I Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Lucas 4, 1-13: Entrar con Jesús en el desierto

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Deuteronomio 26, 4-10; 1° carta de san Pablo a los cristianos de Roma 10, 8-13; Evangelio según san Lucas  4, 1-13 

ENTRAR CON JESÚS EN EL DESIERTO 

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, se alejó del Jordán y se dejó llevar por el Espíritu al desierto, donde permaneció cuarenta días, siendo tentado por el diablo.” (Lc. 4, 1-2).

El mismo Espíritu de Dios que bajó, del cielo abierto, como una paloma y se posó sobre Jesús cuando recibió el Bautismo (Lc. 3, 22), ungiéndolo para la misión mesiánica, del que dice san Lucas que Jesús está lleno, ahora le mueve y lleva al desierto.

Así inicia su misión mesiánica Jesús, el Ungido por el Espíritu. El relato de las tentaciones se sigue lógicamente del Bautismo del Señor.

Como nos decía el Santo padre Benedicto XVI en la homilía de la celebración del miércoles de ceniza:

“Ese largo tiempo de silencio y de ayuno (los cuarenta días transcurridos en el desierto) fue para (Jesús) un abandonarse completamente al Padre y a su designio de amor; fue un “bautismo”, es decir, una “inmersión” en la voluntad del Padre, y en este sentido, un anticipo de la Pasión y de la Cruz”[1].  De ahí la obvia relación entre su bautismo y las tentaciones del desierto.

El desierto, además de ámbito privilegiado de oración en soledad y de encuentro con Dios, lo es a la vez de combate espiritual.  Jesús es llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el demonio (Lc. 4, 2).

Se trata de una confrontación del Mesías frente a la tentación de cambiar el sentido de su misión mesiánica. Es un enfrentamiento de Jesús con quien pretende ser el rival de Dios, con el demonio. ¿Cumplir la voluntad del Padre o apartarse de Su voluntad dejándose seducir por caminos más fáciles, renunciando a su misión, rindiéndose y entregándole el campo al demonio?

¿Qué significa para Jesús ser el Salvador, ser el Mesías? Ésta es la cuestión de fondo de las tentaciones del desierto.[2]

Y continuaba diciendo el Santo Padre el miércoles de ceniza:

“Adentrarse en el desierto y permanecer mucho tiempo, solo, significaba exponerse voluntariamente a los asaltos del enemigo, el tentador que hizo caer a Adán y por cuya envidia entró la muerte en el mundo (cf. Sab. 2,24); significaba entablar con él una batalla a campo abierto, desafiarlo sin otras armas que la confianza sin límites en el amor omnipotente del Padre. Me basta tu amor, me alimento de tu voluntad (cf. Jn 4,34): esta convicción habitaba la mente y el corazón de Jesús durante esa “cuaresma” suya. No fue un acto de orgullo, una empresa titánica, sino una decisión de humildad, coherente con la Encarnación y el bautismo en el Jordán, en la misma línea de obediencia al amor misericordioso del Padre, que "tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo unigénito" (Jn 3,16)”[3].

Tan solidario quiere hacerse el Verbo hecho carne con el hombre, con el hombre tentado y caído, pecador, que acepta hacerse como vulnerable y exponerse a la tentación del mal. Esta lucha integra el drama de toda existencia humana. Como dice la Carta a los Hebreos 4, 15: “no es insensible a nuestra debilidad ya que, como nosotros, ha sido probado en todo, excepto el pecado”.[4]

Y Jesús se hace solidario de todo hombre también en esto. Así como no necesitaba ser bautizado pero quiso ser bautizado, en estrecha relación con el bautismo, también el Señor quiso ser tentado. La tentación estará no sólo al principio; acompañará todo el camino de Jesús. Las tentaciones del desierto son como un anticipo en el que se condensa toda su vida.  En la oración del monte de los Olivos, contemplamos otra vez a Jesús venciendo la tentación de apartarse de su misión mesiánica.[5]

Las tentaciones de Jesús en el desierto son como un entrenamiento para el combate de toda su vida.

A nosotros también el Espíritu nos conduce, temprano o tarde, al combate espiritual, para que con el ejemplo y la fuerza de Jesús venzamos al mal.

“Todo esto el Señor Jesús lo hizo por nosotros. Lo hizo para salvarnos, y al mismo tiempo para mostrarnos el camino para seguirle. Seguir a Jesús en el desierto cuaresmal es condición necesaria para participar en su Pascua, en su “éxodo”. Adán fue expulsado del Paraíso terrestre, símbolo de la comunión con Dios; ahora, para volver a esta comunión y por tanto a la vida verdadera, es necesario atravesar el desierto, la prueba de la fe. ¡No solos, sino con Jesús! Él – como siempre – nos ha precedido y ha vencido ya el combate contra el espíritu del mal. Este es el sentido de la Cuaresma, tiempo litúrgico que cada año nos invita a renovar la elección de seguir a Cristo por el camino de la humildad para participar en su victoria sobre el pecado y sobre la muerte[6]. 

