I Domingo de Adviento, Ciclo A

Mateo 24, 37-44: Preparar el corazón

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de la casa a qué hora viene el ladrón, estaría en vela y no permitiría que penetrase en la casa” (Mt 24, 42-43)

Es muy plástica la imagen del que está en vela por la noche esperando la llegada de una persona. Lo que se suele hacer en esos casos para que a uno no le venza el sueño es hablar, pasear o pellizcarse. La Iglesia está a la espera del Mesías, que va a llegar, y nos propone estos dos medios: la oración y la mortificación. En la oración veremos qué hemos de preparar (poner o quitar en nuestra alma), y con la mortificación hacerlo, para que Jesús encuentre bien dispuesto nuestro corazón cuando llegue.

 

Muchos se preparan, además, con la Novena de la Inmaculada: unos días en los que se mira a María, se habla con ella, y ante su mirada uno comprende en qué debe mejorar. Ella es quien mejor conoce lo que le gusta a Jesús, y puede decirnos cómo se preparó en aquel primer Adviento, desde que el Ángel le reveló que Jesús ya estaba en ella.

 

Consideramos a la Virgen estos días como la Inmaculada. Dios la hizo así, concebida sin pecado, y así vivió ella. Dios se escogió como Madre una persona a la que Él mismo creó perfectamente limpia para ser el sagrario más precioso, pero ella correspondió a ese don y a esa confianza de Dios siendo pura. La pureza del alma, en todos sus aspectos, hace grato a Dios. Por eso se le apareció el Ángel, por eso le pudo hablar Dios. Sólo los que son limpios de corazón pueden ver y escuchar a Dios en la oración.

 

Nosotros –que no somos inmaculados– necesitamos purificación. Hemos de raspar con la penitencia los pecados veniales e imperfecciones, y las malas inclinaciones que han dejado en nuestras facultades los pecados anteriores; hemos de vivir la templanza en el gusto, en el tacto, en la imaginación, en la voluntad, en el desorden de la inteligencia y en nuestros afectos.

 

Madre nuestra, a Ti acudimos estos días con oración y penitencia; ayúdanos a ser como Tú, para recibir a Jesús como Tú le recibiste.