V Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 12, 20-33: Ahora en el corazón

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Aquella Alianza escrita en la piedra, para muchos quedó en el olvido. Ahora, Dios, quiere grabar otra. ¿Dónde? En el corazón del hombre. En el hondón de las personas.

1.- Se acercan los días de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. ¿Cuál es el resumen de nuestra vida? ¿Servimos o nos servimos? ¿Amamos o nos dejamos amar? ¿Salimos al encuentro o preferimos que sean los demás los que nos rescaten?

Es hora, en estas últimas jornadas cuaresmales, de solicitar al Señor que renueve nuestros corazones. Es un momento propicio para volver nuestros ojos a un lado y a otro y ver dónde nos tenemos que emplear más a fondo. La cruz del Señor merece, por nuestra parte, un último esfuerzo: hay que atraer al Señor el corazón de la humanidad. ¿Cómo? Sirviendo y, además, haciéndolo con ternura, con cariño, y con fidelidad. Entre otras cosas porque, en esa entrega y constancia reside nuestra propia renuncia para estar al lado del Señor.

Cuentan que, en cierta ocasión, un peregrino iba caminando hacia un santuario. Y que, por los diversos albergues por los que transitaba, siempre decía “YO soy peregrino” “YO voy en busca de Dios” “YO quiero salvarme” “YO quiero encontrarme”. Hasta que, un buen día, otro peregrino que avanzaba junto a él le dijo: “recuerda que OTROS también caminamos contigo, somos peregrinos, buscamos a Dios y queremos salvarnos”.

El Señor quiere que, dejando el YO que tanto nos invade y nos limita, mudemos a los OTROS. Es decir; que nos neguemos a nosotros mismos; que busquemos la felicidad no tanto en la propia satisfacción, cuanto en la utilización de todos nuestros dones y talentos al servicio del Evangelio y de los demás.

Desertar en algo, de nuestros caprichos, comodidades e individualismos, implica el volcarnos un poco más en aquellas direcciones que nos resultan incómodas. Hacia aquellas personas que necesitan nuestra ayuda, nuestra estima o, simplemente, nuestro cariño.

2.- Cristo, al morir, nos enseña el lado bueno de la cruz: la alianza nueva que Dios quiere y desea definitivamente para el hombre y que viene sellada por su sangre.

A nosotros no se nos pide tanto; no desea el Señor que seamos clavados en una cruz (aunque sería bueno que sacrificáramos aquello que nos impide llegarnos hasta El); no nos exige que seamos lapidados públicamente (aunque sería muy positivo que defendiésemos nuestras convicciones religiosas y morales allá donde estemos presentes); no pretende vernos coronados por espinas o traspasados por lanzas (aunque, qué bueno sería, que fuésemos conscientes de que la fe conlleva riesgos, incomprensiones, soledades).

El Evangelio de este domingo V de cuaresma nos acerca la verdadera figura de Jesucristo: no es un superman; no es un superhéroe. Siendo Hijo de Dios, le aguarda la cruz, el sufrimiento, la muerte. Como cualquier alma, también la suya, se siente agitada, preocupada, turbada por los próximos acontecimientos de la Pascua.

3.- Va tocando a su fin la vida pública de Jesús. Ahora le aguardan sus consecuencias. La fidelidad a Dios no siempre es entendida ni aplaudida por los poderosos del mundo. Pero, como siempre, nos quedará la seguridad y la esperanza de que, todo esto, es preciso para que Dios selle una Alianza Nueva que nada ni nadie podrá ya quebrar. ¿Somos conscientes de que también nosotros hemos de saber renunciar a algo para que la obra de Dios toque a su fin?

4.- MI ALMA SE AGITA, SEÑOR

Cuando llega la hora de la verdad,

y siento que no tengo tantas fuerzas

para defender tu Reino.

Porque me cuesta renunciar a mi “YO”

y decirte que soy todo tuyo, Señor.

MI ALMA SE AGITA, SEÑOR

Porque, lejos de ser trigo que muere,

pretendo ser flor que nunca se marchita

que no quiere perder ninguno de sus pétalos

que, lejos de renunciar a su hermosura,

la quiere salvar a toda costa.

MI ALMA ESTA AGITADA, SEÑOR

Porque para dar fruto,

me dices que, primero, hay que desaparecer

Porque para darte gloria,

me recuerdas que he de sucumbir

Porque para, ser de los tuyos,

he de alejarme de muchos de lo míos.

MI ALMA ESTA AGITADA, SEÑOR

¿Qué te diré? ¿A quién clamaré?

¿A dónde iré? ¿Merece la pena, Señor?

Como Tú, Señor, también yo digo:

Líbrame de aquellas horas

que me producen pena y llanto

Evítame las cruces excesivamente pesadas

Condúceme por los caminos

no inhumanamente estrechos.

Pero, eso sí, Señor;

No se haga mi voluntad

Porque, sé mi Señor,

que todo lo que me pides y me das

que todo lo que pones bajo mis pies

es porque, previamente, Señor

sabes que lo puedo soportar

y por Ti entregar.

MI ALMA ESTA AGITADA, SEÑOR

Pero sé que, hoy siempre,

la esperanza que tengo en Ti

no me defraudará.

Amén