IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 1, 21-28: ¡No a la Palabra en conserva!

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1.- Puede que, en los tiempos que corremos, echemos en falta un cierto aire de profetismo, de renovación dentro de la misma Iglesia. Pero lo cierto es que, hoy como en tiempos de Jesús, ser profeta es ir contra corriente.

-No es fácil anunciar y defender que la vida se inicia en las primeras semanas del seno de una mujer.

-No resulta fácil defender la vida, incluso cuando la vida ha dejado de servir a los demás

-No resulta fácil diferenciar los planos de la ética a la carta, de la ética justa y moralmente buena

-No resulta fácil, en definitiva, ser valiente y decir lo que uno piensa sin riesgo de ser tachado de antiguo, carca o insociable.

-No resulta fácil enfrentarse al mal, cuando hay muchos palmeros que lo aplauden como bien y conquista de los nuevos tiempos. ¿O no?

2.- La sinagoga de Cafarnaún, lugar por excelencia de presencias sanadoras de Jesús (curación de la suegra de Pedro, del paralítico o del siervo del centurión), se convierte en los inicios de la vida pública de Jesús en un secreto a voces: ¡Éste habla con autoridad!

La Palabra de Jesús se notaba que no era enlatada, no sonaba a hueca, a ese sonido de música metalizada que tantas veces interpretan medios sintetizadores con mucha técnica pero sin alma huma. La Palabra de Jesús, lejos de haber sido memorizada, vibraba con una fuerza que le acompañaba desde su interior y que se proyectaba en el rostro. Y todo, los ojos que lo contemplaban y los oídos que lo escuchaban, se percataban de ello: era un maestro al cien por cien. De pies a cabeza. Vivía lo que decía. No era letrado, no era docto. Entonces; ¿de dónde le venía la sabiduría? ¿De dónde procedía tan alta elocuencia celestial y a la vez terrena?

3.- Jesús comienza a guardar distancias con la tradición rabínica. Ya no repite como si fuera un loro lo que le han enseñado: ahora se nota que además El lo vive y que, lejos de poner la Palabra a sus pies, es El quien se pone enteramente a su servicio.

El profetismo de Jesús, que anuncia y denuncia, comienza a tomar cuerpo en la sinagoga de Cafarnaún. Lo que creía lo decía y, lo que exponía, no siempre sentaba bien. La libertad, como siempre, -también en Jesús- tendría un precio: la muerte.

Sabía perfectamente Jesús, que su reino no era de este mundo. Que iba a ser signo de contradicción. Que, ser el Ungido, implicaba tal vez formar parte de esa gran estela de hombres que, por haberlo dicho todo, dejaron también su fama y su piel por el camino en el Antiguo Testamento.

Los maestros de la Ley leían, interpretaban la Palabra, casi se consideraban los propietarios de la misma. ¿Y Jesús? ¡Ay Jesús! En Jesús, los presentes, observaban que era la Palabra la que le poseía. Que, el Señor, era un cauce por el que fluía con todo su esplendor la Revelación. Jesús, en Cafarnaún, pone sus labios al favor de Dios. Y, Dios, ubica en la boca de Jesús la Palabra. ¿Podían esperar más frescura y más encanto en el Gran Profeta? ¡No! Y lo apreciaban: ¡Habla con autoridad! ¡No era como esa palabra congelada y desgranada con rostros interesados o postizos que se daba a todas horas y que dejaba en el estómago una cierta acidez! Ahora, al digerir esta Palabra, veían que además producía esperanza, paz, perdón, amor y sosiego.

Tal vez Jesús, si hoy apareciese y lo hiciera de igual forma que en Cafarnaún, muchos nosotros exclamaríamos: ¡Esto ha sido un sermón de campanillas!

4.- ¡HABLAME CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!

Para que, los tantos demonios que habitan en mí,

se dobleguen ante la fuerza de tu verdad.

Y la frescura de tu mensaje,

nuevo e interpelante, comprometido y valiente

me hagan comprender

que no existe otro camino, para llegar hasta Ti,

que el de la sinceridad

el de creer y vivir lo que uno dice.

¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!

Y vea yo que, tus labios,

se mueven con la fuerza poderosa de un Dios

que, por hacerte siervo de su causa,

habla a través de Ti

bendice con tus manos

mira con tus ojos

ama con tu corazón.

¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!

Pues, en medio de tanta palabra vacía,

necesito de alguna que me dé seguridad

claridad en el horizonte

firmeza en mis convicciones

convencimiento para seguirte.

¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!

Pues bien lo sabes

que necesito una palabra salvadora

una fuerza que me reanime de mis males

una luz que me saque de mis noches

un mandato que se imponga y venza

sobre lo que me impide ser libre

para ponerme a tus pies y poder servirte.

¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!

Pues sabes que soy débil en el camino

y que otros dioses intentan

convertirse en dueños de mi destino

Amén.