XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7,31-37: Todo lo ha hecho bien

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

Sitio Web

 

 

Isaías 35, 4-7; Carta del apóstol Santiago 2, 1-5; Evangelio según san Marcos 7, 31-37 

TODO LO HA HECHO BIEN

En el relato evangélico del día vemos a Jesús mostrándonos con su ejemplo que tratar con los paganos, y hasta tocarlos, no es causa de impureza que merite lavados rituales (cf. evangelio del domingo pasado: Mc, 7, 1-13).

El Señor, hallándose todavía en una región pagana, viniendo de Tiro y Sidón y pasando por la Decápolis, de vuelta hacia el lago de Galilea, tocó a un sordomudo, metiéndole los dedos en los oídos y con saliva la lengua, y hizo oír y hablar normalmente a ese pagano que estaba privado de la audición y el habla.

Así Jesús cumplía lo que el apóstol Santiago exhorta a vivir a los cristianos según el modelo del mismo Dios, que no hace acepción de personas sino que más bien prefiere a los pobres, “para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman” (Sant. 2, 1-5, primera lectura).

Ese sordomudo, porque no podía escuchar ni hablar, y porque no pertenecía al Pueblo de Israel, integraba el grupo de los pobres a quienes el Salvador venía a enriquecer con la fe y hacer herederos del Reino.

Los paganos en general, que aún no habían recibido el anuncio, la buena nueva del evangelio, estaban sordos, y era necesario que sus oídos se abrieran para escuchar a la Palabra de Salvación. Sus lenguas debían soltarse para que salieran a proclamar de Jesús: “todo lo ha hecho bien”.

Esta llamativa colección de signos por medio de los cuales Jesús hizo el milagro de la curación del sordomudo eran señales que hacía Jesús al pueblo pagano para que advirtieran que el Reino estaba cerca (Mc. 1, 15).

Jesús acá hacía señales dirigidas a los paganos y también las mismas señales estaban dirigidas a los judíos. Estos conocían el anuncio alentador del profeta Isaías referido a los tiempos de la llegada del Mesías Salvador (Is. 35, 5 y ss.): “¡Él mismo (Dios) viene a salvarlos! Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo” (primera lectura).

También muchos judíos eran todavía sordos frente a la Palabra de Salvación. Ellos, que conocían la Sagrada Escritura, debieron reconocer los signos del arribo de los tiempos del Mesías. Ellos debían admirarse y decir de Jesús “Todo lo ha hecho bien”, reconociendo en Jesús al mismo Creador del Génesis, que todo lo hizo bien, lo contempló y viendo que era bueno lo aprobó (Gen. 1, 1 y ss.).

Sin embargo, llama la atención que habiéndole dado la capacidad de hablar, Jesús mandó, al que era sordomudo y a los testigos, que no contaran lo que Él había hecho, que no hablaran del milagro. Esta advertencia parecía tener en cuenta a los judíos, que necesitaban tiempo para no malinterpretar su mesianismo según interpretaciones terrenas que eran corrientes; pero también a los mismos paganos, para que no lo tomaran por un hechicero o mago. Por eso el secreto: curó al sordomudo a solas, apartado de la gente. Ganaba así al mismo tiempo el Señor la intimidad de una relación personal con este hombre, para que el sordomudo curado no olvidara que le dio la audición para que le escuchara a Él y le soltó la lengua para que oportunamente de Él hablara.

Así lo ilustran las palabras del Ritual para la administración del sacramento del bautismo, indicando que el sacerdote, a imitación de los gestos del mismo Jesús, toque con el pulgar los oídos y la boca de cada bautizado mientras dice “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te permita, muy pronto, escuchar Su Palabra y profesar la fe para gloria y alabanza de Dios Padre”. Que se abran los oídos para escuchar a Jesús y se suelte su lengua para profesar la fe en Él y alabar al Padre y a Su Hijo.

Teniendo en cuenta este rito post bautismal de la liturgia, tomamos mayor conciencia del por qué Jesús despliega tantos gestos para realizar el milagro: imposición de manos, meter los dedos en los oídos del sordo, tocar con saliva la lengua del mudo o balbuceante (dice el texto que el hombre apenas hablaba, quizás emitía algunos sonidos), levantar la vista al cielo, suspirar y decir esa palabra “Ábrete”.

Estrictamente no era necesario ese menú de gestos. ¿Por qué hacé Jesús de este modo lo que podía hacer más sencillamente? ¿No prefería justamente la privacidad, el disimulo, no ser noticia?

Hay, por de pronto, una razón inmediata de estos gestos. Estaban dirigidos al sordomudo. Y con un sordo uno no se comunica sino a través de gestos.

Pero todavía podríamos decir que, de esta manera, Jesús quiso manifestar claramente hasta dónde la Palabra se hizo carne. Al obrar así, mostraba su real condición humana y su solidaridad con toda la humanidad. ¿No son precisamente todos estos gestos, acciones humanas bien encarnadas, sensibles: tocar, suspirar, suspirar…?

Como una prolongación de esos gestos salvadores de Jesús quedó en los sacramentos de la Iglesia. Por los sacramentos Jesús sigue tocando, llegando, sanando, aliviando, consolando, salvando, abriendo oídos sordos, haciendo hablar mudos. No es la Iglesia, es Jesús mismo quien por los sacramentos toca a quienes los recibimos.

Las lecturas de este domingo son muy alentadoras. La profecía de Isaías (primera lectura), por de pronto, que dirigiéndose al Pueblo de Israel dice: “brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa; el páramo se convertirá en un estanque y la tierra sedienta en manantiales”. La carta del apóstol Santiago, que condena toda discriminación de los pobres. Y, finalmente, el evangelio, que abre la salvación a los pueblos paganos y termina exitosamente con esa alabanza o elogio de Jesús fruto de la admiración: “Todo lo ha hecho bien”. 

Todo nos inspira a la confianza en Jesús, el que “todo lo hizo bien”. Si nos llevan ante Él como al sordomudo, Él frenará su viaje, se detendrá, pondrá en pausa al resto del mundo, nos tomará aparte y nos dedicará un tiempo a solas con Él, para un encuentro personal con Él. Solidario con nuestra humanidad hasta en lo sensible, se las arreglará para comunicarse con nosotros hasta por señas como con el sordomudo.  Con Él miraremos al cielo, y su mirada nos llevará al Padre. Y su suspiro nos vivificará. Y su palabra, casi una orden, “ábrete”, podrá obrar en nosotros inmediatamente, como ocurrió con el sordomudo. Y se abrirán nuestras sorderas. Y se soltará nuestra lengua para hablar y alabarle. Se abrirán nuestros oídos para escucharle a Él, que es la Palabra de Salvación. Se abrirán nuestros oídos para no ser sordos ante los pobres y sordomudos que nos rodean y necesitan nuestra ayuda. Se soltará nuestra lengua para hablar. Para proclamar que “todo lo ha hecho bien”, para reconocer la bondad de la creación de Dios y no temer al mal. Para hablar o callar según sea oportuno.

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia Sagrado Corazón de Jesús y Capilla Policial san Sebastián

Paraná, Argentina

Domingo 6 de septiembre de 2009