III Domingo de Pascua, Ciclo A

San Lucas 24, 13-35: El Amigo invisible

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1.- Todavía quedan sostenidas en el aire las últimas letras del Papa Juan Pablo II y que, además de proclamar al Señor vivo, es especialmente sentido en medio de una comunidad que camina y se prolonga en el tiempo y en el espacio cuando, en el nombre de Jesús y como Jesús, quiere y sabe compartir el pan.

¡Qué sugerente la Oración del Papa Juan Pablo II para esta Pascua 2005! Puede ser, en este III Domingo de la Pascua, la mejor homilía que nos ayude a revivir con auténtico sentido pascual, la presencia de Jesús Resucitado.

2. -Mane nobiscum, Domine! ¡Quédate con nosotros, Señor! (cf. Lc 24,29).

Con estas palabras, los discípulos de Emaús invitaron al misterioso Viandante a quedarse con ellos al caer de la tarde aquel primer día después del sábado en el que había ocurrido lo increíble. Según la promesa, Cristo había resucitado; pero ellos aún no lo sabían. Sin embargo las palabras del Viandante durante el camino habían hecho poco a poco enardecer su corazón. Por eso lo invitaron: “Quédate con nosotros”. Después, sentados en torno a la mesa para la cena, lo reconocieron “al partir el pan”. Y, de repente, él desapareció. Ante ellos quedó el pan partido, y en su corazón la dulzura de sus palabras.

3. Queridos hermanos y hermanas, la Palabra y el Pan de la Eucaristía, misterio y don de la Pascua, permanecen en los siglos como memoria perenne de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. También nosotros hoy, Pascua de Resurrección, con todos los cristianos del mundo repetimos: Jesús, crucificado y resucitado, ¡quédate con nosotros! Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo seguro de la humanidad en camino por las sendas del tiempo. Tú, Palabra viviente del Padre, infundes confianza y esperanza a cuantos buscan el sentido verdadero de su existencia. Tú, Pan de vida eterna, alimentas al hombre hambriento de verdad, de libertad, de justicia y de paz.

4. Quédate con nosotros, Palabra viviente del Padre, y enséñanos palabras y gestos de paz: paz para la tierra consagrada por tu sangre y empapada con la sangre de tantas víctimas inocentes; paz para los Países del Medio Oriente y África, donde también se sigue derramando mucha sangre; paz para toda la humanidad, sobre la cual se cierne siempre el peligro de guerras fratricidas. Quédate con nosotros, Pan de vida eterna, partido y distribuido a los comensales: danos también a nosotros la fuerza de una solidaridad generosa con las multitudes que, aun hoy, sufren y mueren de miseria y de hambre, diezmadas por epidemias mortíferas o arruinadas por enormes catástrofes naturales. Por la fuerza de tu Resurrección, que ellas participen igualmente de una vida nueva.

5.- También nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio, tenemos necesidad de Ti, Señor resucitado. Quédate con nosotros ahora y hasta al fin de los tiempos. Haz que el progreso material de los pueblos nunca oscurezca los valores espirituales que son el alma de su civilización. Ayúdanos, te rogamos, en nuestro camino. Nosotros creemos en Ti, en Ti esperamos, porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68).

Mane nobiscum, Domine! ¡Alleluia!

6.- Juan Pablo II, al contrario de los discípulos de Emaús, ha cerrado los ojos con las cosas muy claras: nadie (ni incluso ciertos poderes mediáticos) han logrado confundirle en su profunda adhesión a Jesucristo. Caminó con el Evangelio en mano, e intentó entusiasmar al mundo con un profundo amor a Dios y un canto a la dignidad del propio hombre.

Sus más allegados nos han hecho llegar la noticia de que, Juan Pablo II, cerró los ojos bendiciendo y volviendo sus ojos hacia la ventana de su habitación. Tal vez, como los de Emaús, estaba dando gracias al Señor porque –durante su fructífero y rico pontificado- le abrió en numerosas ocasiones el corazón para entender cual era la voluntad de Dios y la razón de su misión. O, tal vez como nosotros muchas veces, Juan Pablo miraba queriendo encontrar esa fuerza misteriosa, a ese “amigo invisible” acariciado miles de veces por sus manos en el altar: la fracción del pan.

7.- ¡Qué simbólico este domingo dentro de la Pascua! Tal vez no comprendamos ciertos acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor, ciertas ausencias de Dios cuando más lo necesitábamos. Por si acaso, el Papa Juan Pablo II, dejó escrito para el último ángelus: “A la humanidad, que a veces parece pérdida y dominada por el poder del mal, el egoísmo y el miedo, el Señor resucitado ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y reabre el ánimo a la esperanza. Es amor que convierte los corazones y dona la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y de acoger la Divina Misericordia!”