Autor: Padre Jesús Espéja, O.P
Con permiso de: palabranueva.net
En la intimidad de nosotros mismos puja siempre un anhelo
de “ser más”, crecer, ascender. Y espontáneamente ponemos en contraste el lugar
donde estamos ahora y el lugar donde queremos llegar. Así lo expresamos con los
símbolos tierra y cielo. Llegamos al extremo de identificar la tierra con “un
valle de lágrimas” mientras soñamos con ese cielo, encuentro de felicidad sin
sombras.
En ese marco la resurrección de Jesús es presentada como Ascensión a los cielos:
Jesús de Nazaret, condenado y crucificado, ha entrado ya en el cielo, en la
vida, la felicidad y la gloria. Los discípulos, que habían caminado con Jesús, y
a quienes el Resucitado les salió al encuentro, entendieron lo que les encargaba
el Maestro: “vayan al mundo entero y proclamen el evangelio”. Así lo hicieron
hasta entregar la vida por ese anuncio.
Hoy el Resucitado habla también a cada uno de nosotros y a la Iglesia en Cuba:
“no pierdan el tiempo mirando al cielo”; sean testigos del evangelio en todos
los sitios. El cristiano, que de verdad gusta la bondad de Dios a favor de
todos, que ha experimentado el perdón y la paz, no puede menos de comunicar esa
buena noticia de vida, de perdón y de paz a quienes caminan en la existencia
atemorizados por el miedo a la desgracia, la enfermedad, la muerte y el castigo
de los dioses. La resurrección o ascensión del Señor garantiza que nuestro
futuro ya está habitado por la gracia. Vivir como resucitados es transmitir
optimismo y esperanza con nuestra forma de vivir y de actuar.