V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 5, 1-11:
La Palabra de Dios que llama

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 6, 1-2a. 3-8: I° carta de san Pablo a los cristianos de Corinto 5, 1-11; Evangelio según san Lucas 5, 1-11

LA PALABRA DE DIOS QUE LLAMA 

Existe un paralelo entre la primera lectura, en la que el propio profeta Isaías nos relata cómo Dios lo llamó y lo envió, y el evangelio según Lucas, que nos cuenta el llamado que Jesús hizo al apóstol Pedro a ser pescador de hombres.

Se trata en los dos casos precisamente de un llamado, una vocación.

En ambos hay una fuerte experiencia mística, una conciencia de la imponente presencia divina. Isaías dice que vio al Señor, al Rey, sentado en un trono y rodeado de ángeles que le alaban. Los apóstoles Pedro, Santiago y Juan fueron testigos del milagro de la pesca milagrosa obrado por Jesús.

Ante la visión de la gloria de Dios Isaías tuvo miedo y se sintió, como por contraste, impuro, pecador. Pedro, después del milagro de la pesca abundante, también, con Santiago y Juan, sintió temor (Lc. 5, 9) y “cayó a los pies de Jesús y dijo ¡Apártate de mí que soy un pecador!” (Lc. 5, 8).

Entonces, uno de los serafines tocando con una brasa ardiente los labios del profeta Isaías lo purificó de sus pecados. Y  se oyó la voz del Señor que decía ¿a quién enviaré? E Isaías respondió: Aquí estoy, envíame. Y a Pedro Jesús le dijo “no temas, en adelante serás pescador de hombres”. No leemos para el caso de Pedro, Santiago y Juan aquel “Aquí estoy envíame” pero el evangelista anota que ellos, “amarrando las barcas, lo dejaron todo y le siguieron”.

El gráfico de la vocación y respuesta en ambos hombres es el mismo: Dios se manifiesta, Dios llama (es la voz del Señor para Isaías, la palabra del Maestro para Pedro: en adelante serás pescador de hombres), el destinatario del llamado experimenta miedo por su falta de dignidad e impureza, Dios lo purifica de su pecado, el convocado acepta el llamado y Dios lo envía.

Es notable la presencia del temor, el miedo tanto en Isaías como en Pedro. Ambos quedan como aterrorizados, paralizados porque los supera la gloria y el poder de Dios. No porque Dios sea un Ser a quien le guste imponerse por el temor. Se trata de una experiencia que rompe lo cotidiano y abre a una inmensidad inusitada y deslumbrante no acostumbrada que deja sin control. En la historia de la vocación de Simón Pedro se ve claramente cómo Jesús responde al temor suscitado. Con su palabra que seguramente contagia serenidad y da fuerzas le dice “No temas”. Y de inmediato se dio un cambio en el ánimo de Pedro y sus compañeros, quienes, dejándolo todo, sin miedo, le siguieron. Por otra parte, el recuerdo de la pesca milagrosa los alentaría a superar el temor causado por la desproporción de los medios y recursos humanos y de sus propios pecados frente a la empresa de la evangelización a la que eran convocados. Contra toda la lógica y la experiencia de un pescador curtido que no había pescado nada durante la noche, Pedro echó las redes porque Jesús se lo dice. O sea que es la Palabra de Jesús y no sus propias fuerzas, a pesar de sus pecados, la que hizo la pesca abundante y hará de él un pescador de hombres.

Sin dudas el pecado, nuestros pecados son la fuente de muchas desesperanzas y falta de potencia misional y evangelizadora nuestras. En ambos textos vimos cómo se resuelve esto: Dios, que tiene la iniciativa en llamar, también la tiene en purificar y expiar los pecados de sus enviados. ¿Puede Dios ignorar quién es aquel a quién está llamando y enviando? Es imposible. Y, entonces, si llama y envía a un pecador es porque quiere y tiene el poder de limpiarlo. No lo envía pecador sino pecador purificado que siempre mantendrá la conciencia de haber sido, aunque indigno, llamado y purificado.

Es la potencia de la Palabra de Dios la que llama, purifica y envía. Por ello no está escrito irrelevantemente el inicio del capítulo quinto del evangelio que dice que la gente se agolpaba junto al Maestro para escuchar la Palabra de Dios (Lc. 5, 1).  Y esto debe ser siempre la fuente de nuestra esperanza: Él nos llamó, purificó y envío. No temamos, Él se ocupará…

Es necesaria, no obstante, nuestra colaboración libre como respuesta al llamado. No es apartándonos de Él, de Jesús, como parece insinuar Pedro cuando le dice “apártate de mí que soy un pecador” sino manteniéndonos siempre cerca suyo (Jesús se subió a la barca de Pedro, Lc. 5,3). Con Él navegaremos lago adentro, sin temor a alejarnos de la costa segura, enviados, abiertos a la inmensidad del mundo, para pescas abundantes de hombres. No nos atribuiremos esos méritos a nosotros sino a Él, a Jesús. No es Pedro en la barca, por ello no es irrelevante el detalle de que se ayudaron todos, los de ésa y la otra barca, para recoger la inmensa cantidad de peces del milagro (Lc. 5,6).

Este texto evangélico debe llenarnos de confianza en un momento de la historia en que todos parecen decir que no hay pesca en la barca de la Iglesia, en una hora nocturna de la navegación donde con Pedro podríamos muchos decir: “hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada” (Lc. 5, 5). Hoy, como hizo Pedro, y a pesar de las objeciones humanas que podamos presentar, teniendo en cuenta la Palabra de Jesús, la fuerza de la Palabra de Dios, como dijo Pedro, deberíamos decir: “porque Tú lo dices echaré las redes”. A pesar de todo….Quizás hace más falta que caigamos de rodillas frente al Señor reconociendo y dejándonos deslumbrar por su acción continua en la historia. También hoy hay gente que se agolpa para escuchar la Palabra de Dios (Lc. 5, 1), hay multitudes a las que Jesús quiere enseñar desde la barca (Lc. 5, 3).  

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Domingo 6 de febrero de 2010

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, Paraná