IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 3, 14- 21: ¡Qué terco el hombre!

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Intuimos dónde está el mal y, por lo que sea, nos cuesta desprendernos de él. Creemos hacia donde tenemos que caminar para encontrarnos con el bien y, por diversas razones, nos cuesta dar los pasos necesarios para conquistarlo. ¿Qué ocurre? Ni más ni menos que, el ser humano, desde hace muchos siglos posee la fuente de la luz, que es Dios, pero se empeña en habitar en las mazmorras de las tinieblas. ¿Terco? Mucho.

1. - Nos admira Jesús. Desde hace 2000 años se ha convertido para una gran parte del mundo en referencia. En motivo de admiración. Su nacimiento, su vida, su pasión, su muerte y su resurrección han sido proclamados a los cuatro vientos por heraldos del Evangelio. Pero ¿ha cambiado radicalmente el modo de vida de aquellos que han dicho y dicen ser sus amigos? ¿Nos contagia a nosotros, el hecho de ser cristianos, con el virus de la alegría, la esperanza, el amor y el perdón?

Situados ya en el 4º domingo de cuaresma, como a Nicodemo, también Jesús nos recuerda; “tengo que ser levantado…para atraer hacía mí muchas miradas”. El amor de Dios es inmensamente universal. Tan grande que, en él, caben todos los hombres y mujeres del mundo. Tan sincero que, sólo con verlo levantado en la cruz, produce vértigo. Tan cierto que, el nuestro al lado del suyo, se queda invisible. Esa fue la razón por la que Dios descendió en la Noche Santa de la Navidad: vino a salvarnos, a compartir nuestra condición humana, a recuperarnos, a rescatarnos. Y, pronto, pondrá su rúbrica: por el hombre todo, incluso la muerte de Jesús.

Sólo hace falta una cosa: mirar en la dirección adecuada. No encerrarnos dentro de nosotros mismos. No confiar exclusivamente en nuestras propias capacidades. Si Dios descendió en Navidad y derivará al lugar de los muertos en Viernes Santo, fue y será porque nos quiere eternamente felices. Porque desea para nosotros sus hijos e hijas, un sentido para la vida, para nuestras obras, para lo que somos y hacemos, para lo que vivimos y decimos.

2.- Muchos estandartes se alzan hoy en nuestro mundo, en la sociedad. Unos intentan confundirnos. Otros enarbolan y pregonan símbolos muy discutibles. Lo importante es que no mezclemos a ninguno de ellos con Aquel que fue árbol de carne y hueso: Cristo. Nada ni nadie podrá nunca competir con un Jesús que, en un acto de extrema generosidad, dio el todo por la humanidad. Los estandartes que alza el mundo, al lado del de Cristo, son banderolas de papel fino y débil.

Nada ni nadie podrá arrebatarnos esa convicción de que, Dios, siempre será luz para el caminar del hombre. Y, si Dios no es luminosidad para algunos, tal vez sea porque los ojos de esas personas hace mucho tiempo que viven ciegos por lo artificial.

Seamos hijos de la luz ¿Por qué empeñados en vivir en la penumbra?

Dirijamos nuestros ojos al árbol de la cruz ¿Por qué clavarlos en otros maderos que producen esclavitud, pesadumbre, escepticismo o servidumbres?

Vivamos en búsqueda permanente del Resucitado ¿Por qué nos dejamos convencer por aquellos que viven como si Dios no existiera y pretenden que vivamos al amparo de las ideologías dominantes?

Demos los pasos que sean necesarios. Salgamos de nuestra terquedad. Pongamos, el corazón y nuestro espíritu, a la sombra del gran árbol de la vida que es Jesucristo muerto en la cruz.

3.- TE MIRO, SEÑOR

Y no salgo de mi asombro;

viniste pequeño en Belén,

y te empeñas en humillarte

para subir, rebajándote de nuevo,

a la crudeza de un madero.

TE MIRO, SEÑOR

Y admiro la belleza de tu amor;

tan universal y tan gigante,

tan caritativo y desprendido,

tan cierto y tan nítido

¿Dónde el secreto de tu generosidad?

TE MIRO, SEÑOR

Y comprendo que el mundo te necesita

que no vamos bien si no te miramos

que, a la vuelta de la esquina,

nos abandona tanto absurdo que ensalzamos.

TE MIRO, SEÑOR

Y la oscuridad se convierte en torrente de luz

La duda en profesión de fe

La tiniebla en rayo de sol

El fracaso aparente, en amor redentor

TE MIRO, SEÑOR

Eres estandarte del amor verdadero

Eres árbol en el que se clavan nuestras miserias

Eres salud que sana a todo enfermo que te mira

Eres fortaleza para el débil que te suplica

TE MIRO, SEÑOR

Y compruebo que eres lo que siempre me dijeron:

Amor sin farsa

Amor sin tregua

Amor que se da y se entrega

Amor que sólo sabe eso…salvar al hombre.

Amén.