XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 35-45:
El Calíz compartido

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 53, 10-11: Carta a los Hebreos 4, 14-16; Evangelio según san Marcos 10, 35-45 

EL CÁLIZ COMPARTIDO 

El último domingo hemos seguido en el evangelio según san Marcos la enseñanza de Jesús sobre el valor relativo de los bienes y riquezas de este mundo frente al Reino de Dios (Mc. 10, 17-30). Hoy continuamos con el mismo capítulo del evangelio, donde, en consideración al mismo Reino, se desmerece la ambición de poder y dominio y se resalta el ejercicio de la autoridad como servicio y entrega, poniéndose el Maestro como ejemplo.

Un contexto relevante, que no se proclama en la liturgia, lo constituyen los versículos 31 a 34 del capítulo 10, después del fragmento que leímos el domingo pasado e inmediatamente antes del que proclamamos hoy.

En el verso 31, san Marcos pone en boca de Jesús, que acaba de hablar de la recompensa que espera en esta y la vida eterna a quienes han dejado todo por Él y por el Evangelio, estas otras palabras: “Porque muchos primeros serán los últimos y muchos últimos serán los primeros”.

La referencia del versículo 31 se hace más comprensible después que leemos la lección que dará el Maestro, primero a Santiago y Juan, y después a los otros diez discípulos, sobre la ambición de tronos, cargos, honores y poder. Muchos, que en esta vida por su autoridad serán estimados como los primeros, en la vida eterna llegarán los últimos, y a la inversa. Se contrapone una manera y medida de valorar frente a otra que es la medida del Reino de Dios. Se comparan y distinguen dos modos de ejercer la autoridad, el de los paganos, y el cristiano. “Aprendan del Hijo del Hombre, que no vino a ser servido sino a servir”.

Luego se establece que Jesús y sus discípulos iban camino hacia Jerusalén, que Jesús iba adelante y que los otros lo seguían con miedo (Mc. 10, 32). Este viaje a Jerusalén es determinante, porque Jesús va camino hacia su Pascua.

Y eso es lo que no les oculta sino que por tercera vez Jesús les anuncia a los doce, que en Jerusalén el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y letrados, condenado a muerte, entregado a su vez a los paganos, burlado, escupido, azotado, que le darán muerte y luego de tres días resucitará (Mc. 10, 33-34).

Después de este anuncio viene la gestión de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, quienes, comprendiendo que llega pronto el final, y la instauración del Reino, se adelantan a sus pares para asegurarse estar sentados a la derecha y la izquierda del Señor en su gloria.

Se ha señalado[1] que esta mala comprensión, por parte de los discípulos, de las palabras de Jesús sobre su muerte y resurrección no ha faltado tampoco en el primero y el segundo anuncio que hizo Jesús de su próxima Pascua según san Marcos. Después del primero fue cuando Pedro mereció ser llamado Satanás (Mc. 8, 31-33). Y al segundo anuncio siguió la discusión de los discípulos sobre quién de ellos era el mayor (Mc. 9, 31-34). En esta última oportunidad, después del segundo anuncio de su Pasión,  Jesús ya les había dicho a los doce apóstoles: “El que quiera ser el primero que se haga el último y el servidor de todos” (Mc. 9, 35).

Pero se ve que no habían comprendido bien la enseñanza del Maestro, porque hoy les vemos, a los doce, peleándose otra vez por los primeros lugares. A la petición de Santiago y Juan, siguió el enojo y la bronca de los otros diez, porque aquellos dos les habían ganado de mano en pedir lo que ellos también ambicionaban. Querían ser los primeros sin haberse hecho antes los últimos y servidores de todos.

Para participar de la gloria de Jesús debían compartir antes con Él su cáliz y su bautismo. El cáliz se refiere a su pasión (dirá Jesús al Padre: “si es posible aparta de mí este cáliz”, Mc. 14, 36), por el bautismo, que es como una inmersión,  habla de su muerte.

No pidieron esos dos un lugar a la derecha e izquierda de la cruz, como los dos ladrones, sino un pase directo a dos tronos junto a Jesús Resucitado. Ellos pidieron un lugar cerca del Señor en su gloria, pero Él les ofrece estar cerca suyo en su Pasión y Muerte.

