Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A

San Mateo 28, 16-20: El podio de la Ascensión

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Has andado, Señor, y lo has hecho bien. Has participado en la estructuración del Reino de Dios, y lo has hecho bien. Has hablado, en nombre del Padre, y aunque algunos no te hayan comprendido, lo has hecho bien. Tu vida, Señor, no sólo ha estado marcada por palabras: tu existencia, tu muerte y tu resurrección, te acompañan. Todo, Señor, te ha sido a pedir de boca. Según lo anunciado desde antiguo por los profetas. ¿Y ahora?

1.- Amigos, la Pascua, toca a su fin. La solemnidad de la Ascensión es el podium del GRAN VENCEDOR. Es el momento culminante en el que, Jesús, nos deja envueltos con multitud de gestos, palabras y, sobre todo, iluminados por el gran acontecimiento de su Resurrección. ¿Seremos capaces de digerir y asumir todo esto?

El Señor ha pasado por medio de nosotros. Ahora no le queda sino el encuentro cara a cara con su Padre Dios. Se va pero, también es verdad, se quedará en cada sagrario donde podamos acudir para hablarle, adorarle o simplemente contemplarle.

El “podium” de la Ascensión es el premio y el reconocimiento más sublime de Dios a Cristo. Así cree y venera este Misterio la Iglesia. Así lo debemos de ver también nosotros: sube el Señor al cielo, porque ha caminado primero como hombre y Dios en la tierra. A partir de este momento nos acompañará de una forma distinta. ¡Qué más quisiéramos que meter, de nuevo, nuestros dedos en su costado! ¡Lo que nos gustaría, de una vez más, escuchar de sus labios el mandamiento del amor!

2.- Pero, como todo viaje, también el de Jesús llega a su fin. Dios abre las puertas del cielo, de par en par, para que a través de ellas entre el Rey de Reyes, el rostro humanado de un Dios que, durante 33 años, ha compartido sueños, ilusiones, penas, alegrías, enfermedades, injusticias y tantas otras cosas con el resto de los hombres. ¡Cómo no vamos a creer y vivir con especial emoción el podium de la Ascensión! Hoy, espontáneamente, surge un aplauso de toda la cristiandad: ¡Va por Ti, Señor! ¡Sube, Señor, y no olvides a los que quedamos aquí besando el polvo de la tierra!

3.- Hoy, en este triunfo de Jesús, tenemos que vislumbrar y saborear también el nuestro. Un día, el Padre, nos llamará con nombre y apellidos. Nos preguntará sobre nuestra vida cristiana (aunque previamente la conozca), reflexionará sobre la trayectoria que han llevado nuestras palabras y nuestros pensamientos y….nos invitará a entrar por esa misma abertura que, Cristo, ha dejado en su gloriosa Ascensión.

Tenemos que dar gracias a Jesús por este gran Misterio. Gracias a El, hemos descubierto el sendero que une el cielo con la tierra; la Vida de Dios con la nuestra; el corazón de Dios con el nuestro. ¡Cómo no desear este homenaje, este trofeo, este encuentro, este “bis a bis” de Dios con su Hijo!

4.- En la Ascensión del Señor se nos muestra sin tapujos y sin celofanes la gloria, la esperanza y la salvación. Es decir; se nos desvela todo aquello por lo que Jesús luchó, sufrió y resucitó.

Mientras tantos, hermanos, no podemos contentarnos con mirar permanentemente a la puerta que ha abierto Jesús para entrar en la ciudad del cielo. Es la hora de ser testigos de lo que El nos dejó y nos legó. Es el momento de descubrir los peldaños de esa inmensa escalera de la Ascensión, que están diseminados en los pobres, en la lucha por la igualdad, en la caridad, en el compromiso activo dentro de nuestra Iglesia. No podemos caer en la tentación de pensar que “bueno; Jesús ya nos esperará en el cielo”. Los brazos cruzados no sirven para abrir puertas sino todo lo contrario.

4.- Que el Señor, que sigue actuando en nosotros, nos envíe pronto la fuerza del Espíritu Santo. Que no olvidemos de mirar con el rabillo del ojo a ese cielo prometido pero que, en contrapartida, no dejemos de ilusionarnos y de volcarnos en esos “cristos” descendidos y humillados en el día a día.

5.- ¿TANTA PRISA TIENES, SEÑOR, POR MARCHARTE?

Es tu último Misterio, Señor,

después de haber estado en medio de nosotros.

Te vimos Niño, y ante Ti nos arrodillamos

Te vimos en huída forzada hacia Egipto,

y conmovidos te acompañamos

Fuiste adorado por pastores

y, entre ellos,

dejamos ante Ti mil y un presentes.

¿Y ahora? ¿Por qué te vas, Señor?

Hemos contemplado asombrados

la hondura y el crecimiento de tu obra divina;

Hemos visto como tu mano curaba a cientos de heridos

cómo resucitabas a jóvenes,

y como levantaste…. hasta tu mejor amigo.

Hemos visto multiplicarse los panes y los peces

y, a continuación, a amigos y enemigos

con tanto alimento hartarse.

¿Y, ahora? ¿Dónde te vas, Señor?

Te acogimos Niño y, como joven que fuiste,

nos hablaste de altos ideales:

del amor sin horizontes y gratuito

de la verdad sin medias tintas

del cariño sin farsa ni contraprestaciones,

de la pobreza como fuente de riqueza

y de la riqueza como espoleta de pobreza

¿Y, ahora? ¿Tanta necesidad de marcharte tienes, Señor?

Nuestros oídos, Jesús,

siguen reteniendo el sonido de tu voz de profeta:

¡Convertíos! ¡Allanad el camino! ¡Perdonad!

Los caminos del Palestina de nuestro corazón

siguen iluminados por tu Verdad y por tu Gracia

Los caminos de la Jerusalén de nuestra alma

buscan y reverdecen al calor de tu Pasión y de tu Muerte.

¿Y, ahora? ¿Por qué, Señor, has de marcharte?

Déjanos, por lo menos, el sendero de tu Ascensión

iluminado por el resplandor del Espíritu

Fortalecido, con el auxilio de tu Espíritu

Asegurado, con la presencia de tu Espíritu

Indicado, por el consejo de tu Espíritu

Amén.