III Domingo de Adviento, Ciclo A

Mateo 11, 2- 11: ¡Que no cunda el desánimo!

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1.- A muy pocos días de la Navidad, la liturgia de este día, nos empuja y nos invita a que nos abramos a la alegría más grande: Jesús. Hoy es un día de júbilo por muchas razones:

-Viene, Dios, a salvarnos. ¿Quién no se alegra cuando, en el incierto o negro horizonte, aparece una voz amiga o un rostro dispuesto a echar una mano?

-Viene, Dios, y nuestras tristezas y llantos, tendrán un final. ¿Cómo no vamos alegrarnos cuando, ante nosotros, se levanta todo un muro de incertidumbres, problemas, impaciencia o dificultades?

-Viene el Señor, y como canta un Himno litúrgico “Mas entonces me miras…y se llena de estrellas, Señor, la oscura noche”.

Domingo del regocijo. En el mundo, desgraciadamente, no abundan las buenas noticias. Para una que viene envuelta en alegría, surgen otras tantas que nos sobresaltan y nos hacen morder el polvo de nuestra realidad: queremos pero no podemos ser totalmente felices. Lo intentamos, pero con todo lo que tenemos ¡y mira que tenemos! nos cuesta labrar y conquistar un campo donde pueda convivir el hombre; vivir el pobre o superarse a mejor el ser humano.

Por ello mismo, la cercanía de Jesús, nos infunde optimismo e ilusión. Todo queda empapado, si no permitimos que otros aspectos se impongan al sentido navideño, por el gusto del aniversario que se avecina: la aparición de Jesús en la tierra.

2.- ¿Deseamos de verdad esa visita del Señor? ¿En qué estamos pensando? ¿En quién estamos soñando? Porque, para celebrar con verdad las próximas navidades, hay que tener –no hambre de turrón ni sed de licor- cuanto apetito de Dios. Ganas de que, su llegada, inunde la relación y la reunión de nuestra familia; motive e inspire los villancicos; que, su inmenso amor, mueva espontáneamente y en abundancia nuestra caridad o que, el silencio en el que se acerca hasta nosotros, haga más profunda y sincera nuestra oración.

Este Domingo de la alegría nos hace recuperar el brillo de la fe. Las ganas de tenerle entre nosotros. El deseo de que venga el Señor. La firme convicción de que, Jesús, puede colmar con su nacimiento la felicidad y las aspiraciones de todo hombre.

Porque el Señor se revela, y su llanto ya se escucha al fondo de las calles de Belén, ya no tenemos derecho al desaliento ni al pesimismo. ¡Nos queda mucho por hacer! Y, teniendo tanto por hacer, Dios se hace hombre para compartir con nosotros todo intento de que el mundo pueda recuperar la alegría de vivir; la justicia con los más necesitados o la fe para todo aquel que la ha perdido.

3.- Amigos: ¡sigamos preparando los caminos al Señor! Y, si podemos, lo hagamos con alegría. Sin desencanto ni desesperación. El Señor, no quiere sonrisas postizas pero tampoco caras largas. El Señor, porque va a nacer, necesita de adoradores con espíritu y joviales. ¿Seremos capaces de ofrecerle a un Dios humillado y humanado, el regalo de nuestra alegría por tenerle entre nosotros? ¿No canta un viejo adagio aquello de “a un amigo agasájale sobre todo con la alegría de tu corazón”? ¿No es Jesús un amigo dispuesto a compartirlo todo con nosotros?

4.- Un padre, contento y dichoso, convocó a sus hijos para comer alrededor de una mesa vacía. Los hijos, asombrados, le preguntaron: “padre; ¿por qué estás tan alegre si, en la mesa, no hay ningún alimento todavía y faltan más de 4 horas para comer? A lo que el padre les contestó: “quiero, que conmigo, disfrutéis anticipadamente el gran manjar que nos aguarda”. Padre e hijos, disfrutaron –mientras llegaba la comida- hablando, soñando y rumiando…con el gusto que tendría el gran banquete que les iba a ser servido.

Que nosotros, ya desde ahora, celebremos, gocemos, saboreemos y nos alegremos del gran banquete del amor que, en tosca madera y por el Padre Dios, va a ser servido en un humilde portal.

Desde ahora, amigos, disfrutemos y gocemos con nuestra salvación. Y, como Juan, ojala que a esa gran alegría, por ser los amigos de Jesús, respondamos –más que con palabras- con nuestras obras. Es decir, con nuestra vida.

5.- ¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Decimos que eres el esperado

pero... ¡esperamos a tantos y tantas cosas!

Decimos que haces ver a los ciegos,

pero nos cuesta tanto mirar por tus ojos

Decimos que haces andar a los paralíticos,

pero se nos hace tan difícil caminar por tus senderos¡

 

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Vienes a limpiar nuestras conciencias,

y nos preferimos caminar en el fango

Sales a nuestro encuentro para darnos vida,

y abrazamos las cuerdas que nos llevan a la muerte

Te adelantas para enseñarnos el camino de la paz,

y somos pregoneros de malos augurios.

 

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Porque tenemos miedo a cansarnos

Porque, a nuestro paso, sale el desánimo

Porque, en la soledad, otros dioses vencen y se imponen

Porque, las falsas promesas, se hacen grandes cuando Tú no estás

 

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Como Juan, queremos saberlo, Señor

Como Juan, quisiéramos preparar tu llegada, Señor

Como Juan, aún en la cárcel en la que a veces se convierte el mundo

levantamos nuestra cabeza porque queremos que Tú nos liberes

 

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Si eres la alegría, infunde a nuestros corazones júbilo

Si eres salud, inyéctanos tu fuerza y tu salvación

Si eres fe, aumenta nuestro deseo de seguirte

Si eres amor, derrámalo en nuestras manos

para, luego, poder ofrecerlo a nuestros hermanos.

 

¿QUIÉN ERES TÚ, SEÑOR?

Quien quiera que seas…sólo sé que el mundo te necesita

Que el mundo requiere de un Niño que le devuelva la alegría

Que la tierra, con tu Nacimiento, recobrará la paz y la esperanza

Por eso, Señor, porque sabemos quién eres Tú…

¡Ven y no tardes en llegar…Señor!

 

16 de diciembre de 2007