Solemnidad. Epifanía del Señor

San Mateo 2, 1-12: ¡Dios, se manifiesta!

Autor: Padre Javier Leoz

 

1.- Estamos tan habituados a las manifestaciones que, tal vez las más importantes, las que no meten ruido y más nos interpelan, pasan desapercibidas.

La Epifanía, la manifestación de Jesús a los hombres, es un momento entrañable y especial. Nos viene de fuera. De arriba, de lo alto. Tal revelación es imposible que haya sido orquestada y organizada desde abajo.

El Adviento (con Isaías, Juan Bautista a la cabeza, y con el “sí” de María como obediencia) hace tiempo que nos ha insistido que, Jesús, era el esperado desde siglos. El evocado por los profetas. El codiciado por hombres y mujeres que, sabiendo que del cielo venía, al cielo miraban.

Pero, esta Epifanía del Señor, no es una manifestación de cuatro ni para unos pocos. Es una iniciativa que quiere abarcar a todos. Sin distinción de ideas ni de continentes. Todos los años, en esta jornada, debiéramos de sentirnos “magos” convocados por el Señor para ofrecerle el incienso de nuestra oración, la mirra de nuestra fragilidad y el oro de nuestras personales conquistas.

2.- ¿Valora el hombre de hoy el hecho de que Dios le ofrezca una salvación general y sin distinciones? Posiblemente no. Por ello mismo, porque tal vez el corazón del hombre ha perdido cierta sensibilidad a lo divino, Dios convoca esta "manifestación" para que no olvidemos su presencia, su Palabra, su estar ahí

Ese don divino, que baja del cielo y es universal, necesita algo tan elemental como la fe. La fe es capaz de todo. Por la fe, los reyes, dejaron sus reinos para postrarse ante Dios nacido. Se dejaron guiar por la estrella. Se fiaron de ella (aún dándola por perdida). Con todas las consecuencias y aún con peligros llegaron, se asomaron, vieron a Jesús, lo adoraron y ofrecieron sus regalos. ¿Por qué? Porque creyeron.

--La manifestación de Dios es silenciosa. Es una propuesta que el hombre la ha de acoger libremente.

--La manifestación de Dios hacia el hombre es humilde. No esperemos algo espectacular. La puerta, preferida por Jesús para que vayamos a contemplarle, es pequeña, estrecha y –por ella- pasa lo más justo y necesario: la fe. Lo demás, o queda fuera, o no podremos entrar con tanto trasto inservible.

--La manifestación de Dios es clara. Quien apuesta por El ha de aprender a dar signos visibles de que lo ha acogido con verdad y sin adulteración.

--La manifestación de Dios no lleva más pancarta que el amor. ¡Algo de esto debieron ver los Reyes cuando, dejando oropeles, palacios, siervos y riquezas, encontraron que el amor, en un Niño, todo aquello, y con creces, lo superaba!

--La manifestación de Dios invita a buscar caminos para participar en ella. Los Magos encontraron una estrella. También nosotros, por la oración, la eucaristía, la contemplación, la caridad o la misma iglesia, vamos dando con esos “astros” que iluminan el camino de nuestra existencia para que no nos perdamos en la búsqueda y el encuentro personal con Cristo.

3.- De la manifestación de Dios a todos los hombres, cuando se ha participado de verdad, se sale de ella por otros caminos. Vivir estos días de la Navidad, escuchar la Palabra de Dios, rezar en el silencio y en la intimidad, venerar al Niño Jesús, quedarnos extasiados ante la Sagrada Familia, etc., implica marcharnos luego, a las cosas de cada día, con diferente semblante. Con actitudes muy distintas. Con un corazón grande. Con las manos abiertas. Con el espíritu profundamente tocado por la mano divina.

También nosotros, como los Reyes Magos, nos tenemos que marchar a la vida de cada día por otros senderos. Siendo conscientes de que mil peligros intentarán acorralarnos y matar ese Niño que, la Navidad, ha puesto en el pesebre de nuestro corazón.

4.- Al igual que aquellos regios personajes daremos, si es preciso, más vuelta (no rodeo) para salvar lo que consideramos es un patrimonio irrenunciable y que, nada ni nadie, podrá destruir: la manifestación de Dios a un pueblo que sigue creyendo, amando y esperando en Él.

Con esa seguridad, confianza y vivencia, nos quedaremos en esta fiesta de Epifanía.

Muchos hoy, como los letrados de entonces, no habrán reconocido en estos días de la Navidad esa presencia de Dios. Ojala que nosotros, aún viviendo a veces paganamente y alejándonos del brillo de la estrella, hallamos conseguido vibrar por dentro con el nacimiento de un Dios que goza diciéndonos que es para todos.

Y os ofrezco esta oración para cantarla en este día tan grande

ORACION DE LA ESTRELLA

 

¿Dónde vas inquieta y misteriosa, estrella de Belén?

¿Por qué tu resplandor ilumina a los que tienen fe y

deja como están, a los que cerraron sus ojos al asombro?

¿Por qué, cuando más te necesitamos, te escondes

detrás de las nubes, y nos dejas en la incertidumbre?

 

Estrella, que expresas mensajes de adoración y convocatoria:

¿Hacia qué destino despunta el centro de tus destellos?

¿Quién es el autor de tu aparición repentina?

¿Por qué, en la noche, juegas a disimularte y asomas

cuando, el peligro, se aleja del que te quiere seguir?

 

Tú, estrella divina,

nos ayudas a descubrir el corazón de Dios

que late en un portal

a postrarnos ante Aquel que, siendo Dios,

se hace hombre

a ofrecer, entre miserias y debilidades,

la fortuna de nuestra fe

 

Eres, estrella celeste,

manifestación de un Dios

que guía al hombre hasta Jesús

sendero por el que caminan

los que elevan sus ojos hacia el Creador

luz para todo aquel,

que viviendo en la oscuridad,

busca nitidez para su fe

 

Eres, estrella que cruza el inmenso cielo,

dedo que señala al rey que todos esperan.

Eres, estrella que parpadea

con guiño de Dios,

veleta que nos revela

al rey humilde y oculto,

real, universal, rompiendo y saltando

las fronteras que los hombres vamos levantando

 

Estrella de Belén

eres signo de un acontecimiento

llamado a ser universal

eres tutor que lleva a un Dios escondido.

¡Párate, detente estrella divina y veloz!

Queremos vislumbrar, ya desde ahora,

a Aquel que profetas y reyes,

ángeles y pastores anunciaron y adoraron.

 

Gracias, Señor,

ya no necesitamos más estrellas

pues, bien sabemos,

que cuando hay LUZ

la LUZ ya no tiene estrellas.

Y, Tú, Señor,

eres luz que apaga y esconde

todas las demás estrellas.

Amén.