XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 23, 1-12 : Un Dios que nos mira con amor

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1.- La exigencia de Jesús y su certera transparencia hace que, la liturgia de este domingo, nos pueda resultar un tanto dura al oído y amarga al paladar. Pero, quien se acerca con asombro a sus palabras, no hará sino descubrir lo siguiente: preocupación de Jesús por los suyos.

No hacer nuestras obras para ser vistos por los hombres, ni para ser agasajados por el ambiente nos lleva a concluir que, el cristianismo, si es aplaudido demasiado, es porque –tal vez-- no está cumpliendo su cometido en toda la radicalidad que nos exige Jesucristo.

Buscar la gloria de Dios, a veces, implica un poco buscar la propia ruina. El ser signo de contradicción en medio del mundo. En decir “sí” donde la mayoría dice “no” y en gritar un “no” aun a riesgo de que te puedan tachar de retrógrado, intransigente, cerrado o de que vives de espaldas a la realidad.

2.- Los cristianos hemos de ser conscientes de que somos vistos por Dios en todo momento. Por ello, nuestra máxima, debe ser también esa: andar por los caminos del mundo con la sensación de que somos observados (no fiscalizados) por un Dios que nos pide una cierta coherencia entre la fe proclamada y la fe vivida. Un Dios que nos mira con amor. Un Dios que, precisamente porque nos ve, nos enseña a vernos tal y cual somos.

--Hoy, como en tiempos de Jesús, también muchas personas prefieren un primer puesto a un último incluso a costa de alguien.

--Hoy, como en los días de Jesús, otros tantos prefieren (preferimos) sobresalir brillando que servir humillándonos. Y olvidamos frecuentemente, como decía Santa Teresa de Jesús, que “humildad es andar en la verdad”.

--Hoy, muchos cristianos, adornan muchos momentos sacramentales con las filacterias de grandes banquetes, trajes, gastos y regalos... y, a continuación, viven alejados de todo aquello que la vida de fe exige y conlleva.

3. ¿A quién de los que estamos reunidos en esta Eucaristía no nos gusta ser los primeros para recibir felicitaciones, honores, reconocimientos, gratitud y homenajes? A todos, y en su justo punto es bueno, nos seduce el que nos reconozcan un trabajo y el esfuerzo que realizamos, las ideas que aportamos o los consejos que con buena voluntad ofrecemos. Pero, en primera y última instancia, nuestra línea de acción debe de estar marcada por nuestro amor a Dios y a los demás. Cuando nuestras actividades (pastorales, laborales, afectivas, profesionales, etc.,) están marcadas excesivamente por un culto a la propia imagen aparece pronto el desencanto, la falta de constancia y la desmotivación en aquello que emprendemos.

Qué bien lo expresó San Gregorio Magno: «Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía, encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de separación de él» Ciertamente, lo que merece la pena al fin y al cabo, es el que seamos un poco como las agujas de una catedral que despuntan hacia el cielo. Ser grandes inspirándonos y apuntando hacia la eternidad.

4.- Ser grandes ante los ojos de Dios implica, en variadas circunstancias, cortar esas filacterias que el mundo nos presenta delante de nuestros ojos para que no veamos el camino recto; que enredan en nuestros pies para que no avancemos por los caminos de Dios; que atenazan nuestros corazones para que no pensemos sino en nosotros mismos. Andar en la verdad significa presentar una misma cara: lo que queremos decir a los demás que lo vivamos en nuestra propia vida.

Señor:

Que no equivoque tu gloria por mi propia gloria

Que mi humildad sea fruto de andar con la verdad

Que mis palabras vayan armonizadas con mis obras

Que la fuente de mis obras este siempre en Ti

Que busque siempre un primer puesto para el servir

Que “mi amor saque amor” como decía Teresa de Jesús

Que me sienta contemplando por ti y que nada desdiga de mi amistad contigo

Que ensanche, no la apariencia del mundo sino la bondad de mi corazón

Que mi gloria sea el darte gloria amando a aquellos que me rodean

Que mi eficacia y mi fuerza sea el permanecer unido a Ti

Que nunca, Señor, pueda decir que pienso y quiero distinta cosa de lo que siento y

realizo.