XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 60-69:
El mundo no cambia en todo

Autor: Padre Javier Leoz  

 

1.- Es verdad, y lo sabemos por experiencia, que en este mundo todo tiene un límite. Ni los bosques son eternamente verdes, ni los glaciares son ya perpetuos, el hombre se desmorona y, hasta el aire, se hace muchas veces irrespirable.
¡Cuánto cambia el mundo! No muda en una cosa: no es inmutable. Cada día que pasa somos conscientes de que, el ser humano por mucho que se empeñe, podrá alargar su vida, hacerla más cálida y vivirla con más calidad, ¿pero se puede convertir en eterna? ¡Bien lo sabemos que no! Hasta nos asolaría el aburrimiento y la falta de gusto por vivir.

Jesús, es el único que permanece. El Dios inalterable y el Dios vivo. El Dios que, cuando entra en el corazón de las personas, las hace tan inmensamente felices, que las ganas de vivir son garantizadas por ese encuentro.

¿Cómo dar a entender esa confesión de Pedro; “Tú, Señor, tienes palabra de vida eterna” a las nuevas generaciones? ¿Cómo hacerles descubrir que, la eternidad es posible; que nos espera un mañana mejor; una ciudad donde la felicidad es posible al cien por cien?

En un entorno tan relativista como el nuestro, ya no es que creamos o no creamos por lo que vemos o dejamos de ver, es que nos cerramos a cal y canto, ante lo que no entendemos.

Jesús, nos aprieta un poco más (pero no nos ahoga) y nos dice que le dejemos un margen de confianza; que –aun sin entender- nos fiemos de su Palabra, de su promesa de eternidad.

2.- Aquel que nació, pobre y humilde en Belén, ha logrado revolcar y entusiasmar millones de corazones, millones de hombres y mujeres que se fueron a la otra orilla fiándose de su Palabra y viviéndola con coherencia en la tierra.
Tenemos un futuro por delante. Un futuro que está cimentado en la firmeza de nuestra fe, en la confianza que tenemos en Dios.

Qué bien lo expresó García Márquez: “Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera”.

Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo, sino mi alma.

En lo bueno y en lo malo, en la abundancia y en la escasez, en la salud y en la enfermedad, en las pruebas y los éxitos es donde hemos de ser sinceros y radicalmente honestos con el Señor y decirle: ¿A dónde vamos a ir, Señor? ¡Sólo Tú tienes palabras de vida eterna!

-Ante el intento de silenciar a Dios, nosotros elevaremos nuestra voz (sin gritar) para que su Palabra sea proclamada.
-Ante la crítica, sistemática y orquestada por ciertos medios de comunicación social, reafirmaremos nuestra fe y saldremos en su defensa

-Ante la deserción de muchos cristianos, nos agarraremos con más solidez a la Palabra, la meditaremos y nos daremos cuenta que Dios no nos abandona en las horas amargas.

¿A dónde ir? ¿Con quién? ¿Cuándo?

Tal y como está el mundo y tal como se desarrollan los acontecimientos, “mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres”. (Sal 117)

3.- ¡HABLA, SEÑOR, AUNQUE NOS DUELA!
Habla, Señor, y no dejes nunca de silabear
aunque, tus Palabras nos resulten duras
o, después de escucharlas,
sigamos en las nuestras sin hacerles caso.
¡Habla, Señor, aunque nos confundas!
Porque la fe que no es exigente
corre el riesgo de convertirse
en merengue que adorna pero sin masa que alimenta
Porque la fe que no provoca
es dulce al paladar pero sin trascendencia en la vida.
¡Habla, Señor!
Y haznos más crédulos y más confiados
menos previsores y más críticos con nosotros mismos
más exigentes con nuestra vida
y más compresivos con las actuaciones de los demás.
¡Habla, Señor!
Aunque tu Palabra nos desconcierte
aunque busquemos mil excusas para alejarnos de Ti
aunque nos agarremos a mil justificaciones
para alejarnos de la gran familia de la Iglesia
¡Habla, Señor, y no dejes nunca de hacerlo!
Y, si en verdad, ves que corremos el riesgo de dejarlo todo
míranos con ojos de hermano
tócanos con tu mano poderosa
aliéntanos con el Espíritu Santo
y sácianos con el gusto y el encanto de la Eucaristía.
Amén.