VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 1, 40-45: Por ser diferentes

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Uno cuando se asoma al Evangelio de este 6º domingo del tiempo ordinario, llega a pensar que la lepra representa a toda esa humanidad tocada por la debilidad o por la enfermedad.

¡Cuántos rechazados por su forma de entender la vida!

¡Cuántos cristianos apartados de sus profesiones por sus convicciones!

¡Cuántas personas que, son señaladas con el dedo modernista, porque no comulgan con ruedas de molino, porque se revelan ante una técnica que legitima todo pero que degrada en algunos casos, u olvida en otros, la dignidad del hombre!

1.- Sí; la lepra, personifica en los tiempos que vivimos a toda persona que se duele y llora por las situaciones de contradicción que se dan en el mundo. Por tanta exclusión e injusticia fruto de la intolerancia o de los intereses que convierten automáticamente, a unos en buenos y a otros en malos: unos son colocados en el escaparate, como referencia y encarnación de los valores que emergen en una sociedad caprichosa, y otros son desterrados porque –sus exigencias o su modo de vida- pueden resultar chocantes o calificadas incluso de “peligrosas”.

Hay muchos descartes en nuestra sociedad y muchos intentos de silenciar a los que no hacen orfeón o secundan iniciativas amparadas por leyes de turno.

Existen muchos intentos de apartar a los “nuevos leprosos” porque no dicen lo que la sociedad quiere oír ni actúan como la sociedad dicta.

2.- Una vez más, como en tiempos de Jesús, la perseverancia y la mano de Dios salen al paso de aquellos que saben que, sólo Dios, es capaz de responder con generosidad cuando el mundo rechaza o abandona.

Miremos un poco a nuestro alrededor. ¿Qué se enaltece? ¿Qué se valora? ¿Qué se desprecia? ¿Qué se margina? ¿Qué se recompensa?

La eucaristía de cada domingo, el encuentro con la Palabra y con el Resucitado, nos inyecta a los cristianos la fuerza necesaria para insertarnos de nuevo, con impulso renovado y claro, en una sociedad donde no siempre predomina el bien común.

La oración, personal o comunitaria, nos brinda esa oportunidad para recuperarnos de otros tantos rechazos cuando presentamos, con respeto pero con valentía, nuestra forma de entender el mundo, la sociedad, el hombre, etc., desde la fe.

3.- El testimonio, de lo que llevamos dentro, de nuestra experiencia de Dios, nos exige pregonar que con Jesús nos sentimos bien. Que haber encontrado a Dios, lejos de ser una preocupación, nos ayuda a llenar huecos peligrosos en nuestra vida. Nos invita a quemarnos, no hacia dentro, y sí hacia fuera, para que otros hermanos nuestros –con abundancia de lepra materialista, hedonista, individualista, pobreza, malos tratos, etc.- puedan salir de ese estadio y reincorporarse de nuevo a la vida o dejar que otros compartan su misma buena suerte. ¿Acaso no merece la pena? Pongamos algo de nuestra parte.

4.- ¡ESTAS DE NUESTRO LADO, SEÑOR!

Palpas nuestras miserias,

y nos levantas con tu mano,

mudas nuestra pobreza, en riqueza

nuestra desilusión en encanto

Derramas tu misericordia

y nos contagias con tu amor

Despliegas tu misericordia

y nos integras de nuevo

sanos, alegres y radiantes

en el mundo y en la realidad que nos rodea

¡ESTAS DE NUESTRO LADO, SEÑOR!

Cuando, el ambiente y las ideas,

no nos acompañan y nos dejan de lado

Cuando, por nuestra forma de ser,

por creer en Ti o ver el mundo de otra manera,

sentimos que nuestras voces

y hasta nosotros mismos

contamos poco o casi nada.

¡ESTAS DE NUESTRO LADO, SEÑOR!

Cuando no entendemos el volcán

de tantos dolores, injusticias, enfermedades,

llantos, soledades y heridas

que se estallan en la tierra y en el corazón del hombre

¡ESTAS DE NUESTRO LADO, SEÑOR!

Y sentimos que, Tú como nadie,

sabes estar cerca de nosotros,

que te encanta vivir y compartir nuestras aflicciones

que sabes, como ningún médico lo hace,

acercarte a cada enfermo, a cada situación

y preocuparte, día y noche,

por aquel que sufre amargamente.

¡ESTAS DE NUESTRO LADO, SEÑOR!

Por eso, porque estás junto a nosotros,

sentimos que no es tan grande nuestra soledad

que no es definitivo nuestro abandono

que, con tu mano, sanas nuestras heridas

y las cargas, todas ellas, sobre tus hombros.

¡Gracias, Señor! ¡Estás de nuestro lado!