Viernes Santo

San Juan 18, 1-19,42: Mi oración en Viernes Santo

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Me vais a permitir que hoy comience al revés de otras veces. Primero suele ir la Homilía y después la Oración. Hoy me permitiréis que comience por mi plegaria. Dice así:

--Es fácil Señor, muy fácil, portar tu imagen y, al día siguiente, no sentir un rasgo de tu presencia.

--Es fácil Señor, muy fácil, envolverse de nazareno y, horas después, olvidar que ser cristiano, no es un hábito sino ir revestido de actitudes evangélicas.

--Es fácil Señor, muy fácil, echarse peso sobre el hombro y, a continuación, no aligerar cruces que salen en la encrucijada de cada jornada.

--Es fácil Señor, muy fácil, derramar cera de velas que se consumen, y no brindar caridad al que camina en paralelo a nuestro destino.

Es fácil Señor, muy fácil, desfilar con tu rostro sangrante y vivir de espaldas a los que lloran y reclaman manos para levantarse o apoyo para sostenerse en pie.

--Es fácil Señor, muy fácil, conmoverse ante una efigie bordada en oro y no condolerse por aquellos otros cristos que rezuman pobreza y necesidad.

--Es fácil Señor, muy fácil, gritar y piropear tu nombre y no gritar ¡basta ya!, ante el sufrimiento de tanto hombre.

--Es fácil Señor, muy fácil, manifestar hacia fuera lo que, tal vez, no es muy fuerte por dentro.

Pero, ¡qué difícil, Señor! ¡Qué difícil!

Esa otra procesión que quiere recorrer, sencilla y sin demasiado ruido, las calles de mis entrañas. La esencia de mi corazón.

--¡Qué difícil, Señor! ¡Qué difícil!

Organizar un desfile, de paz y de concordia, de obediencia y de bondad por las arterias de mi alma.

¡--Qué difícil, Señor! ¡Qué difícil!

Avanzar con ese otro “paso” del Cristo doliente cuando, a mi puerta, llama la mala suerte, la prueba o la aflicción.

--¡Qué difícil, Señor! ¡Qué difícil!

Concluir ese otro tramo de humildad y de fe, de compasión y de esperanza que mi aliento necesita para reconocerte, quererte y amarte.

--¡Qué difícil, Señor! ¡Qué difícil!

La procesión que va desde fuera hacia dentro. Aquella otra que, el Espíritu organiza para asombrarme dentro de mi mismo. ¿Por qué cuando tú pasas por dentro de mi existencia no escucho trompetas de silencio? ¿Será, Señor, que pongo más afán en adornar con reposteros los balcones y ventanas de mi casa, que en disponer el domicilio de mi corazón? ¿Por qué, Señor?

--¡Qué fácil, Señor! ¡Y qué difícil es todo, mi Señor!

Qué difícil seguirte, quererte, amarte, obedecerte siempre y en todo. Qué cómodo, Señor, olvidar todo esto y guardarte –el resto del año- como quien recoge en el armario un traje que sólo se usa una vez.

LA HOMILÍA

1.- Fue necesario un Viernes Santo y lo sigue siendo en nuestro tiempo: para que alguien viva….otro tiene que aprender a morir en algo. Frente a muchos árboles dañados y con fruto envenado, es bueno plantar otros que garanticen la VIDA con mayúsculas, en un futuro.

La cruz, en este Viernes Santo, nos habla de la locura infinita del amor de Dios al hombre. Un amor que es misterio, desgarro y perdón. Si misterio, es la muerte de cualquier ser querido que ha compartido nuestra existencia, mucho más lo es la de Aquel que siendo justo y bueno, asumió todo en El para descubrirnos el valor de una palabra dada, de lo anunciado desde siglos. Para, que comprobemos en primera línea, la diferencia cualitativa y cuantitativa, de nuestros “amores interesados y dosificados”, al gran amor (inmenso y gratuito) de un Dios que no conformándose, con la manera con la que siempre había hablado a su pueblo, actúa desconcertantemente para que conozcamos a las claras su salvación. ¿Misterio? ¡Misterio y rompecabezas!

2.- ¡Este es el árbol de la cruz! Aquí se desangra un Dios que molesta a algunos por, el simple hecho, de que ha querido ser, también, hombre. Que descoloca a otros, porque simplemente, prefiere permanecer en la cruz sin ceder a chantajes de los que le gritan.

--¡Este es el árbol de la cruz! Sin imposiciones, sin especiales efectos, sin fuegos en las zarzas, ni grandes escenografías: ¡DIOS DESNUDO! Así vino en Belén y…así se nos va en el calvario: desnudo. Nunca, la grandeza divina, alcanzó tan alta cota de humanidad.

-- ¡Este es el árbol de la cruz! Recojamos el zumo de su fruto: la redención. Seamos capaces de reconocer su savia, como surtidor de vida para todo aquel que es capaz de beberla con fe y de recogerla con contemplación.

3.- Vino Dios, por una puerta pequeña en Belén, y se marcha por otra mucho más pequeña y más castigada: la humildad, el silencio, la soledad, el abandono, la traición, la negación….

Pero, entonces en Belén y hoy en el calvario, Jesús sigue despertando los mismos sentimientos:

Ante el acomodado: rechazo

Para el orgulloso: incomodidad

Ante el poder: desestabilización

Para el egoísmo: desprendimiento

Ante el que cree; amor.

Para el que espera: salvación.

Ante el que le sigue: fe

--Hoy, Viernes Santo, (como entonces en Belén) habrá muchos que vivan indiferentes al amor y a la ternura de Dios. Nació el amor en el pesebre y, de nuevo vuelve a renacer, en un pesebre alzado en forma de cruz. ¿Se puede hacer algo más por el hombre?

--Hoy, Viernes Santo, (como entonces en Belén) habrá otros tantos que intenten aniquilar a los que asciendan a los árboles de la verdad y de la paz, de la justicia y de la dignidad humana. A los que son pregón de un mundo en dirección opuesta a la que va.

-- Hoy, Viernes Santo, (como entonces en el Calvario) se levantará algún que otro dedo acusador señalando a los demás para disimular sus propias vergüenzas.

--Hoy, Viernes Santo, (como entonces en el Gólgota) Dios muere y muere por lo mismo: por un hombre que se resiste a entender que, a veces el amor de Dios, viene de forma imprevisible. Incluso sorprendiéndole (sorprendiéndonos), y produciendo escalofríos en la cruz. ¡En verdad, éste, era Hijo de Dios!