III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 4, 12-23: ¿Para qué viene usted?

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Así recibió, el dueño de una casa, a un vendedor que decía ofrecer un producto excepcional, asombroso y a buen precio. El inquilino ni se molestó en seguir la conversación. Cerró la puerta….y a otra cosa mariposa. El Bautismo del Señor, y su recuerdo en la semana pasada, nos ponen ya en el punto de salida de la razón de ser de la venida de Jesús al mundo. ¿Para qué? Podemos preguntarnos creyentes. ¡Para que! Pueden exclamar los incrédulos o tibios.

1.- Ante la llegada de Jesús nadie puede quedarse indiferente. Su palabra, siempre va al grano, acompañada del ejemplo y de la radicalidad, empuja siempre a decantarse: o estamos con él, o lo dejamos de lado.

La conversión, entre otras cosas, es el fin primordial de la misión de Jesús. A muchos no les interesa que, lo sustancial, cambie. ¿A qué viene usted? Pero, por otro lado, nos encontramos con leyes que convierten el bien en mal, el capricho de unos pocos en imposición general o el criterio mutante de una sociedad, que ha perdido el norte en muchos aspectos, se nos presenta como ¡el no va más! Como el gran logro de los tiempos modernos. Como si, ser innovador –por ejemplo- sea sinónimo de renunciar a la dignidad de la persona humana o al sentido común.

¿Para qué vino Cristo? Entre otras cosas para ser signo de contradicción. Su paz no la entendían los que vivían placidamente. Su poder, no lo asimilaban los que ostentaban su influencia para reprimir y humillar a los más pobres. Sus palabras, eran como una espada afilada que cortaba por lo sano el cuento y el disfraz de aquellos que, precisamente, se quedaban en palabrerías huecas e interesadas.

¿Y todavía nos preguntamos para qué y por qué vino Jesús?

-Entre otras cosas para darnos un poco de luz. ¡Son tantas las tinieblas que nos sacuden actualmente!

-Para hacernos comprender que, con su muerte, la nuestra es una experiencia que todos la tendremos pero que acabará en mañana de resurrección.

-Para animarnos a volver de caminos equivocados. Para que nuestros corazones, atenazados y volcados en lo simple, se dirijan al que lo mueve con autoridad y empeño: ¡Dios!

2.- En este domingo, hermanos, también Jesús pasa por nuestro singular lago de Galilea: en el trabajo, familia, parroquia, noviazgo, sacerdocio, instituto, escuela o universidad, nos sigue diciendo “venid y seguidme”. Y es que, en esos ámbitos, es donde hemos de demostrar, y ya no tanto señalar cuanto vivir, que somos de los suyos.

Jesús no ha venido para permanecer eternamente niño recibiendo adoración y presentes en Belén. El Señor se ha lanzado a la tierra para hacernos comprender que el camino del amor es una senda privilegiada que nos conduce al cielo. Para hacernos entender que, si Dios es Padre, también nosotros somos hermanos.

Fue una persona entregada totalmente a su misión. ¿Lo somos nosotros? ¿Damos testimonio o somos altavoz de ese Jesús que decimos llevar dentro y que, en la iglesia, lo profesamos con un tímidamente “sí, creo”?

“Verdades a medias, grandes mentiras”, dice un viejo adagio. Su misión es la nuestra. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Ser bautizados exige ponerse en movimiento. No contenernos a mitad de camino con un “bastante he hecho con bautizarme”. En el Bautismo, Dios, nos colocó sobre dos vías: en la vía de la esperanza y en la vía de la fe. Las dos hemos de recorrer y las dos hemos de elegir para llegar a contemplar cara a cara el rostro de un Cristo que se desgastará y que recibirá bofetadas, como tantos hombres y mujeres por predicar su nombre, las reciben en nuestro tiempo. Que nuestra verdad, ser cristianos, sea auténtica: sazonada por las buenas obras, animada por una confianza que nos hace dinámicos y alegres y completada por una caridad que nos convierte automáticamente en “otros cristos” que dan, lo que tienen y pueden, sin llevar cuenta de cómo y a quién lo ofrecen.

3.- Qué sugerente aquel encuentro de un creyente con un bondadoso. “Soy creyente pero me falta la capacidad para dar sin pensar lo que doy”. Y la respuesta del segundo; “dime, por favor, cómo ser creyente, porque yo doy pero me resulta difícil pensar en Dios”.

Nuestro testimonio, nuestra alegría, nuestro encanto personal y eclesial. El firme convencimiento de lo que llevamos entre manos, nuestra perseverancia pueden ayudar, ¡y mucho! a este mundo que, aunque aparentemente reniegue de Dios, como apuntaba recientemente el Cardenal de Madrid, se encuentra triste y tremendamente solitario.

4.- ORACIÓN

CONTIGO, SEÑOR, MIS PRIMEROS PASOS

Para apoyarte en aquello que, para el mundo y para nosotros,

Tú tienes pensado

Y trabajar, sin desmayo ni tregua,

para que muchos o algunos encuentren su felicidad en Ti.

 

CONTIGO, SEÑOR, MIS PRIMEROS PASOS

Porque, cuando me dices “sígueme”

siento que, todavía, no te conozco lo suficiente

Que, soy cristiano sin saber lo qué significa

y que me da miedo seguirte por lo que ello implica

 

CONTIGO, SEÑOR, MIS PRIMEROS PASOS

Porque, cada día, nos das una oportunidad para seguirte

Una hora en la que decir “sí” o un “no”

Porque, siendo jóvenes, mayores o ancianos

Tú pasas por la orilla de nuestra vida

pidiendo algo tan grande como personas

que crean, esperen y te amén a Ti, Señor.

 

¿DARÉ MIS PRIMEROS PASOS, SEÑOR?

¿Dejaré algo por Ti?

¿Haré algo por tu Reino?

¿Sacaré mis excusas para quedarme sentado en lo mío?

 

¿CÓMO DAR MIS PRIMEROS PASOS, SEÑOR?

¡Ah! ¡Ya lo sé, Señor!

Dejando que Tú, conviertas todo lo que en mí, Señor

está un tanto desorientado y pervertido.

¡Gracias, Señor!