Jueves Santo

San Juan 13, 1-15: ¡Cuanto regalo, en un solo día!

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1.- Hacemos corro en torno a este altar, porque no somos olvidadizos con los deseos de Jesús: ¡Haced esto en conmemoración mía!

Es mandato del amigo que se va. Testamento del amigo que nos asegura que, en la elevación del cáliz y en la fracción del pan, nunca nos faltará su presencia, su fuerza, su Espíritu.

El secreto de Jesús, entre otros muchos, fue su acción de gracias a Dios; por su vida, por su Palabra, por su mano protectora.

Como cristianos no podemos vivir sin la eucaristía. La mesa que nos congrega, gigantescamente dilatada para que siempre exista un sitio libre, es signo del amor que nos convoca.

2.- La mesa que nos reúne no es un simple recuerdo, que quedó perdido en el tiempo, es exponente de la unidad de Dios con Jesús y de Jesús con nosotros. Alguien que sigue actuando con fuerza cuando estamos reunidos en su nombre. Es un regalo que, cuando lo abrimos, sigue sugiriendo lo mismo que se hizo presente en los apóstoles.

Servicio (amor) sacerdocio y eucaristía. Tres notas con un mismo denominador común: el amor inmenso que Dios nos tiene. Vivo. Real. Presente aquí y ahora.

--Por amor dejará Dios que, Jesús, suba a la cruz

--Por amor, y para que no nos falte nunca su vitalidad, se quedará para siempre con nosotros en la eucaristía

--Por amor y para que no borremos nunca sus mandamientos, el memorial de su pasión, muerte y resurrección, promueve el sacerdocio consagrado y perpetuado en hombres que, como Jesús, saben que su gloria debe ser el servicio, su fuerza la eucaristía y su locura el ser sacerdote al estilo de Jesús.

Con fe y con debilidades, con temblor y vértigo alzamos en esta tarde santa el cáliz de la salvación. Uno, cuando mira el destello de la copa y se asoma a su contenido, no puede menos que sentirse indigno de que Cristo se haga presente a través de sus manos.

El Jueves Santo tiene algo de mágico. Es un misterio que nos desborda y que se desborda. Nunca en tan diminuta mesa, Dios, hizo tanto y se rebosó tan inmensamente.

¡Tomad y comed! ¿Cómo comulgamos al Señor?

¡Tomad y bebed! ¿Quebramos la unidad que Jesús pide para nosotros?

¡Tomad y comed! ¿Recibimos al Señor con todas las consecuencias?

3.- Hoy, Jueves Santo, se dinamitan las fronteras del odio. Es el día del amor fraterno. El momento de emblandecer el barro duro que somos ante un Jesús que se arrodilla. El día de servir y servir sin, a cambio, nada recibir. Es el amor que no se cuenta. El amor sin medida.

Jueves Santo es el día del “aún es posible”. Viendo a Jesús acariciando y limpiando nuestros pies, el servicio, algo grande debe de tener para, a través de él, saber que podemos encontrarnos a Dios. Es orgullo del cree, gozo del que lo practica y bien para el que lo recibe.

Contemplando a Jesús postrado es concluir que, cuanto uno más se da, nunca se vacía y más se llena

4.- Un mandamiento nuevo (sólo uno) nos dejó el Señor. ¡Pero que uno! Como El nos amó. Nunca, en tan pocas horas, el Señor nos dejó tres grandes notas para una gran sinfonía que, la Iglesia, va componiendo y ejecutando no al compás que el mundo pretende, ni como el Evangelio nos exige: amor, sacerdocio y eucaristía.

Jueves Santo, tarde en la que sentimos especialmente la presencia del Señor que sube al calvario, y la necesidad de no olvidar al hermano que camina por nuestras calles.

Nunca, en tan pocas horas, el Señor nos dejó tanto. Eucaristía, Sacerdocio, Amor, Servicio, Unidad, Palabra, Testamento, Pan y Vino

¿SERVIR O SERVIRNOS?

¿Nos arrodillamos o permanecemos impasibles ante el sufrimiento?

¿Perdonamos o guardamos todas ofensas en el disco duro de nuestra memoria?

¿Damos vida o generamos muerte?

¿Partimos y repartimos el pan o lo escondemos?

¿Elevamos la copa llena de vida o escasa de buenos deseos?

¿Nos entregamos o preferimos pasar desapercibidos?

¿Amamos sin distinción o con condiciones?

¿Recordamos a Jesús o es el gran olvidado?

¿Buscamos libertad o libertinaje?

¿Adoramos a Dios o a nuestros propios dioses?

¿Nos dejamos lavar por Jesús o por el lodo del mundo?

¿Comemos el pan eucarístico con apetito o por simple rito?

 

¿Bebemos la sangre de Cristo con sed o por inercia?

¿Vivimos la unidad con Dios o la dispersión de hermanos?

¿Vivimos el amor o nos conformamos con cantarlo?

¿Somos los primeros para dar o los últimos en ofrecernos?

En Jueves Santo, todo cambia de color y de sitio:

Jesús se arrodilla y el hombre se eleva

La traición es acogida en la mesa

El sacerdocio se hace ofrenda y víctima

El amor se explaya sin límite

La hermandad se convierte en distintivo

 

La jofaina en bandera de servicio

El pan en signo de una presencia real

El vino de una sangre que transforma