II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Juan 1, 35-42: Un camino

Autor: Padre Javier Leoz

 

1.- Con la festividad del Bautismo del Señor, despegábamos hacia este tiempo ordinario para conocer, a través de ese universo impresionante del evangelio, la vida pública de Jesús. Día tras día, domingo tras domingo –y hasta el momento en el que iniciemos la Santa Cuaresma- nos iremos acercando a la persona de Jesús como discípulos que le siguen, como amigos que le quieren y como adoradores que disfrutan estando con Dios.

--Un camino nos espera, lleno de plenitud y de gestos, de ternura y de anuncio, de denuncia y de aspectos sorprendentes.

--Un camino en el que nos anima la iglesia

--Un camino que nos lleva al encuentro con Cristo

--Un camino que nos conduce hacia dentro de nosotros mismos

--Un camino que por el que se aventuran y se arriesgan los que creen y esperan en Jesús

--Un camino por el que, Cristo, va realizando llamadas y compromisos, milagros y curaciones. Despertando fe y esperanzas.

2.- Como Samuel, un año más, digamos: ¡Aquí estoy, Señor! Queremos reconocerle en medio de tanto mensaje que nos impide escuchar con nitidez su voz. Queremos identificarle aún estando repletos de imágenes que bloquean las retinas de nuestros ojos.

El Señor, con denominación de origen en el Jordán, nos llama. Nos hace sus discípulos. Quiere contar con nosotros.

El domingo pasado, con el certificado que bajaba del cielo sobre la persona de Jesús, también nosotros nos interpelábamos sobre nuestro bautismo. Entre otras cosas, ser bautizado, implica ser discípulo de Jesús. ¿Lo somos? ¿Hemos descubierto la alegría de ser y estar bautizados?

El Señor, además de llenarnos con la fuerza de su Espíritu, espera que nuestra fe –lejos de dormirse- esté bien dispuesta para conocerle, seguirle e interesarse por el cómo y dónde vive.

3.- Los domingos, cuando participamos en la Eucaristía, no es un venir por cumplir el expediente. Nuestra asistencia es un “vivir con Jesús”. Disfrutar de este momento con la serenidad que produce la Palabra de Dios. Con la fortaleza que aporta el comulgar. Con la paz que ofrece la presencia de Jesús en el altar.

El conocimiento de Jesús no viene precisamente por la “acumulación” de misas sino por el saber estar con El a través de la oración, del silencio, de la contemplación. Una asignatura que tenemos pendiente es precisamente la experiencia profunda de Jesús; el vivir con El y que no se nos haga insoportable esa vivencia; el estar con El y el que no resulte aburrida esa estancia; el hablar con El y no tener la sensación de que estamos haciendo algo absurdo.

4.- Los discípulos interrogaban: ¿dónde vives, Señor? ¿Qué hemos hecho hoy cuando hemos entrado a esta iglesia? ¿Hemos preguntado algo al Señor de la cruz? ¿Hemos dirigido nuestros ojos al sagrario? ¿Hemos abierto nuestros oídos a la Palabra de Dios? ¿Seríamos capaces, ahora, de recordar algo de las lecturas proclamadas?

“Venid y lo veréis.” Todos los domingos, el Señor, nos retira a este lugar donde se rejuvenece nuestro corazón, se abren nuestras manos y se fortalece nuestra experiencia interna de Dios.

Hemos dejado fuera muchos ruidos, preocupaciones, deudas, familiares, estrés, y problemas. Dejemos, por lo menos un espacio para Dios, y le digamos: aquí estoy para hacer tu voluntad. El hará lo demás.

5.- Y si me lo permitís voy a terminar con la siguiente anécdota:

No hace mucho tiempo un niño iba de la mano de sus padres cuando, al pasar por una iglesia de una gran ciudad, les preguntó: “Papás; ¿Qué hay allí adentro?”. A lo que su padre respondió: “Nada, hijo mío; allí dentro no hay nada”.

Hemos de recuperar, entre otras cosas, espacios que nos aseguran una cierta paz y un ambiente para el silencio y la reflexión. Ya, algunos de los que conviven junto a nosotros, hace tiempo que perdieron la noción de que el Señor vive, por supuesto en el prójimo de cada día, pero también nos espera en la comunidad, en la iglesia, en la eucaristía o en la proclamación de la Palabra.