III Domingo de Pascua, Ciclo B

San Lucas 23, 35-48: ¿Comentamos, O callamos?

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

Metidos de lleno en la Pascua, incluso a los cristianos de a pie (hermanos nuestros que viven junto a nosotros, que han disfrutado de unas vacaciones con motivo de la Semana Santa) si se les preguntase –o se nos preguntase- lo qué ha ocurrido en la Pascua, tal vez nos contestarían –contestaríamos- que nada; que no saben nada, que no sabemos nada. Que han vivido al margen de las horas de pasión, muerte y resurrección de Jesús y que, por lo tanto, lo único que les ha acompañado han sido las ganas de disfrutar, de subir a la montaña, de pasear a la orilla del mar o de volar a otros continentes. ¡No comment! ¡Sin comentario!

Los de Emaús iban explicando y recordando el gran acontecimiento acaecido en Jerusalén. Algunos cristianos del siglo XXI, vamos glosando –días después- lo que nos ha sucedido al tomar el sol, al visitar monumentos y ciudades o aquellas sensaciones que nos causaron los días de asueto.

Pero, nosotros, estamos junto al altar. Somos esos privilegiados, tocados por la mano del Señor, al cual sentimos en el día a día. En el caminar de cada jornada. En la fuerza que nos otorga, cuando partiendo lo que somos y tenemos, lo brindamos al servicio de la comunidad.

 No podemos permanecer mudos ante tanto signo de muerte. Los amigos de Jesús, entre otras cosas, o somos testigos de su resurrección o nos quedaremos en la amarga derrota de un Jesús que, por cierto, nunca quedó en la cruz. ¿De qué sirve un pregón si no se lee con voz clara y nítida, guste o no guste?

Un riesgo que padecemos actualmente es el del síndrome de la desesperanza. ¿En qué espera el hombre de hoy? ¿En quién?

Jesús, con su muerte y resurrección, disipa toda duda. Acrecienta la fe y la esperanza del hombre. Nos hace volver de caminos equivocados y nos hace sentir el perdón, inmenso y gratuito, de Dios Padre.

Hoy se duda de todo:

--De la iglesia, porque según dicen, no es oro molido ¿Olvidamos que está formada por hombres y mujeres de carne y hueso?

--De Cristo. Nunca como hoy tanto sensacionalismo sobre su figura. ¿Por qué vende y se propaga más lo zafío, que lo científicamente probado?

--De la humanidad y hasta de la misma vida. Nunca como hoy tantos medios para vivir y, a veces, tantas ganas de evadirse de un mundo que parece roto por sus cuatro costados.

Necesitamos de la Pascua para que, Jesús, ponga en paz nuestro corazón. No nos podemos dejar perturbar por las contradicciones que salen a nuestro encuentro ni, mucho menos, por las guerras que el maligno entabla en nuestro interior y exterior.

¿Por qué os alarmáis? Nos pregunta, Jesús, en este tercer domingo de la pascua. Y es que, como aquellos Apóstoles, seguimos teniendo alma divina pero corazón humano. Y, por lo tanto, se entre-cruza la fe con los interrogantes, la perfección con la limitación, la alegría con la tristeza y el deseo de seguir a Jesús con las seducciones del día a día que intentan alejarnos de El o que, por lo menos, torpedean esa paz y esa tranquilidad que quisiéramos para vivir y estar siempre con El.

Ojala, salgamos de esta gran sala de invitados, comentando la alegría que hemos tenido de compartir nuestra fe; de expresarla y escucharla; de cantarla y celebrarla en torno a Jesús Resucitado fuente de paz y de perdón.

MI ORACIÓN

VIVO ALARMADO, SEÑOR

Porque, sintiéndote vivo,

no doy muestras de que vives en mí

Cuando, celebrándote cada domingo

dejo que duermas el resto de la semana

Si, escuchándote,

pienso que es cosa de los demás, el dar testimonio de Ti.

 

VIVO ALARMADO, SEÑOR

Pensando que mi fe,

es para vivirla íntimamente

Porque me centro en mí

y te olvido a Ti

Si olvido y no comento

lo importante que has sido y eres en mí.

 

VIVO ALARMADO, SEÑOR

Confundiendo la paz

con el mirar hacia otro lado

Encaminando atajos falsos

a tus caminos ciertos

Porque no dejo que brote la alegría de mí Fe

 

VIVO ALARMADO, SEÑOR

Cuando siendo testigo de tu Reino

no me comprometo en su expansión

Porque, preguntándome por Ti,

afirmo no conocerte

Cuando, necesitándome,

escapo de situaciones complicadas

Por eso, Señor, porque respiro en una constante alarma:

Te pido que pongas calma en mi corazón

Certeza en mis palabras

Constancia en mis obras

Luz en mis decisiones

Fortaleza en mi testimonio de vida cristiana

Amén.