como misioneros (discípulos y misioneros los pastores). Ya el mismo ángel les había dicho que se trataba de una buena noticia “para todo el pueblo”.

¡Nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor! ¿Podemos nosotros renunciar a ser pregoneros de esta alegría que es un mensaje de Dios para toda la humanidad? ¿Podemos esconder, disimular, reducir este mensaje cuyos destinatarios están dramáticamente esperando también hoy, explícita o implícitamente? ¡Es un tesoro para compartir!

El misterio que como discípulos recibimos y como misioneros proclamamos, no puede ser parcelado y debe ser anunciado íntegramente porque éste es un derecho de la humanidad. De otra forma le estaríamos mintiendo a nuestros contemporáneos. Y no podemos guardar en exclusividad este secreto, esta buena noticia destinada a todos, ni siquiera por aquella falsa tolerancia y pluralismo que hoy la sociedad pretende imponer con el pretexto de preservar la convivencia. Precisamente por respeto a los demás, porque todos tienen derecho a oír esta buena nueva, aunque sin dudas no mediante una imposición de nuestra parte, ¡no podemos callar esta verdad!

Frente a tantas “navidades” sucedáneas de la auténtica Navidad en una sociedad secularista que pretende sustituir los misterios divinos con los mitos del hombre (auto salvación en vez del don gratuito de la salvación divina…), evangelicemos anunciando toda la verdad y la riqueza de esta buena nueva para dar alegría a la humanidad. Es lo que cantaba el ejército celestial (Lc. 2, 14): “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por Él!”.

La paz, fruto del perdón de los pecados y la reconciliación con Dios, de la salvación, tiene como destinatarios a los hombres que Dios ama. Es el amor de Dios para los hombres amados por Él que le mueve a Dios a salvarlos. Es la gloria de Dios (ésa por la que el ejército celestial alababa a Dios) que al hacerse Dios Hombre para salvarnos se inclina a sus creaturas por amor a los hombres. Es el amor de Dios que se manifiesta en Jesús, la buena noticia que acogemos y queremos anunciar, festivamente, con alegría, cantando, como los ángeles y los pastores (Lc. 2, 14. 20). Es el amor de Dios el que salva a los hombres a través de ese signo pobre, frágil, débil del niño envuelto en pañales.

¿Estamos en vela, despiertos, como los pastores, en esta noche, para oír y ver la gloria de Dios (Lc. 2, 20).

¿Hay lugar esta noche, hay un pesebre esta noche en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestra cultura para el nacimiento del Salvador o somos como aquella casa de la familia de José en la que María no halló sitio para dar a luz a Jesús (Lc. 2, 7).

¿Hay en esta noche del mundo, la de la posmodernidad, ciega y sorda para ver y oír la gloria de Dios, la posmodernidad hedonista incapaz de vivir la auténtica alegría, hay en esta noche del mundo discípulos misioneros que reflejen el resplandor de la luz divina y la iluminen con el Sol de Jesús el Salvador? 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia Sagrado Corazón de Jesús y

Capilla Policial San Sebastián

Paraná, 25 de diciembre de 2007