No sabían lo que pedían Santiago y Juan, no sabían Santiago y Juan lo que prometieron cuando, con cierta petulancia o presunción, respondieron a Jesús que estaban dispuestos a beber su cáliz y recibir su bautismo. Sin embargo, Jesús tomó su compromiso y profetizó que ellos dos beberían su cáliz y recibirían el mismo bautismo que Él, porque compartirían su pasión y su muerte. Esto es lo importante, que por ese camino compartirían su gloria, y no el querer saber o discutir sobre el lugar que cada uno ocuparía en el Reino de Dios.

Dirigiéndose ahora a todos los apóstoles, les instruyó el Señor a ser los primeros haciéndose servidores de los demás. Y se puso como ejemplo Él mismo: “porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc. 10, 45).

¿No les había anunciado que en Jerusalén el Hijo del Hombre iba a ser entregado a los sumos sacerdotes y letrados, condenado a muerte, entregado a su vez a los paganos, burlado, escupido, azotado, y que le darían muerte y luego de tres días resucitaría? (Mc. 10, 33-34).

En estas palabras de Jesús: “el Hijo del Hombre no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc. 10, 45), el servicio a todos aparece asociado a la ofrenda victimal de su vida como rescate. Como dice el texto del profeta Isaías que proclamamos como primera lectura del día hablando del Siervo o Servidor sufriente: “Dios quiso aplastarlo con el sufrimiento. Ofrece su vida en sacrificio de reparación…Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos” (Is. 53, 10-11). En Mc. 10, 45, Jesús se aplicaba a Sí mismo esta profecía.

Y, porque como víctima ofrendada y justificadora, fue sometido a la prueba del sufrimiento, aunque no al pecado, cargando los pecados ajenos, Jesús se hizo Sumo Sacerdote capaz de compadecerse, de tener misericordia y de ser para nosotros, con su gracia, auxilio en nuestras debilidades (cf. la segunda lectura, Hebreos 4, 14-16). Porque sufrió se hizo capaz de compasión. Acá el Servidor aparece asociado, no a la víctima, sino al Sacerdote que ofrece el sacrificio que rescata a los hombres de su pecado.

Cuando Santiago y Juan pidieron los dos tronos, querían asemejarse a Jesús en su gloria, pero olvidaron pedir hacerse semejantes a ese modelo en el amor, la compasión, la misericordia y el servicio. Éste era el significado del compartir su cáliz y su bautismo, porque es el amor, la compasión y la misericordia lo que motiva e impulsa el servicio y la entrega.

Como así también debe ser la caridad, el amor para servir a los demás, lo que mueva el ejercicio de toda autoridad.

Podríamos todavía nosotros preguntarnos cómo ejercemos de hecho nuestros ámbitos de autoridad en la Iglesia o la sociedad civil. Si lo hacemos como ocurre “entre los paganos”, “como gobernantes poderosos que imponen su autoridad y dominan las naciones como si fueran sus dueños” (Mc. 10, 42-43). O si hemos tomado conciencia de que después de Jesús y del Evangelio, todo debe ser transformado y la escala de los valores ha sido trastocada. Que los primeros deben comportarse como los últimos y los grandes como los servidores.

En esta suerte de nuevo paganismo que hoy vive la cultura humana, vuelve a desmerecerse como una debilidad la actitud de servicio y hasta el amor victimal. Cuando rige un fenomenal hedonismo, este lenguaje evangélico de cáliz y bautismo, de sufrimiento y muerte, que no es ciertamente muerte sino para dar nueva vida, es hoy casi incomprensible. 

Con todo, dialogando con nuestros contemporáneos, todavía podemos lograr que reconozcan que por amor de lo que nos importa mucho, tantas veces los hombres ponemos al costado, renunciamos y sacrificamos otros valores válidos. ¿No lo hace así una buena madre por un hijo suyo? ¿No es capaz de sacrificarse por él?

Y así, podemos ayudarles a acoger la revelación del Señor que asocia la felicidad, la beatitud, el consuelo y la herencia futura con los pobres, los sufridos, los perseguidos a causa de la justicia, las víctimas (sermón de las bienaventuranzas). Como dice el texto de Isaías sembrando esperanza y mirando al futuro: “Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado”. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia Sagrado Corazón de Jesús y Capilla Policial san Sebastián

Paraná, Argentina

Domingo 18 de octubre de 2009



[1] José Aldazábal, Enséñame tus caminos, Domingos Ciclo B, Buenos Aires, Ágape, 2005, pág. 434.