VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 5, 17-37: Perdonar las ofensas

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

Si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve después para presentar tu ofrenda” (Mt 6, 23-24)

«La omnipotencia de Dios se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera de demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonar libremente» (Suma Teológica, I, q 25, a 3). Por eso, a nosotros nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos al perdón. Es, también, donde mejor se manifiesta la grandeza de alma en nuestras relaciones con los demás. Y de la misma manera que Dios está dispuesto a perdonar todo de todos, nuestra capacidad de perdón no debe tener límites, ni por la persona, ni por la cualidad de la ofensa, ni porque sea la séptima vez ese día.

Para ejercitar esta muestra de caridad no es necesario que padezcamos grandes injurias; bastan esas cosas pequeñas que ocurren casi todos los días: pequeñas riñas en el hogar por pequeñeces, malas contestaciones o gestos destemplados en el trabajo, al manejar el automóvil, al esperar que nos atiendan,... Si todo eso lo llevamos con categoría humana y sobrenatural –perdonando– es una ofrenda muy agradable a Dios. Sería chocante, en cambio, que intentáramos llevar una vida cristiana y al menor roce se enfriara nuestra caridad y nos sintiéramos separados de alguien. Es natural que nos salte el genio o el amor propio, pero ese natural no es bueno; lo natural debería ser que, por haber sabido disculpar y no ser susceptibles, no tuviéramos que perdonar porque no nos sintiéramos ofendidos. A eso hemos de llegar, así debemos de ser. Jesús no se sintió ofendido por nadie, aunque sufriera malos tratos; advertía del mal, pero no habló mal de nadie ni dejó a ninguno en mal lugar.

Señor, ayúdame a arrancar mi amor propio; que vea con tus ojos a las personas, y entienda que los demás a veces no ven las cosas como las veo yo y no tratan de ofenderme; y aunque así fuera, enséñame a perdonar como Tú lo hiciste en la cruz, disculpando y rezando por los que te crucificaban. Dame, Jesús, un corazón semejante al tuyo.