Autor: Padre Jesús Espéja, O.P
Con permiso de: palabranueva.net
Todos ansiamos la vida que significa salud en todos los
ámbitos, bienestar, libertad, felicidad. Nos afanamos por mantener la vida que
ya tenemos y buscamos la forma de mejorarla. Para ello normalmente pensamos en
tener, poder y gozar lo más posible. Pero el resultado final no es
satisfactorio; con las posesiones, con el dominio sobre los demás, con la
utilización de los otros para placer nuestro, no se consigue el amor ni la
felicidad que anhelamos.
Jesús de Nazaret dijo algo nuevo y desconcertante: “el que quiera guardar la
vida, la pierde; y el que pierda la vida por el evangelio, se salva”. Estas
palabras suponen que hay en nosotros una vida animal, que nos lleva
instintivamente a utilizar y aprovecharnos de los otros; pero que también, como
seres humanos e imagen de Dios, somos llamados a una vida superior que incluye
la vida instintiva del animal, dando a los instintos horizonte más amplio en el
amor. El evangelio nos enseña que todos somos hermanos y que debemos amarnos “no
sólo de palabra y de boca, sino con obras y según la verdad”. Luego “gastar la
vida animal” o mejor dicho proyectarla en ese evangelio es lo que realmente nos
perfecciona o humaniza.
El Resucitado es Jesús de Nazaret que “pasó por el mundo haciendo el bien,
curando enfermos” y combatiendo las fuerzas malignas que tiran a las personas
por los suelos. Por eso en la resurrección se manifiesta como “la nueva
humanidad”, el hombre plenamente realizado. Los creyentes cristianos reciben ese
mismo espíritu, esa misma vida. Son como los sarmientos en la viña, como las
ramas del mango, tienen y participan la única vida del árbol. Si rompen la
conexión, se secan y ya no dan fruto.