Solemnidad: La Ascensión del Señor, Ciclo B.
San Marcos 16,15-20:
Su ascenso es nuestro descenso

Autor: Padre Javier Leoz  

 

 

1.- Ha llegado la hora de la verdad. Jesús, después de predicar el Reino de Dios, de morir y resucitar; inmediatamente de sus apariciones, va al encuentro del Padre. Es el instante, por tanto, de que la siembra que ha dejado en el surco del discipulado vaya dando fruto, germine y crezca por sí misma.

Es el momento de la madurez. No podemos estar, constantemente, comiendo del pan multiplicado o de la pesca milagrosa. Ahora, por nuestra fe, daremos cuenta de que nuestro amor a Jesús es fiel, valiente, ilimitado, fuerte y sin fisuras.

2.- Su ascensión al cielo es una llamada, para todos nosotros, a descender a la realidad de cada día. Hay que mojarse, hay que involucrarse con los colores del evangelio para colorear el mundo desde la perspectiva de la fe. Y, por supuesto, no solamente con la palabra. Al hombre de hoy se le persuade, se le convence muchísimo más desde el testimonio que con la simple palabrería. Lo mismo que, un montañero, impresiona más cuando proyecta en una pantalla las imágenes de su ascensión a una cumbre que cuando lo narra de palabra.

El Señor, mientras ha estado con nosotros, nos ha seducido de palabra y de obra. Las dos cosas, palabra y obra, hacían un perfecto acorde; nos impresionaban sus palabras –porque eran pronunciadas con autoridad- pero, sus obras, nos hacían sentir que una mano poderosa y desde gran altura dirigía sus pasos: Dios.

3.- Id. ¿Estamos dispuestos a continuar la obra de Jesús? ¿Lo hacemos en nuestras familias a través, por ejemplo, de la bendición de la mesa, cuando apuntamos a los hijos a la clase de religión o en la asistencia a la catequesis?

Anunciad. ¿Se nota con nuestra vida, en nuestras actitudes que Jesús es Alguien importante en nuestra existencia? ¿No os parece que, frecuentemente, divorciamos la fe celebrada a la sombra de las bóvedas de una iglesia, de la fe vivida en el trabajo, la economía, las amistades, etc.?

¿Que hay resistencias? ¡Por supuesto! Siempre las ha habido. Jesús las sufrió, los apóstoles las heredaron y, nosotros, una y otra vez, nos topamos con esa cruda realidad: es más fácil perderse por un camino sin Dios que aventurarse por una senda marcada por su dedo. Aunque, luego, ocurre lo que ocurre: lo fácil se convierte en esclavitud y lo difícil (vivir según Dios) es motivo de salud, de alegría y de dignidad.

-Pidamos al Señor, en este día de su ascenso a la gran montaña del cielo, que sepamos desterrar tantos demonios presentes en la sociedad de hoy: la comodidad, el afán de presunción, la intolerancia o el laicismo puro y duro que intenta aniquilar su presencia

-Pidamos al Señor, cuando nuestros ojos lo contemplan marchándose al cielo, que sepamos enfrentarnos sin miedo a tantas serpientes venenosas que inyectan en la sociedad el veneno de la muerte, el aborto, la eutanasia o el “todo vale” con tal de que algunos sean felices.

-Pidamos al Señor que hablemos el lenguaje nuevo del amor. Que sepamos querer como El lo hizo: de una manera no partidista y si universal. Que nuestra lengua, la que nos une a todos los cristianos diseminados por todo el mundo, contenga siempre la palabra del AMOR. Un amor sin farsa, sin tregua, sin límites y cimentado en el inmenso amor que Dios nos tiene.

Es la hora nuestra. De recuperar las ganas por el anuncio del evangelio. No podemos conformarnos con la misa diaria o dominical. Hay que dar un paso más: proclamar que Cristo está vivo y que es el futuro y la vida de la humanidad. ¿Nos atreveremos o nos quedaremos mirando al cielo?

 

4.- QUE NO ME QUEDE MIRANDO, SEÑOR

A tu cielo, cuando bien sé,

que Tú me quieres mirando a la tierra.

Sin descuidar la viña que has plantado

Esa viña que es vigorosa

y, de la cual, Tú eres su amo

y yo, en la medida de mis fuerzas, simple siervo.

Que no me quede mirando, Señor

cómo te marchas de nosotros

y sí pensando qué puedo hacer por tu Reino

En dónde y cómo proclamar tu mensaje

De qué forma ser un heraldo del Evangelio.

 

Sí, Señor; te confieso

que miro demasiado a las nubes

y olvido que, es en la tierra,

donde he de sembrar y llevar tu santo nombre.

Que es en los hombres, y no en los ángeles,

donde he de poner mi pensamientos y mis afanes.

Que no me quede mirando, Señor,

la luz que destellan las estrellas

cuando, bien lo sé, que Tú me necesitas

como antorcha viva en medio de tu pueblo

Que no me quede mirando, Señor, hacia lo alto

para buscar justificaciones

y alejarme de las dificultades del duro asfalto.

 

Pero, una cosa te pido, Señor:

Tú, sígueme mirando

Sigue de cerca la pista de mi camino

Para que, mi lenguaje, sea el amor

Para que, tantas serpientes que acechan,

las pueda aniquilar con la fuerza de la fe

con el timón de la esperanza

con el auxilio de tu Palabra.

Aunque, al cielo te vayas, Señor,

condúceme con la fuerza de tu Espíritu

para que, en un mundo ruidoso,

pueda gritar que eres la salvación,

la vida, la alegría el horizonte del mañana

Haz, oh Señor, que tu ascenso al cielo

sea razón y fuerza

para seguir trabajando por tu Reino

aquí y hoy en la tierra.

Amén.