IV Domingo de Adviento, Ciclo B

San Lucas 1, 26- 38: Seamos Angeles

Autor: Padre Javier Leoz

 

En los umbrales de la Navidad, al leer el relato evangélico de este cuarto domingo de adviento, uno siente la llamada a proclamar aquello que ángel San Gabriel llevó hasta los oídos de Santa María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.

1.- Esta noticia es la que, en estos días, no podemos apagar ni consentir que deje de resonar como fundamento y fondo de la Navidad: ¡EL SEÑOR ESTA CONTIGO! ¡VIENE A ESTAR CONTIGO! Contigo, mundo, que te agitas en un mar de dudas. Cuando piensas que, tus problemas, son mayores que tus fuerzas para hacerle frente. ¡El Señor está contigo!

Este anuncio, sintiéndonos ángeles, mensajeros y enviados por Dios, puede ser nuestra tarea y nuestra misión dentro de la Navidad. ¿Podemos consentir que, las luces, sean más impactantes que el destello de la Luz Divina?

En nuestro empeño queda precisamente ese envío, permanente y gozoso, de anunciar al mundo que el hombre no está sólo; que Dios viene para acompañarle; que una Virgen –porque se fió y creyó- se sintió llena de una felicidad que, sólo la fe, es capaz de ofrecer.

2.- Hoy, como entonces, el Señor sabe perfectamente que no se va a encontrar con un hotel de cuatro estrellas; que tropezará con pocos o escasos colaboradores que popularicen su nacimiento. Pero ojala, el Señor, atine los corazones de algunas personas como esas sencillas cuevas en las que Dios pueda nacer y crecer de nuevo para brindar a la humanidad una puerta o una ventana por la que podamos entrar o ver un poco la salvación. ¿Seremos capaces de cruzar por esa puerta –pequeña y estrecha- que es la puerta de belén? ¿Seremos hábiles para asomarnos con la mirada de la fe y saborear y contemplar el Misterio como lo hizo María?

3.- ¡EL SEÑOR ESTA CONTIGO! Es un grito que, desde la Iglesia y desde las convicciones más profundas de todo creyente, lanzamos a una sociedad capitaneada por mil soledades; a un ser humano acosado por falsas esperanzas; a una realidad social individualista y con cierta sensación de orfandad. ¿No me digáis que el anuncio de “El Señor está contigo” no despierta en nosotros sentimientos de paz y de serenidad, de seguridad y de confianza, de tranquilidad y de fe?

Todos, en estas próximas Navidades, podemos ser trompetas anunciadoras del gran Misterio de la Navidad o, por el contrario, sordina ante lo que celebramos. ¿Qué preferimos ser? ¿Ángeles o silenciadores de la Buena Nueva?

4.- María, ante la llegada del Señor, se entregó de lleno a la causa de Jesús. No le faltarían preocupaciones, turbaciones, dudas pero, a continuación, supo que algo grande iba a ocurrir y puso alma, cuerpo y vida, para que Dios –a través de ella y con ella- se hiciera presente en el mundo en Jesucristo.

Por eso, en este cuarto domingo de adviento, damos gracias a la Virgen, a María. Su “sí” nos sigue empujando a exclamar a los cuatro vientos que, el Señor, ya está llegando; que el Señor va a nacer; que el Señor está tan dentro de nuestras entrañas como un día lo estuvo en las de Ella.

¡Gracias, María! ¡Contigo y con nosotros estará el Señor!

5.- ¿QUÉ SENTISTE, MARIA?

Con pocas palabras, pero en Ti María,

habitó por el anuncio de un Ángel

el Misterio de un Dios humanado.

¿Qué sentiste, Virgen María

ante la llegada del mensajero?

¿Creíste, acaso, que ese personaje celestial

se equivocó de puerta?

¿Pensaste que, uno de tus vecinos,

venía para probar tu fe o tu ingenuidad?

¿Qué sentiste María, dinos Tú que miraste al cielo,

ante la llegada del famoso mensajero?

Tal vez, como humilde nazarena,

sentiste que Dios habla en el silencio

Que Dios se hace grande

en el que le recibe manifestándose

esclavo, humilde…y pequeño

Tal vez, como mujer de Dios,

mirando por la ventana

de tu pobre casa de Nazaret

soñaste que, simplemente,

era una estrella que de repente

cayó desde el mismo cielo.

O, tal vez, María,

en el secreto escondido

desde hace siglos,

supiste que, contigo,

la partitura comenzaba a escucharse

que el plan comenzaba a llevarse a cabo

que, Dios, en una más de las suyas

irrumpía ahora sin ruido, en silencio,

sin más exigencia que tu obediencia

sin más preguntas que tu respuesta

sin más palacios que tu vientre virginal

sin más pregoneros que un Ángel.

Ayúdanos, María,

en medio de los ruidos que sacuden

los valles de nuestras vidas

a escuchar, como Tú lo hiciste,

la voz de un Dios que sale a nuestro encuentro

en el rostro de un Niño nacido en pesebre.