XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6, 7-13:
La Palabra resistida

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Amós 7, 12-15; Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 3-14; Evangelio según san Marcos 6, 7-13

LA PALABRA RESISTIDA

El texto evangélico de hoy continúa el que leímos el domingo pasado (14° del Tiempo Ordinario Ciclo A: Mc. 6, 1-6).

Entonces vimos cómo muchos en la sinagoga de Nazaret, donde había predicado Jesús, muchos no creyeron en Él. Sin embargo, en Nazaret hubo quienes creyeron en Jesús. Y Él sanó a algunos enfermos a quienes impuso las manos (Mc. 6, 5). A pesar de la incredulidad prevista, aún de muchos, en orden a los que iban a creen por su palabra, aunque fueran pocos, Jesús no dejó de predicar allí.

No, Jesús no dejó de proclamar su Palabra en Nazaret a pesar del rechazo de sus compueblanos. A pesar de que su persona, su predicación, su palabra iba a ser resistida. No dejó de proclamar su Palabra y recorría los pueblos vecinos, enseñando (Mc. 6, 6).  

A  continuación del relato de este fracaso pastoral de Jesús, fracaso al menos estadísticamente hablando, porque la mayoría de los oyentes resistió a su predicación, el evangelista san Marcos inserta el llamado y envío que hizo Jesús de los doce apóstoles. A seguir predicando, a pesar de todo, a pesar de la resistencia a su palabra.

Las dos escenas evangélicas de los domingos 14° y 15° están intencionalmente unidas por el evangelista: la falta de acogida de Jesús es un anticipo de lo que va a ocurrir con sus apóstoles cuando sean enviados por Él; ellos deben también presentarse pobremente y serán piedra de escándalo para algunos que no los escucharán ni recibirán y merecerán que los discípulos sacudan el polvo de sus pies como protesta contra ellos.[1]

El Señor los llamó y los envió (Mc. 6, 7) a ayudarle a hacer lo mismo que Él mismo había venido haciendo, “dándoles poder sobre los espíritus inmundos” (Mc. 6, 7), y “fueron y predicaban que se arrepintieran, expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban” (Mc. 6, 12-13).

Los envió a hacer lo que Él mismo había venido haciendo: “proclamar la Buena Noticia de Dios diciendo: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios, arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia” (Mc. 1, 14-15), enseñando y expulsando espíritus inmundos (en la sinagoga de Cafarnaún: Mc. 1, 21-27), sanando enfermos (a la suegra de Simón y a otros muchos: Mc. 1, 29-32; a un leproso: Mc. 1, 40-44; a un paralítico: Mc. 2, 1-12; al de la mano paralizada: Mc. 3, 1-6).

Ya en Mc. 3, 13-16 se había dicho que el Señor “fue llamando a los que Él quiso y se fueron con Él” y “nombró a doce para que convivieran con Él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios”.

A esos doce Apóstoles los había estado formando a su lado, para que vieran y oyeran aquello de lo que debían ser testigos. Los había estado formando y corrigiendo: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?” (Mc. 4, 40). Los llevaba consigo para que fueran testigos: en la barca (Mc. 4, 35 y siguientes: “pasemos a la otra orilla”), a algunos de modo especial, como Pedro, Santiago y Juan: testigos de la curación de la suegra de Simón (Mc. 1, 29-31) y de la resurrección de la hija de Jairo (Mc. 5, 37-42).

Ahora, llamó y envió, a los doce, número que evoca las doce tribus del antiguo pueblo de Israel y que así representa el nuevo pueblo de Dios[2].

Los llamó y los fue enviando de dos en dos. Ya no junto a Él, ahora irían en cierta forma ellos solos. Hasta ahora era Él, Jesús, quien había predicado, luchado con los demonios, sanado los enfermos. Desde ahora, los Apóstoles le ayudarán, continuando su misión, su envío.

“De dos en dos”, porque nunca un enviado habla por sí mismo sino respaldado por la comunidad[3], en nombre del nuevo Pueblo de Dios, de la Iglesia.

“De dos en dos”, como era costumbre entre los judíos por una norma establecida en el Antiguo Testamento: para que un testimonio sea creíble o veraz debe haber por lo menos dos testigos.[4]

Y los envió con poder sobre los demonios (Mc. 6, 7), porque los espíritus malignos resistían al reino de Dios.

