III Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 2, 13-25: A la luz de la Resurreccion

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Éxodo 20, 1-17; 1° carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 22-25; Evangelio según san Juan 2, 13-25 

A LA LUZ DE LA RESURRECCIÓN

El domingo pasado leímos el relato de la Transfiguración y cómo después de lo ocurrido, mientras bajaban del monte, el Señor mandó a sus discípulos “que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos” (Mc. 9, 9). Y si bien por entonces sus discípulos “se preguntaban qué significaría resucitar de entre los muertos” (Mc. 9, 10), cuando Jesús resucite, su Resurrección echará luz sobre las palabras y gestos suyos, y a la luz de la Resurrección, sus discípulos lo recordarán y creerán.

Es lo que les ocurrirá a los discípulos recordando cuando Jesús expulsó los mercaderes del templo y habló de reconstruir en tres días el santuario de su cuerpo que destruyeran los judíos: cuando el Señor resucite de entre los muertos ellos recordarán y creerán en la Escritura y en las palabras de Jesús (Jn. 2, 22).

En el evangelio hoy proclamado se recuerda un gesto simbólico muy importante realizado por Jesús, quien, entrando en el templo de Jerusalén, expulsó a vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban monedas, mientras esparciendo las monedas y volcando las mesas de los cambistas, les decía “saquen eso de aquí y no conviertan la casa de mi Padre en un mercado”.

San Juan sitúa este episodio al inicio de su evangelio (Jn. 2, 13-21), cuando se acercaba la Pascua Judía, y así comenzó Jesús su ministerio en Jerusalén, mientras que los evangelistas sinópticos (Mt. 21, 12-17; Mc. 11, 15-19; Lc. 19, 45-48) lo ubican al final del ministerio público de Jesús, poco tiempo antes de la Pasión, Muerte y Resurrección, la primera Pascua cristiana, y con una perspectiva un poco diferente (en el evangelio según san Juan Jesús no habla de que los mercaderes convirtieron el templo de su Padre en cueva de ladrones).

Los cuatro evangelistas aluden posiblemente al mismo episodio, poco importa la datación precisa. Lo que importa es el significado de ese gesto de Jesús. Tanto en san Juan como en Mateo, Marcos y Lucas, la expulsión de los mercaderes del templo es un signo asociado a la Pascua, a la Pascua antigua y a la Pascua de Jesús. El nuevo Templo que sustituirá al templo de Jerusalén, será Cristo Resucitado.

El antiguo templo así como la antigua Pascua anticipaban y prefiguraban a Jesús Resucitado.

En el templo de Jerusalén los peregrinos podían comprar los animales para las ofrendas y sacrificios. Y allí también había mesas de cambio para canjear las monedas romanas, que no eran aceptadas en el interior del templo. La existencia de unos y otros mercaderes, cuya función era necesaria y se justificada en orden al culto antiguo, no es lo que condena Jesús. El gesto del Señor va más allá y manifiesta que los antiguos ritos y sacrificios y la antigua Pascua han de ceder ante el nuevo Sacrificio, la nueva y definitiva Pascua, el antiguo templo ante el nuevo y definitivo Templo, las antiguas víctimas de los sacrificios ante el nuevo Cordero.

No hemos de olvidar que en el evangelio según san Juan Jesús es presentado por el Bautista como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1, 29). Ya no son necesarios los animales: bueyes, ovejas y palomas (Jn. 2, 14 y 15), mencionados dos veces por el evangelista en este pasaje, porque el Cordero de Dios sustituirá y superará a las viejas víctimas para el culto agradable a Dios que por fin, efectivamente, quitará los pecados del mundo.

El látigo de cuerdas que usó Jesús para echar a los comerciantes (que no mencionan los sinópticos), no debe entenderse como signo de violencia sino como signo de autoridad.

Jesús había hablado con autoridad y con autoridad divina. Da una orden: “saquen eso de aquí”, y llama al templo de Jerusalén “la casa de mi Padre”. Estaba presentándose como el Hijo de Dios.

Así lo entendieron los discípulos, que recordaron y aplicaron a Jesús lo que había sido profetizado por un salmo mesiánico (69,10): “el celo por tu casa me devora”.

Jesús había hablado y obrado con autoridad. Así lo entendieron también los judíos, que le pidieron justificación y cuentas, le pidieron credenciales diciéndole: “¿Qué señal nos presentas para obrar de ese modo?”. He aquí midiéndose y confrontándose dos autoridades, las del templo de Jerusalén, y la autoridad de Jesús, el Nuevo Templo.

Le pidieron a Jesús una señal, un signo. “¿Quién eres para dar por abolido el culto y los sacrificios que se vienen ofreciendo en el templo de Jerusalén? ¡Prueba tu autoridad! ¡Haz algún milagro!”.

Escribe san Pablo a los cristianos de Corinto: “Mientras los judíos piden signos… nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos” (1° carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto    1, 22-25). El signo es Cristo Crucificado y Resucitado.

Habló Jesús por segunda vez y dijo, respondiéndoles: “Derriben este santuario y en tres días lo reconstruiré”. Dijo “santuario”, y no simplemente “templo” porque se refería a la parte más sagrada del templo, donde propiamente habita Dios.

Jesús no se refería a ese edificio del templo. Los judíos le entendieron mal. Por ello le reprochan: “Cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días”. Jesús, como escribe san Juan, “se refería al santuario de su cuerpo” (Jn. 3, 21). Sus discípulos así lo entenderían, pero después que Jesús, al tercer día, resucitó, y recordando lo que había dicho Jesús, creyeron.

Dos grupos de testigos e interlocutores, los judíos y los discípulos; los primeros mal entendieron las palabras de Jesús, los discípulos, si bien no en ese momento, a la luz de la Resurrección de Jesús, comprenderían y creerían que Jesús se refería al santuario de su cuerpo.

Ésta es la señal de autoridad que dará Jesús, su Pascua, su Resurrección.

Por ello, decíamos más arriba: el nuevo Templo es el Cuerpo de Jesús Resucitado. Ya no hay necesidad del antiguo culto y los antiguos sacrificios de animales; el nuevo Sacrificio de la Pascua de Cristo, el Cordero Pascual, los supera y lleva a la plenitud lo que en aquellos sólo estaba prefigurado. Más que de abolición deberíamos decir superación de lo antiguo. 

El evangelio de este domingo nos sitúa frente a la Pascua de Jesús. Hacia ella caminados a través de la Cuaresma.

A la luz de la Resurrección nuestro camino cuaresmal. A la luz de la Resurrección nuestra vida toda. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 15 de marzo de 2009