X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 9, 9- 13: Un nuevo amor para Dios

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Jesús no dejó a nadie indiferente: a unos, porque aceptaban con agrado sus palabras y sus enseñanzas y, a otros, porque les dejaba al descubierto sus contradicciones o carencias.

1.- ¿Quién de los que estamos aquí reunidos no hemos escuchado, o afirmado alguna vez, “lo importante es ser bueno y no hacer mal a nadie”? ¡Cuántas veces, el no hacer mal a nadie, es sinónimo de una postura cómoda o evasiva! ¡Cuántas veces, “el hacer el bien” puede ser calculado, interesado y hasta mezquino!

En el término medio, como siempre, hemos de encontrar la respuesta y la virtud. No es bueno oponer culto a obras, oración a compromiso, celebración con acción. Entre otras cosas porque, la vida cristiana, debe de estar sustentada en dos pilares fundamentales: el amor a Dios y el amor a los hijos de Dios. Pero ¿de dónde salen nuestras fuerzas para comprometernos por un mundo mejor? ¿De dónde, nuestro corazón, recoge pautas de honradez y de paz, de vida y de perdón, de alegría y de servicio? Ni más ni menos que de Dios. En El está nuestro motor y nuestras razones para seguir trabajando a favor de los necesitados, de los tristes y de aquellas personas que, por lo que sea, han olvidado que hay Alguien más allá de esta tierra nuestra.

2.- El cumplir y el agasajar a las personas no conlleva el olvidarnos de Dios. En cuantas ocasiones aquello de de “yo soy buena persona y basta” es justificación de algunas carencias espirituales; de deudas pendientes con Dios; de almas frías con el mundo de la fe. ¿Es bueno presumir o pregonar que tenemos un corazón volcado hacia el mundo y que, por ello mismo, no pasa nada por el hecho de que marginemos a Dios? Sinceramente no. Nuestra vida cristiana no es un altruismo simple y caprichoso. Nuestro quehacer cotidiano, con unos y con otros, es constante y con horizontes de eternidad. Cuando buscamos el bien de los demás, no pretendemos nuestra propia gloria ni, por supuesto, presionamos para que nos levanten monumento alguno en el centro de una plaza. El indicador de nuestra autenticidad cristiana viene dada por dos pautas: nuestro cumplimiento con Dios es un compromiso sin tregua en pro del hombre.

3.- Sólo así, cuando nos desgastamos –poco o mucho- con la realidad que nos rodea, es cuando tenemos necesidad de ir de nuevo a Dios, no para decirle lo mucho que damos, ni lo majos que somos, sino para pedirle el ímpetu necesario para amarle más y mejor y para no dejar de seguir sembrando su paz y su justicia en medio del mundo.

En una sociedad donde tanto se ensalza lo material y las hazañas puntuales, no es bueno perder de vista el sacrificio de Jesús de Nazaret. El no vino al mundo para decirnos que lo importante era servir al hombre. El no nació en un intento de hacernos comprender que nos salvamos por el hecho de hacer cosas justas en pro de la humanidad. El, con su pasión, muerte y resurrección, nos enseñó el camino que hemos de recorrer todos los que queramos vivir con El en el cielo: el amor a Dios (insustituible por nada ni por nadie) pasa por el amor al prójimo. Es decir; no dejemos huérfano al hombre (sin Dios) y, no permitamos la soledad a Dios (sin el hombre). Cristo, con su vida, con su ejemplo, con su Palabra y con su sacrificio personal en la cruz, nos dio una gran lección: con Dios todo es posible por el hombre. Y es que, Dios, no nos exige sino aquello que sabe dar nítidamente: el amor siempre nuevo-

4.- ¿QUÉ PUEDE MÁS, EN MI?

¿Las palabras que se las lleva el viento
o las obras que dejan impreso mi esfuerzo?
¿Las teorías que hablan de un cielo
o el día a día que lo hace presente en la tierra?
¿Los ritos vacíos y sin contenido,
o los detalles que son huellas de lo divino?

¿QUIÉN PUEDE MÁS, EN MI?

¿El “diosecillo” del mundo
o el Dios que quiere lo mejor para el mundo?
¿La impronta de un buen deseo
o Jesús que hace fecundos mis caminos?
¿La fuerza del Espíritu
o mis débiles ideas que dicen saberlo todo?

¿QUÉ PUEDE MÁS EN MI?

¿La comodidad que se queda en casa
o la caridad que sale al encuentro de los demás?
¿La oración que me hace reflexivo
o los truenos de mi irresponsabilidad?

¿QUIÉN PUEDE MÁS EN MI?

¿Dios que se siente querido cuando amo
o mi “yo” que se siente satisfecho
cuando me miro y me cuido a mí mismo?
¿El hombre sufriente, fotocopia de Cristo,
o mis propios antojos, señal de mi vacío?

¿QUÉ PUEDE MÁS EN MI?

¿La misericordia o la limosna con cuentagotas?
¿La fe vivida o la fe celebrada?
¿La fe compartida o la fe individualista?
¿El amor que nunca se gasta
o el sacrificio que se cuenta gota a gota?
¿Dios fuente inagotable de la misericordia
o nuestro “yo” manantial de insatisfacción?

¿QUÉ Y QUIÉN PUEDE MÁS EN MÍ?