VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 2, 1- 12: Empujemos la camilla

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Desde el mismo día de su nacimiento, Jesús, nos trajo en su desnudez y en su fragilidad el auténtico rostro de Dios: el amor. Sólo unos pocos, no lo olvidemos, fueron capaces de captar aquella forma tan sorprendente de hacerse presente Dios en la tierra, en medio de los hombres.

Y, hoy, de nuevo, el evangelio que hemos escuchado, deja “KO” a todos aquellos que pretenden apropiárselo. A nosotros, tal vez, no nos pueda parecer extraño el evangelio de de este domingo (el hecho de que Jesús comparta –especialmente su Reino- con los más pobres) pero en aquellos tiempos escandalizaba que dejase tan fácilmente, una puerta abierta, a los pecadores e impuros o que interpelase con tanta fuerza la falta de honradez y de verdad de los que se las daban de buenos.

Últimamente salían a la palestra ciertas caricaturas que han exaltado los ánimos de un sector de la población mundial. También nosotros, sin darnos cuenta, caricaturizamos muy a menudo cosas que son santas y consustanciales a nuestra fe. Una de ellas, por ejemplo, el sacramento del perdón.

Estamos tan acostumbrados a pensar y creer en un Dios misericordioso que consideramos poco menos que una antigualla que Jesús, en la persona del sacerdote, nos perdone (en nombre de Cristo) y nos deje con las entrañas de la vida cristiana, limpias y relucientes como una patena.

Nos miramos tanto a nosotros mismos que, olvidamos que aún estando bautizados, también quedamos paralizados (o somos paralíticos) por egoísmos e individualismos, violencia e indiferencia, incredulidad o apatía que nos dejan clavados en la camilla de la mediocridad. ¿Por qué nos cuesta tanto quitar las tejas de nuestro orgullo y bajar hasta ese Jesús que nos dice: “.tus pecados quedan perdonados”? ¿Por qué nos cuesta tanto empujar “las camillas” de otras personas para que se acerquen y conozcan a Jesús de Nazaret? Porque, es bueno recordar (en el contexto eclesial que nos encontramos) que “empujar la camilla” es responsabilidad de todos y, no solamente, de los diversos agentes de pastoral.

El paralítico, aunque no lo indique el evangelio, volvió a una vida totalmente nueva. Cuando, también nosotros, nos acercamos al sacerdote y le hacemos conocedor de nuestras fragilidades y miserias, sería bueno pensar que nuestra conciencia se adereza, el alma resplandece con más transparencia o nuestro corazón se fortalece por la fuerza del Espíritu que actúa en aquellos que buscan a Dios con sinceridad.

¡Todos somos o estamos un poco paralíticos!

Pidamos al Señor que, además de sanarnos (la fe también cura) sintamos esas ganas de volver a la gracia de Dios mediante el sacramento de la penitencia.

Pidamos al Señor que, para poder seguir caminando, nos haga descubrir que no todo lo hacemos bien, que no siempre en las veinticuatro horas del día, actuamos con coherencia cristiana que no, invariablemente, vivimos ligeros de equipaje sino soportando toneladas de trastos inservibles que nos bloquean y nos dejan postrados en la insatisfacción o en el egocentrismo.

Señor, cúrame, pero sobre todo…hazme ver y regresar de caminos equivocados. Y, si quieres, también del pecado.

Y os ofrezco, asimismo, este texto como final de mi comentario.

SOY PARALITICO

Cuando vivo como si Dios no existiera

Cuando camino por sendas que me alejan de la verdad

Cuando no desciendo hasta la gran oferta que Cristo me hace

Cuando pienso que, el pecado, es cosa que ya pasó

Cuando contemplo a Jesús como líder

pero olvido el Reino de Dios que me trae

Cuando me fijo en los milagros y omito el mensaje de Jesús

Cuando sigo lo espectacular y no miro el interior de mi persona

Cuando me reservo el don de la fe y no la hago pública

Cuando callo ante los que se oponen a la evangelización

Cuando hago caricatura de lo mío y defiendo lo de los demás

Cuando se mofan de mis sentimientos y no salgo en su defensa

Cuando se confunde tolerancia con burla de lo religioso

Pero, dejaré de ser paralítico, cuando aprovechando tantos momentos de gracia que Jesús me da (la eucaristía, la oración, la reconciliación, la contemplación, la caridad, etc.) vaya de nuevo a la vida con la sensación que en algo El me ha cambiado y que, además, he empujado a los demás a dar un giro en sus vidas por el encuentro con Cristo.