XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 16, 13- 20: ¿Ya sabemos quién es el Señor?

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1.- Año Jubilar Paulino. Y, cuando uno se acerca a la segunda lectura y recuerda el hombre que, ayer, fue San Pablo, llega a preguntarse: ¿Qué le pudo ocurrir a este hombre para escribir así a los Romanos?

-Lo que antes era necedad, ahora es sabiduría de la fina

-Lo que perseguía con saña, son ahora caminos irrastreables

-Lo que antes de ayer era caos, hoy es origen, meta y fin del universo

Así es, amigos. Cuando uno descubre, cara a cara a Jesús, su vida cambia de la noche a la mañana.

2.- Acerquémonos a la sencillez de San Francisco de Asís. Asomémonos a la intrepidez de Francisco de Javier, a la bondad de Teresa de Calcuta, a muchos de los ídolos de nuestro tiempo (deportistas, cantantes, artistas) que de repente, de la noche a la mañana, ven que a su vida le faltaba algo, fondo… les faltaba Dios. O, como al mismísimo ex primer ministro británico, Tony Blair, que dejaba la Iglesia Anglicana porque, entre otras cosas, en la Católica encontraba con más nitidez a Jesucristo.

3.- Preguntémoslo a Pedro. ¡Qué dice la gente de Jesús! Y, como San Pablo, Pedro nos responderá lo mismo que nosotros, con nuestra presencia en la Eucaristía, afirmamos y profesamos: ¡Es el Señor! ¡Es el Hijo de Dios!

¡Ay! ¡Si, como Pedro, tuviéramos esa convicción! ¡Cuántas puertas herméticamente cerradas se abrirían a la novedad del Evangelio!

¡Ay! ¡Si, como Pedro, tuviéramos el valor y el coraje –a tiempo y a destiempo- de profesar que, Jesús es el Mesías! No existirían otros dioses, miedos ni temblores para profesar nuestra fe.

¡Ay! ¡Si como Pedro, ante el Señor, una y otra vez, en el sagrario o en la calle, en el trabajo o en la oficina, manifestáramos lo que somos! Muchos, verían y encontrarían en nuestra actitud, una llave con la que poder abrirse o encontrar a Dios

¿Qué ocurre entre nosotros, amigos? ¿Por qué no gritamos a los cuatro vientos lo que, en el silencio, sentimos? ¿Tan débiles nos encontramos que preferimos tener a Dios en los cuatro muros del templo de nuestro corazón que saltando por las calles por las cuales andamos?

Tenemos un déficit en nuestra vida cristiana: nos falta conocimiento de Jesús. No hace aún dos semanas cuando, una feligresa, me decía: “pregunto a mis hijos y mis nietos sobre Historia Sagrada y me llevo una gran sorpresa: no saben nada”.

3.- Surgen, en este domingo, una serie de preguntas que deben de sacudirnos nuestro vivir cristiano. Son para todos los que estamos reunidos, en el nombre del Señor, delante de este altar. Nos la dirige Jesús: ¿Qué soy para ti? ¿Quién soy para ti? ¿Qué sabes de mí? ¿Qué estás dispuesto hacer por mí?

¿Seríamos capaces de responderle? ¿Lo haríamos con frases huecas o con verdad de corazón? ¿Lo haríamos para contentar a Jesús o desde lo más hondo de nuestra conciencia?

No hace mucho tiempo en un programa de radio, por la noche, llamaba un joven que jamás había oído hablar de Jesús. Que en su infancia, su familia, se preocupó de poner filtro a todo lo que sonara a Iglesia, cristiano o religión. La sorpresa vino al final del programa cuando solicitó una persona que le enseñara algo sobre Jesucristo. Ahí está la cuestión. Para enseñar hay que saber, para saber hay que conocer y para conocer a Cristo hay que encontrarse con El. ¿Lo hemos entendido? Feliz encuentro con el Señor

4.- TE CONFIESO, QUE NO LO SÉ, SEÑOR

Digo amarte

cuando, media hora en tu presencia,

me parece excesivo o demasiado

Presumo de conocerte

y, ¡cuántas veces!

el Espíritu me pilla fuera de juego

Te sigo y escucho

y miro, una y otra vez,

hacia senderos distantes de Ti.

Te confieso, Señor,

que no sé demasiado de Ti.

Que tu nombre me resulta complicado

pronunciarlo y defenderlo

en ciertos ambientes.

Que, tu señorío,

lo pongo con frecuencia

debajo de otros señores

ante los cuales doblo mi rodilla

Te confieso, Señor,

que mi voz no es para tus cosas

lo suficientemente recia ni fuerte

como lo es para las del mundo.

Te confieso, Señor,

que mis pies caminan más deprisa

por otros derroteros que el placer

las prisas, los encantos o el dinero me marcan.

Te confieso, Señor,

que, a pesar de todo,

sigo pensando, creyendo y confesando

que eres el Hijo de Dios.

Haz, Señor, que allá por donde yo camine

lleve conmigo la pancarta de “soy tu amigo”

Haz, Señor, que allá donde yo hable

se escuche una gran melodía: “Jesús es el Señor”

Haz, Señor, que allá donde yo trabaje

con mis manos o con mi mente

construya un lugar más habitable

en el que Tú puedas formar parte.

Amén