XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 25, 14-15.19-21: ¡Hay que arriesgarse!

Autor: Padre Javier Leoz

 

1.- Hoy con, parte del mundo sumergido en una gran crisis económica. la gente se aprieta el cinturón y, lejos de malgastar, mira y reflexiona sobre lo qué es necesario y, deja a un lado, lo secundario. Pero, la vida de un cristiano, haga buen tiempo o malo, vivamos en la opulencia o en la estrechez, ha de estar siempre sazonada por el riesgo. Sí, hermanos y amigos; por el riesgo se ha de notar que quemamos horas, sudor, lágrimas y creatividad para que el Reino de Dios sea una realidad en el mundo.

2.- Es más fácil criticar que hacer pero, también es verdad, al final de los tiempos –y esos tiempos llegarán- el Señor se inclinará del lado de aquellos que, con defectos y mil fallos, lejos de estar con los brazos cruzados se implicaron en el rumbo de la historia, intentándola teñir con los sabores del evangelio.

¿Qué estoy haciendo yo? ¿Qué puedo hacer yo? ¿Cómo me encuentro yo? Tres interrogantes que, en este domingo, nos puede sugerir la Palabra de Dios.

3.- ¿Qué estoy haciendo yo por Jesús? ¿Dar la cara por El, o avergonzarme de ser cristiano? ¿Aprovechar, cristianamente el tiempo, o simplemente vivirlo para uno mismo y en beneficio de uno mismo? El Señor, dueño del tiempo, nos lo ha dado no para controlarlo con un bonito reloj de muñeca y sí para que lo utilicemos con conciencia de lo que somos: hijos de Dios y fructificando en algo que merezca la pena.

4.- ¿Qué puedo hacer yo? Ni más ni menos que, sacando lo mejor de mí mismo, de nosotros mismos, ponerlo en movimiento. Invertir, genio y figura, actitudes y temperamento, inteligencia y reflexión. ¿Todo ello para qué? Para hacer felices a los demás y, por supuesto, para no decepcionar a Dios. Y es que, Dios, es un gran “inversor”. El capital somos nosotros, el gran banco es el mundo y, los intereses, vendrán al final de los tiempos cuando, al prensar la uva, se vea el buen mosto que fuimos o el vinagre que derramamos a nuestro paso. ¿Qué puedo hacer yo? ¿Tal vez algo más? ¿Tal vez aquello que más me cuesta? ¿Tal vez servirme menos y servir un poco más?

5.- ¿Cómo me encuentro yo? Vamos terminando el ciclo litúrgico. El próximo domingo, Cristo Rey, resumirá perfectamente todo lo que hemos compartido, vivido y escuchado durante estos meses. En El se centraliza el mundo, principio y fin de todo. ¿Hemos acogido su Palabra? ¿Me encuentro más lleno de Dios o con más y más trastos del escaparate del mundo? Hay que poner en danza los talentos que Dios nos ha dado. El “yo no sirvo para eso”, en más de una ocasión, es síntoma de justificación o de una fe descafeinada.

6.- Finalmente, en este domingo, en España celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. Y, por cierto, cada día más se necesitan, hombres y mujeres, que con su intuición y discurrir, camine hacia la autofinanciación plena. No podemos permitir, por comodidad, falta de ideas o ausencia de marketing, que la Iglesia sea totalmente dependiente de los poderes establecidos. También los creyentes, en ese sentido, no nos podemos quedar de brazos cruzados. Es la hora de valorar mucho más a nuestra Iglesia Diocesana, de ayudarle en sus necesidades y de huir de un gran peligro: la orfandad eclesial. No estamos solos; caminamos con la Iglesia; unidos a la Iglesia y comprometidos con ella.

Y también, nuestra Iglesia, tendrá que hacer un esfuerzo por no desaprovechar a personas con capacidad demostrada, con entusiasmo en la acción evangelizadora y con ímpetu para que, sigamos avanzando en la Nueva Evangelización de la que tanto nos hablaba Juan Pablo II.

7.- Y también, nuestra Iglesia, sin miedo y arriesgándose, tendrá que soltar algún que otro lastre que la paraliza, que la enmudece o que, simplemente, le hace aparecer ante la pantalla del mundo con claros síntomas de falta de ideas o empuje. Una Iglesia que, como Madre, ha de buscar –entre sus hijos e hijas- carismas y dones para que, lejos de enterrar o despreciar lo mucho que podemos hacer por ella, sea aprovechado. Cuando el Señor vuelva, también a algunos, les pedirá cuenta de los talentos que, por distintas razones, abortaron y dejaron a un lado.

8.- DAME TALENTO, SEÑOR

Me pusiste en el mundo, Señor,

y sin saber cómo ni cuando

sólo sé que saliste a mi encuentro.

Me preguntaste ¿qué haces?

Te conteste: perdiendo el tiempo

Te acercaste y me propusiste ¿quieres hacer algo?

Te contesté de nuevo: ¿Para qué, Señor?

Insististe, Señor, ¿Te arriesgas por alguien?

Y, una, y otra vez,

mirándome a mí mismo, me dije:

¡Por qué! ¡Que lo hagan otros!

 

Y, ahora Señor, cuando miro a tu cruz

comprendo el valor de tu amor:

talento de sangre derramado por un madero

Y, ahora Señor, cuando miro tu rostro

lloro por las veces

que me cuesta dar la cara por tu Reino.

Por las horas en que vivo encerrado

en mis propios sueños

sin darme cuenta, que con otros,

sería más feliz y estaría más despierto.

 

Sí, Señor, ¡Dame tu talento!

Tu actitud de escucha, para comprender

Tu don de Palabra, para convencer

Tu caridad, para saber amar

Tu corazón, para poder perdonar.

Sí, Señor, ¡temo tanto el último día!

Sí, Señor ¡temo tanto que llegues

y me encuentres vacío y acomodado!

Sí, Señor ¡temo tanto que me pidas cuentas

y me encuentres en números rojos!

 

Quiero tus talentos, Señor;

Saber estar en el mundo

como si no lo estuviera

Comprender a mis hermanos

aunque ellos no me entiendan

Trabajar por los que me rodean

sin miedo al qué dirán o a la recompensa

Sólo sé, Señor, que me has creado

y porque soy obra de tus manos

no puedo quedarme de brazos cruzados.

Amén.