III Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 3,10-18:
Conversión a la alegría

Autor: Padre Jesús E. Osorno Gil. mxy    

 

El Adviento remansa en nosotros sueños,  gozos, esperanzas. Es como un idilio en el que no falta la fruición última. Desborda todas las fronteras de la alegría. Quita de nuestros rostros toda tristeza. Da anchura al corazón y sobredimensiona nuestras posibilidades de acoger y dar cobijo a nuestra plena realización humana y cristiana en la alegría.

La liturgia de hoy nos pide conversión a la alegría. Pareciera extraña esta conversión. Se nos ha dado una visión triste de la vida cristiana. El ateísmo nos quiere tristes. La moral la reducimos a leyes que castigan y hacen aburridora nuestra vida. Nos hicieron mendigos de alegrías baratas. La identidad cristiana se define desde la alegría.

Pablo, en susurro más que elocuente, nos repite: “Estén siempre alegres en el Señor, se los repito, estén siempre alegres”. De seguro que Pablo ya era un viejo cuando escribía esto. Y por eso podría parecer repetitivo. Pero, no. Jamás. La vejez no repite. La vejez es aquella edad en la que se da sólo lo esencial, lo vital. En síntesis, la alegría.

El evangelio hoy es un llamado a compartir. Los distintos gremios de la sociedad se van acercando a Juan, el Bautista y, él, con sabiduría de profeta, va despajando el camino de la conversión por los senderos de la justicia, la equidad, el respeto. Sólo desde esta catarsis, sanamos el corazón para transformarlo en centro de  alegría.

Cochabamba 13.12.09

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