XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 10, 26- 33: ¡Las cosas claras y el chocolate espeso!

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

¿Por qué tanto temor a plantear, desde nuestras convicciones cristianas, aquello que puede acarrear incomprensiones, deserciones, críticas o persecuciones? La vida cristiana no es ir contracorriente en todo, pero tampoco comulgar con ruedas de molino en todo. En muchas ocasiones, puede más en nosotros la apariencia, la buena imagen, el qué dirán, etc., que la audacia para mostrar y proponer, sin tapujos y nítidamente, aquellos valores que consideramos irrenunciables desde la fe y hasta convenientes para el conjunto de la sociedad.

 

1.- El futuro, en parte, depende de lo que hagamos en el presente: las conciencias de las personas, de los gobernantes, de las futuras generaciones, se sostendrán en aquellos pilares que estamos forjando por medio de la familia, la educación, la catequesis, nuestra homilética, etc. ¿Por qué tanto miedo a que nos encasillen? ¿Que nos pueden tratar de retrógrados? ¿Es acaso mejor pasar de puntillas por la vida y no armados con valores inquebrantables? ¿Qué nos dirá el Señor al final de nuestra vida; venid valientes de mi Padre o marchad de aquí aprensivos de todo y por todo?

Dios nos ha dado la vida y la fe como dones. Y porque nos ha regalado la vida y la fe, en justa reciprocidad, le hemos de ofrecer nuestra colaboración para ir perfeccionando su creación (la tierra y el hombre), intentando que, el hombre, no se convierta en enemigo de sí mismo.

Echemos un vistazo a la situación mundial. ¿Mejor o peor que hace unos años? ¿Con ilusión o sin esperanza? ¿Con conflictos permanentes o con una paz sostenida por alfileres? No seamos pesimistas pero, tampoco, lancemos las campanas al vuelo. Sobran palabras y faltan obras. Abundan leyes injustas y, cada vez más, se hace necesario un orden internacional –que como dijo el Papa Benedicto en la ONU- respete la integridad y la dignidad de las personas. Ello, claro está, nos lleva a defender la causa de los más pobres. El honor de los pueblos. El derecho a nacer de los niños que están en el seno materno. Una educación que, en sus valores más fundamentales, sean marcados por la familia y no según el dictado de los gobernantes de turno. El bienestar de un mundo nuevo, nos exige a los cristianos pregonar desde la azotea de la política, de la familia, de la educación y desde cualquier otro areópago a nuestro alcance, el valor supremo de la vida frente a la eutanasia, el terrorismo o el juego en el que se ha convertido el experimento de células madres, embriones….

¿Qué esto no es rentable? A los ojos de una modernidad mal entendida puede que no. Pero ¿y ante los ojos de Dios? ¿Los seguidores de Jesús nos podemos quedar callados frente a lo que consideramos pernicioso para el bien común? ¿Es que los cristianos, por miedo a ser señalados, hemos de dejar colgado el mensaje del evangelio en las escarpias del madero de la sacristía? ¿Podemos caer en la tentación de ser temerosos como los niños?

2.- Nuestras fuerzas son las que son, pero ¿nuestros ideales? ¡Nuestros ideales son los mejores! En nuestra confianza en Dios está el secreto para llevarlos a cabo. El Señor va por delante. Poco nos importa que, en algunos países, la Iglesia tenga la fama que tiene o que, el Papa, Obispos y sacerdotes, sean constantemente presos del escarnio y de la burla. ¡Más le hicieron a Jesús Maestro! El Señor va por delante e, incluso en esas situaciones, se pondrá de nuestra parte aunque aparentemente creamos estar caminando solos.

La Nueva Evangelización, de la que tanto nos hablaba Juan Pablo II y a la que nos convoca también Benedicto XVI, empezará cuando el Evangelio, Jesucristo y la Iglesia misma, cuente con cristianos seguros de lo que llevan entre manos. Personas valientes que, allá donde se encuentren, sepan defender la causa de Jesús y se muestren como lo que son: como cristianos.

3.- La Nueva Evangelización, y no nos escandalicemos, pasa por empezar desde cero a fraguar la vida de muchos cristianos que viven como si no lo fueran. A formar familias desde el Evangelio. A ocupar puestos de responsabilidad en la sociedad civil sin renunciar ni menospreciar los valores del cristianismo. Sólo entonces, cuando seamos templados, cuando lleguemos a ese grado de madurez, es cuando veremos y comprobaremos que el Señor va por delante. Porque Jesús, si viniera de nuevo, recogería aquel viejo proverbio: “las cosas claras y el chocolate espeso”. Aunque sienten mal las primeras o, el chocolate, a más de uno se le atragante.

4.- DÁME TU VALENTÍA, SEÑOR

Así, cuando tenga que decir un “sí”

no lo cambie cobardemente por el “no”

o por el miedo al qué dirán.

¡Sí; Señor!

 

Otórgame ese valor que sólo la fe da:

La que nos hace brindar por un mundo mejor

La que nos hace soñar con un corazón nuevo

La que, huyendo del egoísmo personal,

nos hace descubrir la grandeza de tu amor.

Infúndeme esa valentía

que sólo tu Palabra transmite:

La que nos hace combativos en la lucha

La que nos levanta el aparente fracaso

La que es coraza frente al enemigo

La que es arma y escudo frente al adversario

 

Ofréceme esa bravura que me inspira tu presencia:

Para que nunca, en el combate,

me sienta sólo ni desamparado

Para que, ante las burlas,

recuerde que, Tú, también fuiste ridiculizado

Para que, ante las incomprensiones,

no olvide que, Tú, también fuiste rechazado.

¡Sí; Señor! ¡Dame entereza en la lucha!

Para que nunca diga ¡basta!

Para que huya del derrotismo que todo lo asola

Para que avance y nunca retroceda

Para que ofrezca al Evangelio

mi voz que anuncie y denuncie

lo que en el mundo tantas veces se olvida:

Tú, tu amor, tu justicia, tu paz,

tu Reino, tu voluntad y tu ternura.

Amén