Solemnidad de Pentecostés

San Juan 20, 19-23: ¡La cumbre de la Pascua: Pentecostés!

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

¡Lo hemos conseguido! Culminamos, con la Solemnidad de Pentecostés, los cincuenta días que han estado traspasados por el gran acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo. El pasado Domingo, en su Ascensión, nos quedábamos sin perder de vista el cielo y, a la vez, con el firme compromiso de llevar adelante la tarea que Cristo nos encomendó. ¿Seremos capaces?

1.- Pues precisamente por eso, porque la debilidad en multitud de formas, puede imponerse a nuestra buena voluntad, Pentecostés es la confirmación y el aliento que necesitamos. Es la madurez de la Iglesia. Es el punto “0” desde donde arrancamos para movernos por nosotros mismos, sin más tutores que la presencia del Espíritu Santo.

Hoy, como todo bebé recién nacido, gemimos por alguien que nos empuje, que nos alimente o nos sostenga. Alguien que, en definitiva, nos vaya conduciendo por los mil caminos de la vida. ¿Quién es ese Alguien? Ni más ni menos que el Espíritu Santo. El amigo más desconocido y más invisible. El amigo que más hace por nosotros y, por qué no reconocerlo, al que menos sabemos agradecer su puntual y siempre certera ayuda. El desacierto, el desasosiego, el desencanto y tantas cosas que acechan a nuestro lado, con su presencia, se convierten en alegría. La misma alegría que, los Apóstoles, sintieron al recibir –en compañía de María- ese torbellino de fuego y amor, de locura y de gracia, de vida y de verdad que es el Espíritu Santo.

2.- Por eso mismo, la fiesta de Pentecostés, puentea lo que no es importante. Aquello que nosotros, demasiado mediatizados por nuestras formas de ver y de entender la Iglesia, el Evangelio o a Jesús mismo, convertimos en máximo cuando es mínimo. El Espíritu nos urge a velar por la unidad, a vivir en comunidad o –por lo menos- a trabajar para que la comunidad sea un fiel reflejo del inmenso amor que Dios nos tiene.

Recientemente, en el marco de un programa televisivo, era entrevistada una religiosa. Cuando se le preguntaba sobre al amor de Dios, ella, contestó: “no sirve de nada hablar del amor de Dios, si la gente con la que convivimos no nota que amamos, que les amamos, que nos desvivimos amando”. Sólo, el Espíritu, es capaz de promover en nosotros una cultura que aliente e impulse a sembrar nuestro mundo con ese amor que nace de Dios y a Dios vuelve.

Si el Espíritu Santo es inicio de muchas cosas, entre ellas de la misma Iglesia, ¿cómo no vamos a dar cabida y cobertura en este día de Pentecostés a este “dulce huésped del alma”? ¿No será que estamos demasiado vacíos porque, al Espíritu, lo hemos convertido en un extraño? ¿No será que nuestra fe es cansina y con muchas telarañas, porque al Espíritu, lo hemos alojado en el sótano de nuestra existencia?

3.- Hoy, hermanos, los que fuimos bautizados, los que hemos compartido tantos momentos buenos con Jesús; los que hemos sido formados y alentados por su Palabra…somos confirmados, autorizados y renovados por la efusión del Espíritu Santo.

Siempre es bueno recordar aquella leyenda del árbol engreído en medio del desierto. Pensaba que, lo más importante, era él. Creyó, incluso, que sin su sombra agonizarían beduinos y ovejas que descansaban durante el recio sol por el día o dormían, durante la crueldad del frío, por la noche. Pronto, muy pronto, aprendió una gran lección: valía más, mucho más, el agua que el beduino echaba sobre sus raíces, cada vez que recostaba su cabeza en la madera de su tronco, que toda la sombra que le regalaba.

4.- Así nos puede ocurrir a nosotros. Sin el Espíritu, sin su frescura, sin su agua, sin su fuego, somos ramas secas, árboles sin fruto o con frutos dañados.

Que el Espíritu Santo nos conduzca por los caminos de Cristo. Que nos ayude a dar con esa clave para una nueva evangelización. Que no pensemos tanto “en la sombra que damos” cuanto en el cobijo que nos da esta tercera persona de la Santísima Trinidad.

Que todos los dones y todas las gracias de las que disponemos, sean un motivo para agradecer a ese GRAN AMIGO INVISIBLE que tanto hace por nosotros. ¡Feliz Pascua de Pentecostés!

5.- ¡VEN, ESPIRITU SANTO!

¡Ven, Espíritu Santo!

Anima a todos los cristianos

a recorrer los caminos abiertos por Cristo

 

¡Ven, Espíritu Santo!

Que nuestra alegría, lejos de apagarse,

se encienda una y otra vez

con el calor de tu fuego divino

 

¡Ven, Espíritu Santo!

Reúnenos en un solo pueblo

en el que no exista ninguna división

y en el que, con la Palabra de Dios,

nos sintamos peregrinos interpelados

y en busca de la eternidad.

 

¡Ven, Espíritu Santo!

Que los miedos cesen

Y se amortigüen nuestros llanos

Y desaparezcan nuestros temores

Y brille, de una vez por todas,

el esplendor de la Verdad

 

¡Ven, Espíritu Santo!

Que sea posible el entendernos

a pesar de nuestras discrepancias

Que sea posible el amarnos

a pesar de nuestros caprichos y egoísmos

Que sea posible el respetarnos

a pesar de nuestras ideas y genios

 

¡Ven, Espíritu Santo!

Que, Dios, sea bendecido y alabado

Que, Jesús, sea exaltado y amado

Que, tu voz, sea reconocida y acogida

¡Ven, Espíritu Santo!

Derrama, en el cántaro de nuestra vida,

tus siete sagrados dones

para que, lejos de resquebrajarse,

se fortalezca y pueda seguir ofreciéndose

a todos aquellos que nos necesitan

 

¡Ven, Espíritu Santo!

Sigue edificando, consolidando

y purificando a nuestra Iglesia

para que, hoy y siempre,

pueda ser fuego abrasador

en un mundo frío y desolador

¡Ven, Espíritu Santo!