Y porque para el establecimiento del reino de Dios era necesario vencer al reino del mal.[5]

Pero para que no se engañaran figurándose que ese poder les era propio, para que no olvidaran que los logros no serían cosecha propia, Jesús prescribió a los Apóstoles que no llevaran ni comida (pan), ni equipaje (alforja), ni dinero, y a la vez les permitió no más que un solo bastón, por calzado modestas sandalias y una sola muda de ropa (túnica), o sea: justo y no más que lo necesario. ¿Por qué?

Para que no cedieran al espejismo y la ilusión de que sería por las fuerzas, la sabiduría, la oratoria o los recursos humanos que lograrían los frutos apostólicos, y para que tuvieran bien en claro que lo más importante es la eficacia de la Palabra de Dios y la autoridad y el mandato del que los enviaba.[6]

Y les mandó que en los viajes misioneros no fueran de casa en casa, sin echar raíces, sino que permanecieran hasta marcharse de un pueblo en la misma casa en la que fueren recibidos (Mc. 6, 10). Se ha visto en esta indicación pastoral práctica una norma importante: para cumplir el cometido del envío es necesario formar comunidades. Esa casa, esa familia, debía recibir una formación profunda e intensiva. Esa casa, esa familia, se convertiría en centro o punto de referencia de una comunidad naciente.[7]

Y les mandó sacudir el polvo de los pies como protesta contra quienes no los recibieran y escucharan (Mc. 6, 11).

Sacudir el polvo de sus sandalias era lo que hacían los judíos cuando regresaban de un viaje y habían pasado por territorio de paganos antes de entrar en tierra santa. Mediante este signo los apóstoles harían responsables de su obstinación a quienes se resistían a la predicación del reino. No es el apóstol, el misionero, el predicador quien debe sentir la culpa de tan grave pecado como el de resistir a la Palabra de Dios.[8]

El texto de la primera lectura del día (Amós  7, 12-15), nos habla también de la resistencia a la Palabra de Dios.  La predicación del profeta Amós tampoco había sido bien recibida y él, aunque enviado por Dios, fue rechazado y expulsado. Amós se defendió frente al sacerdote Amasías exhibiendo su condición humilde: no es más que un pastor de ovejas.

La pobreza como signo de que el apóstol no está instalado en este mundo es condición de la veracidad de su testimonio. Para que un testigo sea creíble no basta ir de dos en dos, hace falta además la coherencia de una vida virtuosa, de una vida desapegada.  Por ello Jesús prescribió a los Apóstoles que no llevaran ni comida (pan), ni equipaje (alforja), ni dinero, y les permitió no más que un solo bastón, por calzado modestas sandalias y una sola muda de ropa (túnica).

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Paraná, Argentina

Domingo 12 de julio de 2009


[1] Cf. Luis Rivas, Jesús habla a su pueblo, Domingos durante el año, Ciclo B, Buenos Aires, Conferencia Episcopal Argentina, 2002, pág. 110.

[2] Cf. nota de la Biblia de Nuestro Pueblo, Luis Alonso Schökel, a Mc. 3, 13-19.

[3] Cf. José María González Ruiz, Evangelio según Marcos, Pamplona, 1988, pág. 118.

[4] Cf. Luis Rivas, Jesús habla a su pueblo, Domingos durante el año, Ciclo B, Buenos Aires, Conferencia Episcopal Argentina, 2002, págs. 110-111.

[5] Cf. Luis Rivas, Jesús habla a su pueblo, Domingos durante el año, Ciclo B, Buenos Aires, Conferencia Episcopal Argentina, 2002, pág. 112.

[6] Cf. Luis Rivas, Jesús habla a su pueblo, Domingos durante el año, Ciclo B, Buenos Aires, Conferencia Episcopal Argentina, 2002, pág. 114.

[7] Cf. Luis Rivas, Jesús habla a su pueblo, Domingos durante el año, Ciclo B, Buenos Aires, Conferencia Episcopal Argentina, 2002, pág. 114.

[8] Cf. Luis Rivas, Jesús habla a su pueblo, Domingos durante el año, Ciclo B, Buenos Aires, Conferencia Episcopal Argentina, 2002, pág. 115.