XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 21, 28-32: Ser sinceros… No parlanchines

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Cuando uno escucha el evangelio de este domingo, no puede menos que recordar aquella famosa frase de San Ignacio “el amor se muestra más en obras que en palabras” o, incluso, aquello de Diógenes “el movimiento se demuestra andando”.

1.- Frente al inmovilismo (vivo bien y no necesito más); frente a la hipocresía (digo una cosa y, a continuación, hago lo contrario); frente a una fe sin más trascendencia que el cumplimiento (celebro pero no vivo), el Señor sale a nuestro encuentro con una clara intención: ¡hay que moverse!

Los brazos cruzados son pancarta de los que no hacen y pretenden que los demás hagan. Los brazos cruzados son sinónimo de aquellos que tienen pocas intenciones de que el mundo avance, de que la Iglesia cumpla con su misión o, que el Reino de Dios, sea trabajado y labrado con ilusión en medio del secarral en el que se encuentran tantas almas y tantas personas.

¿Cómo es nuestra respuesta al Señor? ¿Sincera o disfrazada? ¿Convencida o tímida? ¿Optimista o derrotista? ¿Charlatana o con manos a la obra? En la parábola de este domingo, los dos hijos, pueden representar la respuesta que, en más de una ocasión, ofrecemos y damos a Dios o a la misma Iglesia:

• Yo seré catequista; y, a continuación, digo no servir para ello

• Me ofreceré como lector de la liturgia; y, luego, alego que los nervios me lo impiden

• Prometeré un donativo mensual para los pobres o para la autofinanciación de la parroquia, y luego, me justifico diciendo “otra vez será”

• Me comprometeré en la Cáritas parroquial, en el grupo de Biblia, haré una visita al Santísimo, procuraré no faltar a la Eucaristía dominical o incluso diaria; luego –la seducción de otras cosas- deja a Dios en el último lugar. En definitiva, palabrería: un “SI” pero un “NO”.

2. - Aquello del “dicho al hecho hay un trecho” sigue dándose entre nosotros los creyentes. El Papa Benedicto XVI afirmaba en París, en su viaje reciente a Francia, que “las ciudades se están quedando sin altares y que para muchos Dios es el gran desconocido”. ¿Qué hacer ante esta cruda realidad? Trabajar y empeñarnos con más convencimiento, más creatividad, impulso, decisión y fuerza para que, el Reino de Dios, el nombre de Dios, el acontecimiento de Jesús de Nazaret –nacimiento, muerte y sobre todo resurrección- lejos de ser atronado todo ello por los ruidos del mundo, puedan ser una realidad viva, visible y una propuesta firme y sentida por nosotros los cristianos.

No podemos dejar que, la gran viña del Señor, sea cuidada, podada y abonada exclusivamente por Dios. ¿Dónde están sus braceros? ¿Dónde nos encontramos nosotros?

Que este Año Paulino, en el 2000 aniversario del nacimiento de San Pablo, nos conceda la gracia de vivir con tal nitidez, humildad y entusiasmo nuestra fe cristiana que podamos exclamar lo de la segunda lectura de este día: “que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”

4.- QUE TU VIÑA, SEÑOR, NO SE DEBILITE

Envíame, siempre que me necesites, Señor

y, si miro hacia atrás,

haz que vea el horizonte que me espera

Mándame, Señor, a trabajar en tu hacienda

y, si prefiero quedarme en el escaparate de la vida

hazme comprender que la apariencia

la sensualidad, lo que veo y toco

más pronto que tarde, todo acaba.

Sí, amigo y Señor; quiero ir a tu viña

aunque a veces te traicione

aunque en ciertos momentos tenga miedo

o, en otras ocasiones, por esto o por aquello

me sacuda la incertidumbre o la pereza

 

¡Quiero ir a tu viña!

Y, si por lo que sea, Señor,

te digo “sí” y luego es “no”

perdóname, Tú sabes cómo soy

Sólo Tú, Señor, tienes la fuerza total y necesaria

para cambiar el mundo y, también, para hacerlo conmigo

Sólo Tú, Señor, sabes de antemano

que no siempre mi respuesta es la más sincera

ni, otras tantas veces, la más acertada

Pero, a pesar de todo, Señor

me comprometo y quiero ayudarte en tu viña

para que no se debilite

y siga germinando en abundancia;

para que no muera

y los hombres y mujeres de mi tiempo

puedan acercarse hasta ella

y cortar el racimo de la fe y de la esperanza

y puedan beber el vino del amor y del perdón.

 

Por eso, Señor, ayúdame…

quiero, que cuando Tú me envíes,

pueda salir a cuidar y trabajar la viña que Tú tanto amas.

Amén.