Tres evangelistas nos relatan las tentaciones de Jesús: Marcos, Mateo y Lucas. El de Marcos es un relato muy breve. En Mateo y Lucas hallamos tres tentaciones, y mientras ambos evangelistas coinciden en lo esencial y ponen como primera tentación la de convertir las piedras en pan, difieren en el orden de la segunda y tercera prueba a la que es sometido el Señor. Seguimos en este ciclo litúrgico el orden que nos trasmite san Lucas y el comentario del Papa Benedicto XVI.

En las tres tentaciones, que en verdad son una misma y única prueba, se manifiesta con claridad lo esencial de toda tentación, que, incluye dos aspectos:

1.     La tentación pretende dejar a Dios de lado, considerar a Dios como algo secundario, ilusorio, superfluo e incluso molesto, de modo que el hombre en la vida moral se maneje con independencia. Dios no es real sino una ilusión aparente. Dios no es la fuente de la bondad moral; compete al hombre inventar o calificar lo que está bien o mal.

2.     Con ese objetivo, el tentador adopta una careta o apariencia de bondad moral, finge mostrarnos el bien, con la pretensión de realismo frente a lo ilusorio (Dios y su voluntad). Lo real sería el pan y el poder.[7] 

En el entrenamiento espiritual de esta Cuaresma, reconozcamos los rasgos de la tentación y definamos claramente nuestra posición del lado de Jesús o del lado del demonio. 

Volvamos al relato de las tentaciones. Escribe san Lucas que Jesús no comió nada durante esos 40 días y al final “sintió hambre” (Lc. 4, 2).

Con esta referencia cronológica de los 40 días y 40 noches, se evocan simbólicamente los 40 años en que el Pueblo de Israel pasó por el desierto, donde sufrió la tentación, y sucumbió ante la tentación. Los textos bíblicos citados por Jesús en su respuesta al demonio en las tres tentaciones están tomados del Deuteronomio y aluden a la travesía del Pueblo de Israel por el desierto. Jesús es presentado como un nuevo Moisés, que en un nuevo Éxodo, da forma y conduce hacia Dios al Pueblo de la Nueva Alianza, la Iglesia, venciendo al tentador. En eso consiste su misión mesiánica: en llevar hacia Dios, hasta ese Dios de quien por el pecado el Pueblo amado se había apartado. Dios es la Tierra Prometida hacia la que, cual nuevo Moisés, Jesús pastorea a su Pueblo.

Pero estos 40 días han sido también vistos como un símbolo global de toda la historia de la humanidad. Jesús recorre el drama de toda la historia humana, que asume en sí.[8] El Pueblo pastoreado es toda la humanidad. Donde todo hombre es vencido por el tentador, el Hombre Jesús, asumiendo en sí todo lo humano, venciendo definitivamente al mal, reivindica y restaura a todo hombre.

El nombre del tiempo litúrgico que acabamos de iniciar, la Cuaresma, viene precisamente de esta referencia cronológica de las tentaciones en el desierto. En la Cuaresma, somos invitados a luchar contra el mal y a vencer la tentación con la fuerza de Jesús.

Con el recuerdo de  la experiencia dramática de nuestras propias hocicadas ante el tentador y las heridas de nuestras caídas, también somos de antemano reivindicados y restaurados por Jesús que venció al demonio. Lo venció aquellos días de combate en el desierto, como anticipo de la victoria definitiva y rotunda sobre el mal en su Pascua.

Primera tentación

“El diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra se convierta en pan». Le respondió Jesús: «Está escrito: no sólo de pan vive el hombre»” (Lc. 4, 3-4).

Es la primera tentación. 

La del demonio es igual a otra voz, burla y tentación a la vez, que oirá Jesús la la de los que pasaban por el calvario: “si es hijo de Dios, que baje de la cruz” (Mt. 27, 40). O sea: “Si eres Hijo de Dios, pruébalo”. ¿No le echamos en cara también nosotros a Dios, a Cristo, a la Iglesia, este reclamo: “Si existes, muéstrate”?[9].

Si es hijo de Dios,  baja de la cruz”. Los que pasaban cerca de la cruz parecen decirle: “Usa tu poder para bajar de la cruz, deja de sufrir, olvida esa concepción tuya de tu misión mesiánica, la de siervo y cordero, víctima, baja de la cruz y aplasta a tus enemigos, y entonces triunfarás. Deja de sufrir, ¿tienes hambre?, come, convierte las piedras en panes y come. Deja a Tu Dios y ocúpate de los que tienen hambre”.

