VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 6,17.20-26: Un programa para ser feliz

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

Sitio Web

 

 

Jeremías 17, 5-8; 1° carta de san Pablo a los cristianos de Corinto  15, 12. 16-20: Evangelio según san Lucas 6, 12-13. 17. 20-26 

UN PROGRAMA PARA SER FELIZ 

En la lectura del evangelio del día, del capítulo 6° según san Lucas, se incluyen dos momentos. El primero, en los versos 12 y 13, es la elección y llamado que hace Jesús de sus doce apóstoles, después de haber pasado Él una noche de oración en la montaña. El segundo momento ya no se desarrolla en la montaña sino en el llano (al menos para san Lucas, no así para san Mateo, por lo que este discurso de Jesús no debería llamarse sermón de la montaña sino de la llanura). En este segundo momento, Jesús está con los apóstoles que eligió y llamó, pero además junto a una gran multitud de gente venida de muchas partes para escucharle y ser sanados por Él (Lc. 6, 17-18). “Mirando a sus discípulos” (Lc. 6,20) Jesús les habló y les predicó el sermón de las bienaventuranzas o felicidades.

Uno y otro momento están vinculados. Las palabras de Jesús, el sermón de las bienaventuranzas tuvo su fuente en la oración de Jesús, en su comunión con el Padre (“subió a la montaña a orar y se pasó la noche orando a Dios”, Lc. 6, 12). Por otra parte, si en las Bienaventuranzas Jesús define los nuevos valores y el programa del Reino, se trata de un programa de vida, un programa para ser feliz que el Señor propone a los apóstoles que eligió y llamó y a todos sus discípulos.

La referencia a los discípulos no es un detalle sin relevancia. La predicación de las Bienaventuranzas, en efecto, no sólo tiene su fuente en la oración de Jesús sino que también nace de la mirada que Jesús dirige a sus discípulos. Ellas describen la situación de los discípulos del Señor: son pobres, no están saciados, lloran, son perseguidos, y precisamente por eso son bendecidos y considerados bienaventurados. Ellas enseñan lo que significa e implica ser discípulo de Jesús. Las Bienaventuranzas expresan la auténtica situación de todo creyente que quiere vivir según la escala de valores de Jesús y su inevitable confrontación con los criterios y valores invertidos del mundo[1].

La referencia a “los discípulos”, por un lado, y, por otro, a la multitud, no es contradictoria. Jesús dirige el sermón de las bienaventuranzas a todos, por eso lo rodeada gente venida de muchas partes. A todos anuncia que el Reino de Dios ya ha llegado, en Él, y ya es causa de bienaventuranza, felicidad, dicha, alegría.

Y se menciona a los discípulos no para restringir a ellos los destinatarios de su enseñanza sino para abrirlo a la universalidad, para ampliarlo a todo hombre que escuchando y acogiendo su Palabra se haga precisamente discípulo de Jesús. El mensaje se dirige a todos, pero con la condición de que se hagan sus discípulos, porque sólo podrán comprenderlo quienes lo sigan, caminen con Él[2].

El discípulo de Jesús se contempla en el espejo y modelo del Maestro. Las Bienaventuranzas son, antes que nada,  el autorretrato del mismo Jesús. A las Bienaventuranzas Jesús no sólo las proclamó sino que primero Él las vivió. Él, Jesús, es el auténtico pobre, el auténtico hambriento, el auténtico sufriente, el auténtico perseguido, perseguido, el nuevo profeta injuriado y calumniado como los antiguos. Las Bienaventuranzas tienen, pues, un carácter cristológico. Manifiestan el Misterio Pascual, la Muerte y Resurrección definitiva de Cristo. Unido al Misterio de Jesús, y en comunión con Él, el discípulo también experimenta en su existencia la Muerte y la Resurrección, el sufrimiento y la beatitud. O más bien: Cristo mismo en cierto sentido sigue sufriendo y muriendo y resucitando en sus discípulos[3].

En este sentido, aunque la segunda lectura de la liturgia, de la primera carta a los corintios, no está necesariamente vinculada a este evangelio, viene muy a propósito. Las bienaventuranzas son proclamadas por Jesús en clave pascual (Lc. 6, 20-26) y el apóstol san Pablo centra la fe y la esperanza cristiana en la resurrección de Jesús y nuestra futura resurrección (1 Cor. 15, 12. 16-20).

Comparando las lecturas evangélicas paralelas, podríamos agregar que mientras que en san Mateo las Bienaventuranzas son ocho (Mt. 5, 1-12), en el evangelio según san Lucas (Lc. 6, 20-23) las Bienaventuranzas son cuatro: los pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos. Los pobres son proclamados felices serán propietarios del reino, los hambrientos porque serán saciados, los que ahora lloran porque reirán, los perseguidos a causa del Hijo del Hombre porque recibirán la recompensa en el cielo.

Por otra parte, en Lucas, no así en Mateo, a las bienaventuranzas siguen cuatro desdichas que forman una especie de antítesis con las bienaventuranzas: los ricos, los saciados, los que ríen y los felicitados, siempre vinculando lo que ocurre ahora con lo que va a ocurrir en el futuro: los ricos serán despojados, los saciados pasarán hambre, los que ríen llorarán y harán duelo, los adulados serán perseguidos.

Podemos relacionar las desdichas del sermón de Jesús con la primera lectura del día, la del profeta Jeremías. Según éste, es un insensato, le llama “maldito”, un perdedor, un infeliz, quien pone su confianza en el hombre y la carne, en sus propias fuerzas y los criterios o valores humanos, es estéril como matorral en la aridez del desierto. Mientras que es bendito (por oposición a maldito), feliz, el que pone su confianza en Dios, fecundo como un árbol plantado al borde del agua.

Si observamos con atención la lectura del evangelio, advertimos en las bienaventuranzas, una comparación entre lo que sucede en el presente y lo que sucederá en el futuro.

Las Bienaventuranzas de Jesús se refieren a un don gratuito dado en esperanza para el futuro, son promesas escatológicas. Sin embargo, ellas no deben entenderse exclusivamente como una felicidad anunciada sólo para un futuro o más allá lejano. Las Bienaventuranzas proclaman que el Reino de Dios ya está presente, está actuando ya, y ya en el presente causan la alegría. Son una promesa inicialmente realizada[4].

El evangelio de las Bienaventuranzas aparece en contraste con el mensaje de la mentalidad posmoderna actual, que, del mismo modo que las desdichas proclamadas, pone o apuesta a la felicidad en las actitudes contrarias: la de los ricos, los hedonistas, los egoístas e individualistas, los que no se comprometen solidariamente por los demás…, y que resultan un sustituto de la auténtica felicidad, una felicidad reducida al placer del momento que no es más que una droga sedante y no resuelve los grandes problemas del hombre contemporáneo.  Como matorral en la aridez del desierto (Jeremías).

En el Sermón de las Bienaventuranzas, Jesús nos enseña cómo hallar la auténtica felicidad. Son un programa de vida eficaz para ser de verdad felices. Por eso, las bienaventuranzas, como la imagen del hombre que propone,  son siempre actuales. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial san Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 14 de febrero de 2010



[1] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 98-101.

[2] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 93. 96.

[3] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 100-102.

[4] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 99.