III Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 2, 13- 25: Limpiemos el templo nuestro

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Seguimos avanzando, ayudados por los resortes que la Santa Cuaresma nos ofrece, hacia la celebración de la Pascua. Sólo, cuando sintamos en lo más hondo de nuestro ser, la presencia real y transformadora de Dios, podremos decir y concluir lo que el Evangelio de hoy nos viene a recordar: somos templos del Dios vivo y nada ni nadie lo puede descafeinar o adulterar. ¿Lo percibimos así? ¿Cuidamos –en decoro y con orden- la vida interior del templo de nuestro cuerpo? ¿Abrimos sus ventanas –oídos y ojos- para que se deslicen hasta su interior las Palabras y los gestos de Jesús?

1.- Sí, amigos; el hombre es el templo de Dios. Somos el santuario de un Dios que no desea otra cosa que habitar en él. En lo más hondo de nuestra vida. Y, cuando el Señor, comprueba el desbarajuste interno y externo que existe en nuestra vida, en nuestras palabras, en nuestro testimonio, es cuando nos pone en el lugar que nos corresponde: no podemos hacer de la casa de Dios un mercado. No podemos confundir templo de Dios, con una simple tienda.

Porque el Señor nos quiere y desea para nosotros lo mejor, nos orienta con su Palabra y pide un mínimo de coherencia y de fidelidad. Y, esa coherencia y fidelidad, las podemos demostrar de las siguientes maneras:

a) Huyendo de una fe mercantilista. No podemos elegir lo que queremos, cuanto queremos y cuando queremos para seguir a Dios. Nuestro “sí” ha de ser un “si” y, nuestro “no” ha de ser un “no”. Muchas veces convertimos la fe en una estantería de la que vamos seleccionando aquellos productos (oraciones, sacramentos, devociones,….) que más nos convienen.

b) No olvidando que, los 10 mandamientos, siguen estando vigentes. Que Jesús, lejos de derogarlos, viene a darles sentido y plenitud.

2. - Nos sorprende la violencia con la que Jesús actúa en este evangelio. El Señor, también entra dentro de nosotros, y con el látigo de la oración, de la reflexión o de la penitencia, va arrojando del templo de nuestras almas aquello que vicia o confunde nuestra vida cristiana. Aquello que nos impide ser totalmente hijos de Dios. Arroja lejos de nosotros, toda mercancía que obstaculiza el paso de la gracia. Vuelca las mesas de nuestro orgullo y de nuestra autosuficiencia. En definitiva; para apostar por el Reino de Dios, hemos de expulsar todo aquello que paraliza y distorsiona nuestra fe.

3.- Hoy, al hilo de este evangelio, pedimos al Señor perdón por aquello que nos impide llegar hasta El. Perdón por dar excesiva importancia y protagonismo de elementos que dificultan su reinado; fotógrafos, flores, banquetes, cámaras de fotos, músicas profanas, chicles, teléfonos móviles, vestidos llamativos y un largo etc. Qué bueno sería ir reduciendo todo ello en aras a unas más sinceras, limpias y dignas celebraciones cristianas. Hay cosas que, nunca mejor dicho, debieran de estar, verse, ofrecerse y darse del atrio hacia fuera. Aun a riesgo de ser impopulares.

4.- QUIERO SER TU TEMPLO, SEÑOR

Para que, en el sagrario de mi corazón,

habites y hables dándome el calor de tu Palabra.

Quiero, Señor, que vuelques la mesa de mi orgullo

y sea dócil al soplo de tu Espíritu.

Sí, Señor;

quiero ser un templo de tu presencia

para que levantes en mí la verdad y la justicia

la paz y la alegría, el amor y la misericordia.

Un edificio en el que sólo tengas cabida Tú

y, donde las piedras,

tengan el sello del perdón y la esperanza.

Un rincón en el que puedas reinar

y sentirte a gusto, un templo de tu propiedad.

Sí, Señor;

quiero ser un templo

del cual te puedas sentir orgulloso,

en el que no exista suciedad ni comercio alguno

en el que, Dios, quiera siempre vivir y nunca marcharse.

Quiero ser tu templo, Señor

Edificado sobre tus diez mandamientos

Señalado con la cruz redentora

Fortalecido con la sabiduría divina

Rejuvenecido por tu Gracia.

Sí, Señor;

si Tú quieres

deseo y te pido me hagas templo vivo

para que, un día y contigo,

aún siendo destruido por la muerte

pueda resucitar de nuevo.

Amén