Sintió hambre” (Lc. 4, 2).  Se trata del hambre que tenía Jesús, ¡era verdadero hombre!, después de ayunar 40 días, pero también se refiere al hambre de la humanidad de todos los tiempos. “Si eres Dios, Poderoso y Bueno, ¿por qué el hambre en el mundo? Da de comer a los hambrientos y que desaparezca el hambre de la tierra. Muestra que eres quien dices ser, pruébalo de esta forma”. ¿No se echa en cara lo mismo hoy a la Iglesia: “ocúpate del pan para el mundo”? No convierte las piedras en panes, pero, sin embargo, Jesús da de comer a una multitud en el milagro de la multiplicación de los panes. Nos podríamos preguntar ¿por qué después hace lo que antes se negó a hacer rechazándolo como una tentación? No, Jesús no es insensible e indiferente al hambre de los hombres, a sus necesidades materiales todas. Es más, Él mismo se ha hecho, en la Eucaristía, Pan multiplicado hasta el fin de los siglos para alimento espiritual de los hombres. En la multiplicación, dio de comer a los que le buscaban para escuchar su Palabra. Por eso responde al tentador: “Está escrito: El hombre no vive solamente de pan”. Cuando se respeta la primacía de Dios, todo lo demás se obtiene como añadidura. Cuando se respeta a Dios y se obedecen sus mandamientos, de allí nacen el compartir y las actitudes que permiten dar pan para todos.[10] 

Segunda tentación

“Después lo llevó a un lugar muy alto y le mostró en un instante todos los reinos del mundo. El Diablo le dijo: «Te daré todo ese poder y su gloria, porque a mí me lo han dado y lo doy a quien quiero. Por tanto, si te postras ante mí, todo será tuyo». Le replicó Jesús: Está escrito: Al Señor, tu Dios, Adorarás y a Él solo darás culto».” (Lt. 4, 5-8).

Esta segunda tentación es la tentación del poder. “Si es hijo de Dios, que baje de la cruz” (Mt. 27, 40).  Para Jesús es la tentación de un mesianismo político y triunfalista, que hubiera implicado abandonar el camino de la voluntad del Padre, el camino del Mesías Siervo y Cordero.

Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto. La primacía de Dios, de eso se trata. Se trata de los tres primeros mandamientos del decálogo, que se refieren a Dios, como fundamento de los otros siete mandamientos, referidos a las relaciones fraternas. Dios como el auténtico Bien del hombre. [11]  Dios real, no ilusorio; Dios como la primera realidad, no algo secundario. 

Tercera tentación

“Entonces lo condujo a Jerusalén, lo colocó en la parte más alta del templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo desde aquí, porque está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles para que te cuiden, y te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en la piedra.» Le respondió Jesús: «Está dicho: No pondrás a prueba al Señor, tu Dios.»” (Lc. 4, 9-12).

En esta tentación el diablo aparece como exégeta que cita la Sagrada Escritura (el Salmo 91, 11) para hacer caer a Jesús en una trampa. Parece un debate entre escribas expertos en la Biblia. “¿No prometió Dios proteger a sus fieles? Entonces, lánzate desde lo alto del templo…” Este debate hermenéutico podría darse en cualquier momento de la historia y pone en juego la auténtica imagen de Dios que nos trasmite la Sagrada Escritura. ¿Quién es Dios? ¿Es Jesús verdaderamente el Hijo de Dios? La tentación desafía a Dios a probar que Él es Dios. Si no proporciona la protección prometida, entonces no es Dios, es desmentido. En esta tentación, Dios es tratado como una mercancía puesta a prueba, como un objeto a quien con arrogancia le imponemos condiciones experimentales. El que así desafía a Dios, se pone por encima de Dios, se hace a sí mismo Dios, pone a Dios a su servicio.[12]

Jesús no salta al abismo desde el pináculo del templo, no tienta a Dios, pero en la cruz ha dado un salto y ha descendido a un abismo más grande, al abismo de la oscuridad, la noche, el abandono y la muerte. Y lo que el Salmo citado por el tentador promete, realmente se cumplió. Porque Su Padre Dios, en quien Él confió, no lo defraudó, le protegió hasta el final y le resucitó de entre los muertos.[13] 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 20 de febrero de 2010



[1] Benedicto XVI, Homilía Miércoles de Ceniza, 17 de febrero de 2010, Basílica de Santa Sabina en el Aventino, traducción de Zenit.

[2] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 53.

[3] Benedicto XVI, Homilía Miércoles de Ceniza, 17 de febrero de 2010, Basílica de Santa Sabina en el Aventino, traducción de Zenit.

[4] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 51.

[5] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 51.

 

[6] Benedicto XVI, Homilía Miércoles de Ceniza, 17 de febrero de 2010, Basílica de Santa Sabina en el Aventino, traducción de Zenit.

[7] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 52-53.

 

[8] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 54.

 

[9] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 54-55.

[10] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 55-59.

[11] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 69-71.

[12] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 61-63.

[13] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 63.



[1] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 98-101.

[2] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 93. 96.

[3] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 100-102.

[4] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 99.