V Domingo de Pascua, Ciclo B.
San Juan 15,1-8:
El desplante a Dios

Autor: Padre Javier Leoz  

 

1.- En una expedición a la montaña, el responsable, ordenó encender una gran hoguera para hacer más visible el grupo y para que, la noche, resultará confortable. En un momento dado, y debido a una ráfaga de viento, el fuego comenzó a propagarse con fuerza. Todos, sin pensarlo, cogieron agua de un riachuelo cercano y comenzaron a lanzarla con fuerza. Uno de ellos, ante la gravedad del momento, exclamó: ¡al humo no! ¡al fuego¡ ¡al fuego!

Estamos en la V Semana de la Pascua. Dios, hace dos mil años, que plantó una vid en la tierra, para alegría y deleite del hombre.

Desde esa vid que es Jesús, la Iglesia ha ido dando sus frutos. En torno a ese “fuego” ha ido calentando motores, ilusionando vidas heroicas, levantando templos, creando comunidades cristianas y saliendo victoriosa de numerosas pruebas como las que, por ejemplo, nos narran los Hechos en la primera lectura.

2.-“A mal tiempo, buena cara” dice el viejo refrán. Una por una, y sobre todo en época de debilidad, hay que agarrarse a lo fundamental. Apuntar a ese fuego que da calor en medio de nuestra frialdad y que pone a punto el gran cocido de nuestra vida cristiana.

¡Al humo no¡ ¡Al fuego! Hemos escuchado la anécdota ilustrativa del principio. Y es verdad; ¡Al palo seco no! ¡A Jesús sí! A El nos tenemos que aferrar.

La perseverancia en nuestras acciones, en el afán evangelizador etc., no nos viene asegurado por pertenecer a un determinado grupo; por elegir una orientación X para nuestra pastoral; por exponer que, una visión o concepción de la iglesia, es más pura y más auténtica que otra. El éxito evangélico, el buen fruto de nuestro ser y obrar nos viene por la comunión con Jesucristo. Si ponemos a Jesús en el centro, y no nos dejamos cegar por el humo de lo pasajero, no habrá empresa que se nos resista; ideal inalcanzable; prueba que no pueda ser combatida.

¿Peligros actuales? Muchos. Dentro y fuera de la iglesia. No podemos conformarnos con lamentarnos de que, los problemas del exterior, nos condicionan. A veces, incluso, decir eso, puede quedar bonito pero ser una buena excusa para seguir igual.

En el fondo, lo más resbaladizo para que la Iglesia no fructifique en la cantidad y en la calidad que el Evangelio nos exige, es que muchos de nosotros pensamos que somos vid (cuando somos sarmientos); nos creemos fuego (cuando a veces sólo echamos humo) y nos creemos tan perfectos y tan seguros de la verdad que, normalmente, la poda de la cual nos habla el evangelio de hoy, la encargamos para el vecino de enfrente y no para cada uno de nosotros.

3.- Muchos hermanos nuestros han caído en una tentación: pensar que fuera de la iglesia se puede vivir con más libertad. Que, el estar dentro de ella, conlleva más morir que vivir. Luego, pasa lo que pasa; el mundo los olvida y, lejos de darles respuestas, los dejan a la intemperie de una sociedad donde el materialismo todo lo consume y hace arder hasta lo más santo y noble que teníamos. ¿Resultado? Una sociedad calcinada de valores.

Sí, amigos. Un riesgo actual, como dicen los jóvenes de hoy, es “el ir a nuestra bola”. Intentar empezar de cero sin ayuda de nadie. Creer que todo lo pasado es falso y que, sólo lo que hago yo, es lo verdaderamente válido. Que sin Dios, todo y con El, secos.

Por eso, hay que agarrarse a lo fundamental. Y el principio esencial y básico es, ni más ni menos, ese Jesús transfusión de vida, de fuerza, de amor, de perdón y de ganas de batallar –en medio de nuestro mundo- para promover unos valores muy distintos a los que dominan o quieren regir y hacernos digerir en esta sociedad nuestra.

¡Qué evangelio tan globalizantemente bueno! ¡Permaneced unidos a mí! Mientras la tierra se disecciona y se rompe por tantos motivos (con tantos podadores sin profesionalidad y sin criterio) Jesús nos invita a poner nuestras raíces en El. El fruto y el futuro estarán garantizados.

Y, mientras Dios, planta y vuelve a plantar su vid en medio de la tierra, el hombre, erre que erre, intentando hacer un desplante a ese intento amoroso de Dios: ¿Contigo? ¡Ni agua! Luego, eso sí, se quejarán de que tienen sed. De que el mundo, en vez de vino añejo, les reservó –al final de todo- una buena dosis de vinagre.

¿En qué se puede notar que estamos unidos –de verdad- al Señor? En la forma de pedir. Quien pide con fe y con comunión verdadera, todo lo consigue.

Y no lo digo yo, lo dice el evangelio.

QUIERO SER SARMIENTO

Sarmiento con savia; para sentir que te pertenezco, Señor.

Sarmiento con cuerpo; para sostener abundancia de fruto

Sarmiento que se doble; para que pueda ofrecer el perdón

Sarmiento que sea fuerte; para que pueda resistir los vientos del combate

Sarmiento dócil; para que entre en mi casa, quien llame a mi puerta

Sarmiento humilde; para purificarme de las yemas que no dan fruto

Sarmiento limpio; para que todo lo que haga sea digno de Ti

Sarmiento sencillo; para que no pretenda lo que no pueda dar

Sarmiento unido a la vid; para que no muera en la soledad

Sarmiento reconociendo a la vid; para que sea siervo suyo

Sarmiento viviendo de la vid; para que no me lo crea demasiado

Sarmiento explotando en yemas; para que me sienta útil

Sarmiento dejándome cuidar; para que busque la perfección

Sarmiento con el abono de la oración; para que me des lo que pida

Sarmiento con el agua de la fe; para que no me impaciente

Sarmiento con el vino de la esperanza; para que no desespere

Sarmiento en compañía de otros; para que viva en familia cristiana

Sarmiento flexible; para que el Espíritu me moldee

Sarmiento firme; para que los caprichos no me seduzcan

Sarmiento recio; para que pueda sostener los racimos del amor

Sarmiento prudente; para que otros encuentren en mí serenidad

Sarmiento alegre; para que transforme la tristeza en alegría

Sarmiento mirando al cielo; para que nadie me corte y me deje tirado en la tierra

Sarmiento mirando a la tierra; para que no olvide de dar el grano necesario