V Domingo de Cuaresma, Ciclo A.

San Juan 11, 1-45: ¡Sal fuera!

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1.- Hemos escuchado, en los dos domingos precedentes, las sugerentes catequesis bautismales del agua y de la luz. Hoy, a una semana del Domingo de Ramos, nos encontramos con un evangelio donde sale a relucir uno de los lados más humanos de Jesús: la amistad.

¿Quién de nosotros no estaría dispuesto a realizar cualquier cosa por un amigo? Jesucristo, después de dos diálogos afectuosos y llenos de complicidad y confianza, con Marta y María, acude con la misma rapidez como cuando la sangre salta en la herida, ante una situación de muerte, de pena y de desolación: ¡Había muerto un gran amigo! ¡Había muerto Lázaro!

Llama la atención que, Aquel que todo lo puede, llore y se conmueva profundamente por el amigo que ha perdido. Pero, Jesús, lejos de detenerse ante la muerte, va y se enfrenta a ella. Aunque, para ello, le cueste su propia vida. La resurrección de Lázaro es un aperitivo de lo que nos queda por contemplar al final de la trayectoria de Jesús en su vida pública: su poder será más grande que la misma muerte. O dicho de otra manera: la muerte ya no será obstáculo para la felicidad. Con Jesús, incluso esa realidad que aborta nuestras expectativas, puede ser vencida.

2.- El Señor, también a nosotros, “nuevos lázaros” (aunque estemos vivos) nos invita a abandonar tantos sepulcros donde malvivimos y en los que, en más de una ocasión, estamos aprisionados por largas y serpenteantes vendas que nos impiden respirar con paz, vivir serenidad y actuar con libertad.

No hay más que observar a nuestro alrededor y comprobar, con mucha frecuencia, la multitud de situaciones de muerte en las que nos encontramos inmersos; la desesperación de muchos hombres, la soledad de personas que mueren estando vivas porque ya no quieren vivir, el olor a “corrupción” que sacuden instituciones y organismos, el relativismo del bien en favor del mal, el afán de tener y acaparar, de aparentar y de poseer; el secularismo que llena los bolsillos pero deja congelados el alma y el corazón. Jesús, también llega a estos lugares, y nos grita: ¡Salid afuera!

No nos podemos quedar fríos, impasibles, vencidos en esos lugares que producen en nosotros parálisis y desencanto. Ante la llamada a la vida, por parte del Señor, quedarse muerto es ir mano a mano y codo a codo con el sinsentido y el absurdo del mal vivir. No vive quien malvive, sino aquel que sabe que es posible vivir con más dignidad.

Creer, en el Señor de la vida, implica enfrentarse a esas situaciones de muerte y de dolor que caminan a nuestro lado. Con su ayuda podremos entonces recuperar la fuerza, vivir con intensidad cada momento y marcarnos un nuevo rumbo.

Esta Pascua, que llama a nuestra puerta, puede ser una Pascua distinta. Dispongamos el corazón para vivirla en esa clave. Será una Pascua diferente si es camino de liberación de lo que estamos esclavizados, atados, como Lázaro que está atado en la muerte. El Señor quiere sacarnos de ese lugar con su muerte, con su entrega por nosotros.

Que como Lázaro, cuando escuchemos la voz del Señor: ¡Sal afuera!, tengamos el valor y el coraje de deshacernos de tantas vendas que nos han ido asfixiando y produciendo claros síntomas de muerte o de agonía. ¿Sabéis por qué? Porque, como dice María en el Evangelio de hoy, si no está Jesús (por medio o cerca) suelen ocurrir estas cosas: la muerte del hombre en vida.

Y ahora ahí os dejo la oración de este domingo.

SEÑOR, DESÁTAME

De la oscuridad que no me deja ver la grandeza de la luz
De la incredulidad que no me permite disfrutar de tu presencia
De las dudas que me exigen pedirte pruebas de tu existencia
Del pecado que no me deja verte
De los reproches por no haberte sentido conmigo
De las situaciones que me impiden ser libre
Del sinsentido de las muchas cosas que hago
Del vacío de muchas palabras
De la frialdad con la que te trato
De la desesperanza que sale a mi encuentro
De la apatía por superarme a mí mismo
De las losas que no me dejan expresar lo que vivo y siento
De las personas que me quieren enterrar aún estando vivo
De la falta de sentimientos que me impiden llorar contigo
De la muerte que me dice que es más fuerte que Tú mismo
Del maligno que me impide beber tu agua fresca
Del maligno que prefiere que viva en la oscuridad a la luz
Del maligno que me susurra sobre la necedad de la vida eterna
Y cuando me desates, Señor, haz que nunca olvide que Tú fuiste
quien me gritó: ¡Ven afuera!