VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 1, 40-45: La humanidad purificada

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

Sitio Web

 

 

Levítico 13, 1-2. 45-46; 1° carta de san Pablo a los cristianos de Corinto 10, 31-11, 1; Evangelio según san Marcos 1, 40-45

LA HUMANIDAD PURIFICADA 

El evangelio según san Marcos que venimos proclamando en forma casi continua en la liturgia dominical de este año nos presenta en el primer capítulo: el Bautismo de Jesús (1, 4-11, que proclamamos el domingo del Bautismo del Señor), luego las tentaciones en el desierto (1, 12-15, lectura que se hará el 1° domingo de Cuaresma), enseguida la predicación que hizo Jesús de la proximidad del Reino y la necesidad de conversión y el llamado a los primeros discípulos (1, 14-20, 3° domingo del Tiempo Ordinario). Luego la jornada de aquel sábado de Cafarnaúm, en la sinagoga, donde causó asombro por la autoridad con la que enseñó y por la que el demonio de aquel poseído que liberó le obedeció (1, 21-28, 4° domingo), y en la casa de Simón, donde, en el interior curó a su suegra, y frente a la puerta, al atardecer, se lo pasó sanando enfermos y liberando endemoniados; finalmente, lo que sucedió a la mañana del día siguiente, cuando Jesús se escapó al despoblado para orar hasta que le encontraron sus discípulos y entonces les invitó a ir a otros pueblos de Galilea para hacer aquello para lo que Él había venido: predicar   (Mc. 1, 29-39, 5° domingo).

A continuación sigue el pasaje que leemos hoy, con el que termina el capítulo primero del evangelio según san Marcos.  En él se nos narra otro milagro que hizo Jesús: una sanación de un leproso. No hay referencia concreta de lugar dentro de Galilea, ni de tiempo, pero el relato se inserta después de la jornada en Cafarnaúm y antes de lo que escribe el evangelista al iniciar el capítulo segundo: “después de unos días (Jesús) volvió a Cafarnaúm” (Mc. 2, 1).

En el texto, que tiene sus paralelos en los otros evangelios sinópticos (Mt. 8, 1-4; Lc. 5, 12-16), se presenta a Jesús llevando a su plenitud la ley de la antigua alianza.

Por ello, por una parte, el Señor aparece como rompiendo o desobedeciendo la ley cuando dejó que el leproso se le acercara y cuando lo tocó. Ambas cosas estaban prohibidas, porque la lepra daba impureza al que la padecía y al que lo tocaba. Lo recordamos en la primera lectura del día (Levítico     13, 1-2. 45-46). Pero Jesús, tocando lo intocable, no sólo no se contagió la impureza sino que purificó al que era impuro.

Pero, por otra parte, Jesús se manifiesta como cumpliendo la ley cuando mandó al leproso sanado, purificado, que se presentara ante el sacerdote con la ofrenda establecida por Moisés. Pero cuando envió al que era leproso para que viera al sacerdote, también enviaba a la religiosidad oficial de Israel el mensaje de que había llegado el Mesías.

Jesús lleva a su plenitud la ley de la antigua alianza. Por eso, hasta la desobediencia del leproso purificado, que en vez de callar lo que había ocurrido y marchar ante el sacerdote, se puso a proclamarlo y divulgarlo, pone de manifiesto que con la llegada del Mesías ya no tenían vigencia la certificación y registro que debían llevar los sacerdotes para los casos de lepra y su curación. Ya no se trataba de una purificación que solía ser interpretada sólo como una pureza ritual exterior sino de la purificación interior más profunda y definitiva del corazón del hombre.

Este leproso representa a la humanidad entera tal como se encontraba antes de la venida del Salvador: errante, excluida de la comunidad, impura o indigna para ofrecer un acto de culto agradable y eficaz a Dios, pero a la vez esperando y buscando, acercándose, suplicando a Aquel que si quería podía purificarla.

Frente a la humanidad así representada por este leproso, Jesús encarna la bondad, el amor y la compasión de Dios. Él se conmovió, se compadeció, extendió la mano y tocó al leproso.

Y tocó a la humanidad toda, sanándola, purificándola. Desde su venida hay un culto agradable y eficaz ofrecido al Padre, el de Jesús, Sacerdote y Víctima, en el que todos somos incluidos, después de haber sido purificados.

A la oración de súplica confiada del leproso que le dijo “Si quieres puedes purificarme”, Jesús respondió “Lo quiero, queda purificado”. El leproso, de rodillas, con humildad, había usado en su petición un argumento irrefutable apelando no a la Ley sino a la voluntad salvífica de Dios, al Querer de Dios. ¿Qué otra cosa podía querer Jesús sino la purificación, la salvación de los hombres? ¿Qué otra cosa podía querer Jesús sino la curación de la enfermedad más grave que padecía el hombre que era su alejamiento de Dios? Para eso había venido (Mc. 1, 38). ¡El Querer de Dios! “Lo quiero, queda purificado”. Porque Dios es Amor, y sólo quiere el bien, nunca el mal.

Por esos gestos y esas palabras la curación del leproso fue instantánea.

El relato nos hace ver que el leproso y Jesús se parecían en algo. Uno y otro debían andar por lugares despoblados (Mc. 1, 45). Uno y otro en lugares despoblados hacen su propia oración. El leproso anda por lugares despoblados porque por la ley antigua estaba obligado a autoexcluirse. Jesús, porque debía escapar de las ciudades para buscar a Su Padre en las afueras. Sin embargo, precisamente porque andaba en lugares despoblados, Jesús se cruzó con este leproso, se hizo encontrar por él. De otra manera, si se hubiera tratado de lugares poblados, el leproso no hubiera encontrado a Jesús o no hubiera podido acercársele, suplicarle y dejarse tocar por Él.

Como si ciertos encuentros del hombre con Dios, por su soberana trascendencia, necesitaran de intimidad y reserva personal, de un alejarse de la publicidad y las miradas curiosas, superficiales y censurantes de los otros.  Así la oración de Jesús al Padre. Así la súplica de este leproso a su Salvador.

Este evangelio se refiere a la dimensión más profunda del hombre que es su capacidad de Dios, su religiosidad. Por ello Jesús manda al leproso curado que vaya al templo. Con el milagro se significa que el puente entre el hombre y Dios, que estaba roto, fue reconstruido por Jesús el Salvador. Y que un nuevo culto a Dios se ha hecho posible. Es lo que implica el paso de la impureza a la pureza legal, significado por el leproso sanado.

Y donde se habla de la religiosidad del hombre no puede entenderse sino en comunión con sus hermanos, en comunidad, en sociedad. La auténtica religiosidad no excluye como en la antigua ley a los leprosos, no excluye sino que incluye, integra, aúna, vincula estrechamente. Lo que hoy hemos proclamado en el evangelio nos debe llevar a revisar cuidadosamente nuestras actitudes con los hermanos, de modo que podamos tener los mismos sentimientos que tenía Jesús con los enfermos y pecadores, la compasión, la bondad, el amor.

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Iglesia Parroquial del Sagrado Corazón de Jesús

y Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 15 de febrero de 2009