II Domingo despues de Navidad

San Juan 1, 1-18. La Palabra se hizo carne

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

Sitio Web

 

 

Eclo. 24, 1-2.8-12: Carta de san Pablo a Efesios 1, 3-6.15-18; Evangelio según san Juan 1, 1-18

LA PALABRA SE HIZO CARNE 

El evangelio que se proclama este domingo es el mismo que se lee el 25 de diciembre en la misa del día.

Se trata del prólogo previo al relato del cuarto evangelio, un himno litúrgico escrito en lenguaje poético.

El tema central es el asunto de la Navidad: Dios hecho Hombre para nuestra salvación. El prólogo se refiere a Dios como la Palabra, con mayúsculas. La Palabra será la protagonista de este texto. Se señala que la Palabra es Dios, que existía desde toda la eternidad (“al principio”, antes de la creación), que todas las cosas fueron creadas por medio de la Palabra. Se identifica la Palabra con la Vida y con la Luz, contraponiendo la luz con las tinieblas. Se dice que la Palabra vino al mundo, a los suyos, que “se hizo carne y habitó entre nosotros” y que  a los que la reciben los hace hijos de Dios y les da la gracia, pero que no todos la recibieron. Finalmente, a la Palabra se la distingue del Padre, se la llama Hijo Único de Dios, se dice que está en el seno del Padre y se le asigna la misión de revelarnos a Dios.

Si prestamos atención, en el texto está compendiada toda nuestra fe trinitaria y cristológica. Se pone el acento en la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, Palabra o Verbo del Padre como en tres “momentos”: al principio, en la Creación y en la Encarnación.

El lenguaje antropomórfico nos ayuda a penetrar en el misterio de Dios. Dios es diálogo, encuentro, amistad, amor entre las tres Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (que no aparece explícitamente mencionado en este fragmento evangélico). El primer Engendrado es el Hijo, que procede del Padre como en el lenguaje humano el pensamiento surge del intelecto, y la voz, la palabra, expresa un pensamiento o sentimiento íntimo. Éste es el sentido en el que se dice que el Hijo Único de Dios es la Palabra, porque en Él se dice a Sí mismo el Padre y por ello en la Palabra vemos al Padre.

Se afirma la condición divina de la Palabra, en igualdad con el Padre, pero a la vez se subrayan dos misiones propias de la Palabra: en la Creación y en la Encarnación.

En la Creación, porque todas las cosas fueron hechas por la Palabra. Dios habló y la creación se hizo realidad. Todas las cosas fueron hechas por la Palabra, no como un instrumento o medio que usara el Padre sino como arquetipo ejemplar,  la sabiduría del Padre (ver segunda lectura del día), Vida y Luz. Dios dijo “que se haga la luz” y la luz fue hecha. Dios dijo “que se hagan la vida”, y creó los seres vivientes en el universo, y especialmente al hombre, su imagen y semejanza. Por ello, toda la creación nos está hablando de Dios Creador, sea como huella o vestigio, sea como imagen o semejanza en el hombre. La creación es palabra de Dios.

En la Encarnación, porque la Palabra fue enviada para engendrar como hijos de Dios a los que, recibiéndola, creyeran en la Palabra. Es misión propia del Hijo Único engendrar como hijos a los que crean en Él. Es misión propia de la Palabra, participar la gracia y revelar al Padre. Él, Jesucristo, es quien revela a Dios. Él es la plenitud de la revelación, superior a Moisés y a los Profetas. Primero habló Dios a Israel y finalmente habló Dios su Palabra. La Ley era ya palabra de Dios, luz; pero la Palabra que es Jesucristo, Luz, supera a la Ley.

Creación y Redención quedan así enlazadas en torno a la Palabra como dos movimientos de una misma obra maestra. La Redención es una nueva Creación. Y lo que era “al principio” queda también asociado a la Redención, porque los que son engendrados como hijos de Dios lo son por acción de Aquel que es el Primer Engendrado, el Hijo Único, consustancial.

La salvación es presentada en la categoría de un diálogo entre Dios y los hombres. Dios habla y es necesario que los oyentes le escuchen y reciban su Palabra. El fracaso del diálogo es el monólogo. La Palabra de Dios fue dicha y se hizo carne para ser escuchada y recibida. Ocurre algo semejante a lo que sucede cuando hablamos entre nosotros: un pensamiento oculto no se conoce si no se dice, expresa, manifiesta y “hace carne” en la voz sonora o los rasgos de los signos escritos. Si la Palabra se dirige al hombre, de carne y hueso, parecía preciso que se hiciera carne.

La expresión es intencionadamente audaz, real y no meramente metafórica. Jesucristo es la Palabra Encarnada. Éste es el misterio que contemplamos y adoramos en Navidad y el tiempo de Navidad.

Habló Dios por primera vez a través de la Creación, habló por Moisés, la Ley y los Profetas, y definitivamente nos habló por Jesucristo, la Palabra hecha carne. 

Miremos al Niño de Belén, contemplémosle, admirémosle. Y sobre todo, recibámosle con fe, para que se cumpla en nosotros el plan de Dios, que podamos ser engendrados como hijos de Dios, redimidos, salvados. Que a través de nuestras obras, Jesucristo N. S. pueda continuar revelando al Padre a tantos hombres que no le conocen. Que la Luz de la Palabra haga desaparecer las tinieblas del mundo.

Que a través de nuestras obras, la Palabra pueda continuar haciéndose carne en las diversas culturas a las que no ha llegado la evangelización. La evangelización de las culturas, en efecto, no es sino una continuación de la encarnación de la Palabra. Mientras haya algo humano que aún no haya sido asumido por la Palabra, seguirá siendo verdad que la Palabra vino a los suyos pero los suyos no la recibieron. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Argentina, 4 de enero de 2009