Solemnidad: Domingo de Pentecostes.
San Juan 20, 19-23:
Hay que arder en el Espíritu

Autor: Padre Javier Leoz  

 

 

La vida de Jesús no nos puede dejar indiferentes. Su sendero, su Pascua, no nos puede dejar inamovibles. Su Ascensión a los cielos, lejos de inducir sueño o dejadez, nos ha de infundir la valentía de los hijos de Dios. El Reino de Dios, ahora más que nunca, necesita de esas manos que prolonguen la misericordia y la paz que el Señor nos anunció mientras estuvo entre nosotros.

1.- ¡Bienvenido sea el Espíritu! Su soplo aviva las brasas de nuestra fe. Procura que, allá donde nos encontramos, manifestemos públicamente que somos cristianos. O que, vivir según y con Jesús, sea algo grande y que –lejos de producir infelicidad- de sentido y profundidad a lo que tenemos, pensamos y somos.

La fiesta de Pentecostés es el gozo de toda la Iglesia. Su constitución, sus cimientos, su vida. ¿Quién, sino el Espíritu, dinamiza, orienta, acota y alimenta todo lo que ocurre en el interior de nuestra comunidad? ¿Qué todo no es bueno? ¿Que, no todo,es santo? ¿No será que, sin querer o queriendo, ahogamos la voz del Espíritu?

2.- Cuando un barco avanza por alta mar, suena la sirena. Todos, especialmente los que se encuentran en proa o en popa perciben su sonido. Conocen, perfectamente,si anuncia peligro o llegada a puerto, marejada o buen tiempo. Pero ¿qué ocurre con aquellos otros que –distraídos en sus camarotes o sumidos en mil ruidos prescinden de aquello que ocurre más arriba de sus cabezas? Simplemente que no se enteran. No se dan cuenta si hace buen o mal tiempo, de si existe riesgo o no. Se han encerrado en su mundo…y cualquier potente alarma les es indiferente, es insuficiente. Para ellos, no existe.

3.- La voz del Espíritu es ese gran regalo que Dios nos ofrece. Ha dejado de caminar por la tierra y, el Señor, después de su Ascensión nos contagia con ese entusiasmo que –en su periplo por la tierra- dejó a sus apóstoles. ¿Lo sentimos así? ¿Es el Espíritu Santo una fuente de vida en nuestra fe? ¿No os parece que sigue siendo un gran desconocido cuando resulta ser el gran operante en todas nuestras acciones pastorales?

Hoy finaliza la Pascua pero, ahora, nos toca a nosotros dar los pasos necesarios para que el Reino que anunció Jesús siga siendo algo vivo y dinámico en medio de nuestra sociedad. Los brazos cruzados no son el mejor ejemplo ni la mejor manera de colaborar con el Señor. Guiados por el Espíritu Santo dejaremos a un lado miedos y dudas y nos lanzaremos sin reservas a cultivar nuestro tiempo. ¿Nuestro tiempo? Sí; por supuesto. Es nuestra hora. El momento de dar razón de nuestra esperanza, de nuestra fe y de nuestra alegría. ¿Cómo? Con nuestra entrega persuasiva, entusiasta y permanentemente iluminada por la fuerza del Espíritu.

Demos gracias a Dios por ese gran protagonista en nuestra vida cristiana, en nuestro quehacer eclesial, en nuestras reuniones, convocatorias y celebraciones: el Espíritu Santo. ¡FELIZ PASCUA DE PENTECOSTES

 

¡4.- GRACIAS, POR TU REGALO, SEÑOR!

 

Llegado del seno del cielo,

baja para ser sustento en nuestra debilidad

alegría en nuestras penas

luz en la oscuridad que nos invade.

Abriremos tu regalo, Señor,

y, entre nudos y embalajes,

dejaremos que salga la sorpresa divina:

¡VOZ DEL ESPIRITU!

¡ALETEO QUE CONTAGIA FRESCURA!

¡CONSEJOS Y DONES!

¡GRACIA Y TERNURA!

 

Necesitábamos, Señor, de tu presente.

Un regalo con alas de Espíritu

Un obsequio con la Fuerza de tu Persona

Un don que nos haga recuperar

hoy y siempre la sonrisa en nuestros rostros.

¡Gracias, Señor!

Porque, en el Espíritu Santo,

nos traes el color de la esperanza

el brillo de sus siete sagrados dones

el amor que nace en tu presencia

el ser que vive y habita en Ti.

 

¡Gracias, Señor!

Ayúdanos a descubrir este inmenso regalo;

que no nos quedemos en el envoltorio

que vayamos más al fondo

hacia aquel lugar donde, el Espíritu,

habla cuando se le escucha

protege, cuando nos ponemos bajo sus alas

fortalece, si nos encontramos débiles

levanta, si desfallecemos

anima, cuando la tristeza asoma

en las ventanas de nuestra existencia.

¡Gracias, Señor!

En Navidad, te hiciste regalo de amor

En Pascua, regalo de vida

En Pentecostés, soplo de aliento divino

Amén.