XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Conmemoración de todos los Fieles Difuntos

San Juan 11, 25a.26: ¡Qué suerte... La de ellos!

Autor: Padre Javier Leoz

 

Ayer festejábamos el esplendor, la gloria y la vida –santa y buena- de miles y miles de hermanos nuestros, reconocidos o no, que alcanzaron la Santidad. Fueron bienaventurados, para Dios, aunque –en el mundo- tal vez pasaran algunos o muchos desapercibidos.

1.- ¿Y hoy? Hoy no perdemos el hilo que nos marcaba la fiesta de ayer. Si, en el día de Todos los Santos, las bienaventuranzas nos enseñaban el sendero de la virtud, hoy San Pablo, en su primera lectura o el mismo Cristo en la segunda, nos dicen que nuestros difuntos, porque creyeron y esperaron, “Dios los llevará con El”. Por lo tanto, en este día de Todos los Difuntos, tenemos derecho y motivos para la esperanza.

a).- Nadie nos puede quitar la memoria de aquellos que compartieron su vida, su fe y su ser con nosotros. Mucho están cambiando las cosas, en algunas latitudes, a la hora de afrontar un duelo. Lo importante, se haga como se haga, es que guardemos un indestructible recuerdo, en el corazón, en la oración y en la mente, de aquellos que fueron fieles a Dios y, por qué no decirlo, ¡en cuántas ocasiones fieles por nosotros y a nosotros! ¿O no?

b).- Tenemos derecho a la confianza. El Día de Todos los Difuntos, por los cuatro costados de nuestra persona, debiera de salir una acción de gracias a Dios: gracias, Señor, por la vida; por la oportunidad que nos diste para amarlos, para cuidarlos y por los años que compartieron sus pensamientos, palabras y existencia con nosotros. Y también, por qué no reconocerlo; perdón, Señor, porque en algunos momentos no estuvimos a la altura; porque es más fácil y menos comprometido, visitar a un fallecido que ayudarle en vida. Por eso, Señor, perdón por las veces en las que significaron poco o nos cansamos de amarles como Tú nos amas. Hay que vivir, esta festividad, mirando por la ventana de la esperanza: viven en el Señor, aguardan la resurrección, la muerte no es punto final.

c).- Finalmente, en este Domingo, más que nunca hemos de celebrar el Día del Señor. En su triunfo, estará el nuestro sobre la muerte; en la mañana de la Pascua, se sostendrá y aparecerá la nuestra y definitiva; por el sepulcro abierto de Cristo es por lo que visitamos, en estas horas, a nuestros seres queridos difuntos para meditar una y otra vez: “no busquéis aquí entre los muertos al que está vivo”.

2.- Estos, amigos, pueden ser –entre otros muchos- las motivaciones que nos empujan a pensar en ese camino que, ofrecido por Jesús, muchos de nuestros familiares lo han encontrado para darse de frente con la Ciudad Eterna: el cielo.

Estas, aunque afloren las emociones en este día, son razones que nos mantienen despiertos; que nos hacen soñar en una mesa celestial, en la que todos, y digo todos, estamos invitados, por la fe, la esperanza y la caridad, a dar buena cuenta de lo que Dios nos ofrecerá: la felicidad y la vida sin límites.

Hoy, al recordar a nuestros difuntos, después de visitar los camposantos, no nos queda sino mirar al cielo y con la fuerza de nuestra voz y de nuestra fe gritar: ¡creo en ti, Señor! ¡Espero en ti, Señor! ¡Llévanos un día también con ellos, al encuentro del Padre! ¡Qué suerte tienen! ¡Qué ventaja nos llevan! ¡Ellos resucitarán en primer lugar! ¡Consolaos, pues mutuamente, con estas palabras!”

3.- DESCANSAD

Descansad; descansad en las manos que, por ser tan grandes

sólo pueden ser las manos de Dios

Vivid; vivid en aquella ciudad que –sin penas ni tristezas-

sólo puede ser la Ciudad de Dios

Esperad; esperad el último día, pues por estar ya dormidos

para vosotros será un pronto despertad

Orad; orad por los que aquí quedamos,

pues bien sabemos que, nuestra hora, es hora incierta

nuestro mañana, un tanto inseguro

y nuestra fragilidad brota por los cuatro costados

Descansad; hermanos, descansad;

vivisteis y, Dios, os guió con mano providente

Sufristeis: pero ¿quién sabe si ahora no estaréis

descubriendo la otra cara de esa sufrida moneda?

Llorasteis; pero hoy con el pañuelo amoroso del Padre

os sentís reconfortados y consolados

Amasteis; y como un gran capital que nunca decrece,

presentáis las buenas acciones de vuestro ser

los detalles de tanta delicadeza repartida

la suavidad de las palabras que no quisieron herir

la prudencia de los silencios que fueron vuestro baluarte

Sí, hermanos, descansad en las manos de Dios

Porque, en el camino que Cristo os enseñó,

intentasteis llevar una vida y agradable

Con lágrimas y dolor

Con aciertos y fracasos

Con virtudes y pecados

Como los atletas en el estadio o en la competición,

estuvisteis corriendo hacia la meta

arropados y empujados por el Espíritu

enamorados por Jesucristo

atraídos por el amor infinito del Padre

Sí, hermanos, padres, amigos, compañeros,

sacerdotes, y tantos que estáis ya al otro lado:

Descansad y pedid por aquellos que

pensando que somos eternos

un día junto a vosotros también estaremos.

en espera de la resurrección final y definitiva.

Amén.