XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
S
an Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: El culto del Corazón

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Deuteronomio 4, 1-2. 6-8; Carta del apóstol Santiago 1, 17-18. 21b. 22. 27; Evangelio según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23 

EL CULTO DEL CORAZÓN 

Después de algunos domingos en los que la liturgia sustituyó por el capítulo 6° del evangelio según san Juan, la lectura continua del evangelio según san Marcos que venimos haciendo este año, hoy lo retomamos. Y lo retomamos en el capítulo 7°, después del relato del milagro de la multiplicación de los panes (Mc. 6, 30-44), que no se leyó en este ciclo porque se optó por la narración que hace del milagro el evangelista san Juan y el largo discurso del Señor sobre el Pan de Vida.

Algunos fariseos y escribas de Jerusalén se acercaron a Jesús (Mc. 7, 1).  Los mismos que después provocaron esa cita de Isaías que hizo el Señor, respondiéndoles. Honraban a Dios  con los labios pero su corazón estaba lejos de Dios (Mc. 7, 6-7). Quienes creían acercarse, en realidad estaban lejos de Dios.

En este fragmento evangélico el Maestro da una lección sobre el auténtico culto a Dios, que no consiste tanto en cumplir las tradiciones humanas, por más respetables que sean, sino en cumplir la voluntad de Dios. El auténtico culto a Dios es el culto del corazón, sin el cual los ritos exteriores pierden valor y se convierten en una hipocresía.

La ocasión, convertida en escándalo para los fariseos y letrados de Jerusalén, fue que vieron a algunos de los discípulos de Jesús tomar los alimentos sin haber realizado previamente los lavados de purificación prescriptos.

Jesús no rechaza las tradiciones de los judíos sobre el lavado de las manos y de la vajilla, reglas de purificación religiosa y no sólo de higiene. Es más, se puede deducir del texto, que Jesús Él mismo cumplía con estos ritos de purificación, por lo que la crítica se dirige más bien a algunos de sus discípulos, no a Él.

Lo que el Maestro enseña, citando un texto de la Sagrada Escritura: Isaías 29, 13, es que eso no basta, que no es suficiente: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos” (Mc. 7, 6-7).

Jesús responde con esto a la pregunta de los fariseos y escribas que acusan a algunos de sus discípulos y les aplica la sentencia bíblica: “Isaías profetizó de la hipocresía de Ustedes. …Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres” (Mc. 7, 6.8).

El pecado de ellos, fariseos y escribas que interpelaban a Jesús, no estaba en lo que hacían (los lavados rituales de purificación) sino más bien en lo que omitían y era más importante (los mandamientos de Dios). 

En el texto del Deuteronomio que proclamamos como primera lectura, Moisés recuerda la centralidad que debía tener para el Pueblo de Israel la voluntad de Dios expresada en los Mandamientos, que debían cumplir “sin añadir ni quitar nada” (siendo que muchas tradiciones humanas sobrecargaban los preceptos originales), porque así serán reconocidos por los demás como sabios y prudentes y Dios estará cerca de ellos siempre que lo invoquen (Deuteronomio     4, 1-2. 6-8).

El cumplimiento de la Ley, y no de las tradiciones humanas, es lo que garantiza la sabiduría de ellos y la cercanía de Dios. 

Y la carta del Apóstol Santiago, que hoy comenzamos a leer de forma continua como segunda lectura por varios domingos, también acentúa la centralidad de la Ley Divina. Se nos exhorta a recibir con docilidad la Palabra de Dios sembrada en nosotros y a no darnos por satisfechos con oírla sino también llevarla a la práctica (Sant.     1, 17-18. 21b. 22. 27).

Recibir con docilidad la Palabra de Dios, la voluntad de Dios, los mandamientos de Dios, y llevarlos a la práctica. 

Volviendo al texto evangélico: A partir del versículo 14, Jesús se dirige ahora no ya a los fariseos y letrados sino a la gente en general, a todos, y luego, dentro de la casa, en privado, a sus discípulos, y profundiza se enseñanza sobre la centralidad del corazón en el culto y el servicio a Dios.

Va más allá de lo que ya había afirmado. Ahora el Señor relativiza la necesidad de los ritos de purificación de lo potencialmente contaminado.

Nada de lo que rodea por fuera al hombre y entra en él puede contaminarlo, no hay alimento que sea impuro (Mc. 7, 15.18-19). Y con ello afirmaba la bondad de las realidades del mundo como obra del Creador. Las cosas de por sí son buenas, no hay maldad en ellas, como se diría más adelante en la Iglesia contra los maniqueos de todos los tiempos.

El mal, el verdadero mal, el mal moral, el pecado, que hace impuro al hombre por dentro, está en el corazón del hombre, del que salen los actos malos. Y enumera Jesús una lista de trece acciones malas que proceden del corazón pecador del hombre: “malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino” (Mc. 7, 20-23).

Pone así el Maestro una de las bases de la moral cristiana que es el acento en la interioridad. El culto religioso y la moral se aúnan en una misma enseñanza sobre la prioritaria interioridad.

Sólo cuando somos sujetos que causamos nuestro obrar, porque con advertencia y consentimiento libre engendramos en nuestro interior una acción mala, ésta nos es imputable como un pecado del que somos responsables.

Ese dentro del hombre del que salen las acciones malas es el corazón que está lejos de Dios, según el profeta Isaías, aunque pueda ese hombre honrarle exteriormente con los labios.

Por oposición, cuando de la interioridad del hombre proceden las buenas acciones, entonces el culto exterior ya no es hipocresía ni doblez sino coherencia unitaria. Ese corazón del hombre experimenta que Dios está cerca y que él está cerca de Dios.

Entonces el corazón del hombre escucha dócilmente la Palabra de Dios y la lleva a la práctica. Escucha sus Mandamientos y los cumple. 

Y tú, ¿estás lejos o cerca de Dios? A lo mejor crees que está cerca pero no lo estás tanto.

Abre tus oídos y tu corazón para que la Palabra de Dios sea sembrada en tu interior. Escucha, guarda y vive lo que has oído y guardado.

También hoy como entonces, también en la Iglesia, podemos sufrir la tentación de darle a lo secundario más importancia que a lo importante. También hoy como entonces, también en la Iglesia, podemos ceder a la tentación de ir con cuentos al Maestros e interpelarlo por lo que nos parece que nuestro hermanos no cumplen. Cuidado: el Señor saldrá en su defensa, porque conoce mejor que tú lo que hay en su corazón. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia Sagrado Corazón de Jesús y Capilla Policial san Sebastián

Paraná, Argentina

Domingo 30 de agosto de 2009