II Domingo de Navidad, Ciclo A

San Juan 1, 1- 18: La luz brilla en la tiniebla

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1.- Puede ser que, en medio de tanta jornada festiva, hayamos olvidado lo más obvio del mensaje de la Navidad o que, tal vez, nuestros oídos hayan quedado confundidos por tanta palabra o los ojos seducidos por infinidad de inútiles imágenes. ¿Han quedado impresionados los oídos y los ojos seducidos por el mensaje de la auténtica Navidad?

Después de haber celebrado esta semana intensa del Nacimiento de Cristo ¿Podemos concluir que hemos vibrado con este acontecimiento que ha marcado la historia de la humanidad?

Pues bien, por si lo hemos olvidado, viene Dios (de nuevo en este domingo) y nos dice que su Palabra fue y sigue siendo luz desde siempre y para siempre. Que Jesús (Dios hombre en la tierra) trae debajo de su brazo un “haz de luz” para todo hombre de buena voluntad y que, por lo tanto, la mala suerte nunca será más fuerte que la presencia de ese Dios que va por delante acompañándonos e iluminándonos. Produce serenidad este prólogo de Juan haciéndonos ver el secreto que esconde: desde siempre Dios ha estado ahí.

2.- Jesús en Belén, nos lo recuerda y nos lo hace presente. Dios nunca nos ha olvidado a pesar de las ingratitudes y de las puertas cerradas que, a lo largo de la historia de la humanidad, encontró su iniciativa. Nació en medio de un mundo, no precisamente ideal, y nace en una situación actual donde hay demasiados males evidentes y demasiados bienes escondidos por temor a no sé qué y a no sé quién. Belén es aquel momento donde el reloj de la eternidad marca una hora decisiva: Dios echará el resto haciéndose hombre.

-Vino, y como era de esperar, unos se abrieron en contraste con los que se replegaron ante semejante novedad.

-Vino, y como era de esperar, unos dudaron y otros (los pocos) creyeron

-Vino, y como había sido anunciado, unos vieron que Jesús era aquella luz de la que tanto habían hablado los profetas (incluso ofreciendo su sangre) y otros se rieron a carcajadas sólo con pensar en aquellos ilusos que creían e intuían que Dios venía pobre, humilde, en establo y sin meter demasiado ruido.

-Vino y, mientras para unos fue luz, otros quedaron desconcertados por los fusibles fundidos de sus corazones cerrados a cal y canto.

3.- Celebrar, con esta profundidad la Navidad, es sentir una bendición de Dios como dice San Pablo en la segunda lectura. Iniciar este año 2005, con la seguridad de que Dios nos tiene en su memoria y se compromete a ser luz en medio de nosotros, es una bendición. Caminar, animados por el Misterio de un Niño que es Dios, supone siempre una bendición para todo creyente.