XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 13, 44- 52: ¡A la tercera, la vencida!

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Con este domingo cerramos este periplo de parábolas que, durante estos tres últimos domingos, hemos tenido la oportunidad de recorrer de la mano de Cristo.

1.- Hoy, son “tres en una”. Dos nos llaman y nos invitan a la alegría: el tesoro escondido y el mercader de perlas finas. Y, otra más, que –en parte- nos recuerda a la de la cizaña: tenemos que aprender a convivir en medio de las dificultades. Ni todo está bien, ni todo está mal. Pero, en el discernimiento, siempre encontraremos razones para ir hacia delante.

¿Es un tesoro nuestra fe? A veces ¿no os parece que es una bonita canción, con letra antigua, que nos hemos aprendido de memoria y que por lo tanto no nos sugiere nada nuevo? ¿Qué ocurriría si, por ejemplo, Jesús nos dijera que al final del mundo podemos encontrar la razón de nuestra felicidad? ¿Nos pondríamos en marcha como, por ejemplo, lo hizo Santiago Apóstol, Francisco de Javier, Teresa de Calcuta u otros tantos santos conocidos o anónimos?

2.- Sí, amigos. La fe o es un tesoro, o es una hojalata con mucho ruido y pocas nueces. Siempre es bueno recordar aquella famosa parábola del hijo con su padre; ¿Qué oyes al fondo hijo mío? Escucho que viene un carro, padre. Sí, hijo; y además viene vacío. ¿Cómo sabes padre que, el carro, viene vacío y no cargado? Porque a los carros les ocurre lo que a muchas personas: meten mucho ruido porque están sin contenido.

La fe, hermanos, nos tiene que llenar. Y, cuando digo llenar, significa que la fe es lo más grande que tenemos en nuestra vida.

3.- Resulta un poco esperpéntico cuando, a diversos artistas, cantantes, pintores, etc., les preguntan sobre su vida. Todos responden con facilidad y prontitud sobre el último libro que leen, sobre sus gustos, familia, aficiones…pero qué raro es leer que alguno afirme: no entiendo mi vida profesional sin Cristo. La fe me ayuda, etc. (por supuesto que hay excepciones pero no es la generalidad).

Con nosotros puede ocurrir algo parecido. No nos hacen encuestas (entre otras cosas porque no somos famosos y, por otro lado, nos evitamos el yugo de la fama) pero cuando estamos en el mundo laboral, cuando compartimos mesa y mantel con los amigos, cuando vamos de vacaciones, cuando nos sentamos ante el televisor y escuchamos y vemos programas ofensivos a nuestra Iglesia. ¿Cómo reaccionamos? ¿Con el silencio o con la rabia contenida? ¿Con nuestra oración o con nuestra indiferencia? ¿Con nuestra firmeza en la fe –pues la Iglesia también es perla preciosa- o con la duda sobre ella?

Porque, si leemos detenidamente el Evangelio de este día, no podemos dar por válido todo lo que cae dentro de las redes del mundo. Tenemos que aprender a tener sentido común sobre las cosas. Hemos de saber que, no todo lo que se nos da, es oro molido ni mucho menos.

4.- Para ello os invito en este domingo a que reafirmemos nuestra fe en Jesús. A que le digamos: ¡Eres lo más valioso! ¡Lo demás al lado tuyo es bisutería!

Para ello os invito en el Día del Señor a que nos vean contentos y alegres de ser cristianos. Es decir; que se nos note. Que no nos disfracemos con el mismo traje de luces que visten los incrédulos, los agnósticos o los ateos. Si somos de la peña de Jesús ¿no os parece que hemos de vestir el traje de fiesta?

Que el Señor, en este domingo, nos haga limpiar más aún ese gran tesoro de nuestra fe. Que todos los domingos dejemos esos pequeños caudales que todos tenemos (ocio, deporte, monte, playa, etc.) y vayamos en busca del gran tesoro que es Cristo en la Eucaristía, en la oración, en el sacramento de la penitencia o en la caridad con los demás.

5.- ERES MI TESORO, Y ME BASTA

He caminado durante mucho tiempo

Me he detenido en infinidad de escaparates

He comparado precios y calidad

Y, te confieso, Señor,

que como Tú, no hay nada.

Me detuve en una gran hacienda

y, no me aseguraron, ni un solo año más en mi vida

Pero, al acercarme a un trozo de tu tierra

he comprobado, que tu tesoro,

es lo más grande….y me basta.

Ayúdame, Señor, a no esconder el oro del mundo

y, en cambio ,mi Señor,

enséñame a descubrir los que Tú

desde el día de mi Bautismo

metiste en el hondo de mi corazón.

¿Lo harás, Señor?

Mira que, sin quererlo,

Soy demasiado ciego para dar con tu tesoro

Mira que, como humano,

abro los ojos ante el encanto del diamante,

el topacio o la simple plata.

Pero, te confieso Señor,

que, poniéndolo todo encima de mi mesa

no hay tesoro como el tuyo:

¿Quién me dará la vida?

¿Quién me dará un futuro?

¿Quién me dará amor sin medida?

¿Las riquezas o tu rico amor?

¿La apariencia o la fe?

Eres mi tesoro, Señor,

y, te confieso, que me bastas.

Eres mi tesoro, Señor,

y desde que te descubrí

he aprendido, entre otras cosas,

lo siguiente:

merece la pena vender parte de mi tiempo

de mis afanes y de mis jornadas

de mis ilusiones y de mi temperamento

para no perderte en mi trayecto.

Amén.