Autor: Padre Jesús Espéja, O.P
Con permiso de: palabranueva.net
Todos necesitamos que nos valoren y sentirnos amados. Por
eso muchas veces tratamos de ser amables. Saber que alguien no ama, nos acepta y
está siempre de nuestro lado, es la buena noticia de Jesucristo. Sobre todo
cuando ese “alguien” es Dios mismo que no sabe más que amar.
Jesús de Nazaret fue el hombre que experimentó de modo único la presencia, la
cercanía, la intimidad con ese Alguien: “porque Dios estaba en él”, Jesús fue
libre, hizo siempre el bien, siguió esperando incluso en su martirio. A este
Jesús los cristianos confesamos el Hijo, la Palabra, Dios encarnado. Su vida y
su muerte ante todo y sobre todo fueron la expresión de ese amor, que se
manifestó como plenitud de vida en la resurrección.
La experiencia pascual se manifestó como amor incondicional de Dios a favor de
los seres humanos. El que se encuentra personalmente con el Resucitado, se sabe
acogido, valorado y acompañado: “como el Padre me ha amado, así os he amado yo;
permaneced en mi amor”. La primera comunidad cristiana vivió intensamente la
experiencia pascual: “amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el
que ama ha nacido de Dios”. El que se encuentra con el Resucitado entra en ese
dinamismo singular que llamamos “gracia”: se siente agradecido y trata de ser
agradable para los demás.