VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 5, 38-48: Porque es bueno

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos y pecadores” (Mt 5, 43-45)


Fuera de la revelación judeocristiana los hombres han pensado que había que tener contentos a los dioses para que fueran favorables, para que enviaran la lluvia y no el rayo o la desgracia. El Dios de la Biblia, en cambio, no es un Dios vengativo; si castiga a quien se porta mal es para enseñar al hombre –a todos– a ser justo. Jesús nos reveló, además, que Dios es Padre, y a un padre no se le ha de temer. Hay que obedecerle, porque lo que nos manda es para nuestro bien, y también prevé en su providencia el sufrimiento para que volvamos hacia Él y abandonemos la mala conducta. Pero Dios nunca quiere el mal, y mucho menos lo envía. Él nos ha dicho de manera bella que hace llover sobre buenos y malos.


Mientras estamos en la tierra ninguno es perfecto; es más, sólo Dios es bueno. Si Dios fuera justiciero ninguno escaparía de su castigo, no llovería para nadie. Pero Dios no es así; nos conoce perfectamente a cada uno y descubre nuestro lado bueno, a pesar de nuestras deficiencias.


Cuántas veces nosotros amamos a los que nos caen bien, a los que son buenos y, en cambio, rechazamos a los que no nos gusta su modo de actuar, nos causan mal o no pueden aportarnos nada. Dios nos ama no porque seamos buenos, sino porque Él es bueno; y a pesar de todo nos quiere, nos da la vida y todos los demás bienes. Gustad y ved qué bueno es el Señor, nos sugiere la Biblia, porque es eterna su misericordia.


Que yo no me crea mejor que los demás, que no juzgue a nadie porque sólo Tú conoces a fondo el corazón humano. Señor, ayúdame a no dividir a los hombres en buenos y malos. Que no piense mal ni hable mal de nadie. Te pido por los que me han causado algún daño, dándose cuenta o sin saberlo.