XIX Domingo del TiempoOrdinario, Ciclo A

San Mateo 14, 22-33: En el silencio, busquemos a Dios

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

¡Cuánto ruido a nuestro alrededor! ¡Cuántas imágenes que, distraen sin quererlo, nuestra atención de lo esencialmente importante!

1.- ¿Y Dios? ¿Dónde hemos dejado a Dios? Porque, a Dios, no se le busca en lo extraordinario. Al Señor no se le encuentra en los terremotos o señales prodigiosas como, por ejemplo, presentía Elías en el monte Horeb. A Dios, unos en este verano que estamos disfrutando, otros allá donde os encontréis, le podemos hallar en el silencio, en la soledad, en la contemplación y, sobre todo, en la confianza.

Sí; nuestra fe es confiar en Aquel al cual seguimos. Nuestra fe supone dar un voto de confianza, un día sí y otro también, a un Jesús que –cuando observa nuestro corazón volcado en El- es capaz de hacernos caminar sobre las aguas turbulentas de nuestra vida. Pedro ¡el primer Papa! tuvo indecisión, dudas, incertidumbre. Ello le valió el hundirse bajo las mismas aguas sobre las cuales el Señor caminaba. ¿Qué ocurrió? ¿Le engañó Jesús? ¡No! Se engaño él mismo: Pedro miraba a Jesús pero, a la vez, miraba al fondo del mar. Pedro miraba a Cristo, y con el rabillo del ojo izquierdo, procuraba que su manto no fuera envuelto por una tímida ola.

2.- Nuestra fe no es un cúmulo de certezas. Pero, nuestra fe, es vivir en la certeza de que el Señor nos acompaña. Que nada, ni nadie, nos podrá apartar de su dulce presencia. ¿Lo sentimos así? ¿Caminamos sobre las aguas de la vida conscientes de que, el Señor, es dueño de bravo oleaje y señor de la repentina calma?

En los pequeños detalles de cada día. En la tormenta (cuando nos asolan los problemas y parece que son más grandes que nuestra capacidad para hacerles frente); en la calma (cuando sentimos una felicidad indescriptible pero que llena de paz nuestro interior); en las luchas (cuando procuramos afanarnos en algo y superarnos a nosotros mismos); en un saludo o un encuentro, en un apretón de manos o en una reconciliación que teníamos como asignatura pendiente. ¿No nos damos cuenta que, tal vez, es donde el Señor habla y nos hace caminar sobre las aguas?

3.- Nos hemos de acostumbrar a sentir a Dios en lo pequeño. Vino diminuto en Belén y..en la pequeñez Dios se quiso acercar al hombre. No pretendamos, por ello mismo, coger la escalera de los sucesos extraordinarios o de la grandeza, para llegarnos hasta Dios. La brisa, de la cual nos habla la primera lectura, o las aguas bravías del Evangelio de este día, nos pueden llevar a comprender dos cosas: el Señor nos viene de la forma más sorprendente que podamos imaginar y, por otro lado, sólo nos exige fe. ¿Seremos capaces de ofrecérsela? ¿Lo intentamos? ¡Feliz Domingo, amigos! ¡Caminemos sobre las aguas pero, eso sí, miremos de frente al Señor!

4.- TENGO MIEDO, SEÑOR

A que tu barca, la barca de tu Iglesia,

me lleva a horizontes desconocidos

A que, tu Palabra, veraz y nítida

deje al descubierto el “pedro”

que habita en mis entrañas.

 

TENGO MIEDO, SEÑOR

De caminar sobre las aguas de la fe

De nadar contracorriente

De mirarte y estremecerme

De hundirme en mis miserias

y en mis tribulaciones

en mi falta de confianza

y…de mis exigencias contigo.

 

TENGO MIEDO, SEÑOR

De que me vean avanzando

en medio de las olas del mundo

con las velas desplegadas de la fe

Que me divisen, de cerca o de lejos,

navegando en dirección hacia Ti

 

TENGO MIEDO, SEÑOR

De que, en las dificultades,

no respondas como yo quisiera

Que, en las tormentas,

no me rescates a tiempo

Que, en la lluvia torrencial,

no acudas en mi socorro.

Por eso, porque tengo miedo, Señor,

mírame de frente, de costado y de lado

para que, en mis temores,

Tú seas el Señor

El Señor que venga en mi rescate.

Amén